Image: El silencio de otros: Muertos en las cunetas

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Cine

El silencio de otros: Muertos en las cunetas

16 noviembre, 2018 01:00

Ascensión Mendieta en una imagen del documental

El documental de Almudena Carracedo y Roberto Bahar es una historia de dolor y de lucha que habla de la necesidad urgente de cerrar heridas y dar luz donde ahora hay oscuridad

Precedido por una avalancha de premios que van del Premio de Público en el último Festival de Berlín a su reciente nominación al mejor documental en los Premios de Cine Europeo, el documental El silencio de otros, dirigido por Almudena Carracedo y Roberto Bahar, es una de esas películas que trascienden el hecho cinematográfico para convertirse en un acontecimiento político y social. Pone sobre la mesa uno de los asuntos candentes más importantes de la democracia española, los más de cien mil cadáveres que continúan sin ser rescatados ni identificados 80 años después de que terminara la guerra civil. No solo eso, la impunidad que han disfrutado torturadores y verdugos desde la muerte de Franco gracias a una ley de amnistía que blindó a la dictadura.

Son dos sobre todo los protagonistas de la película. Por una parte, Ascensión Mendieta, una anciana de 90 años que siente que no puede morir tranquila hasta que recupere los restos de su padre, fusilado en el 39 y hasta el mismo año pasado en una fosa común de Guadalajara. Uno de los momentos más emocionantes del filme es cuando Mendieta, gracias a un equipo de forenses voluntarios, recupera esos huesos y siente que por fin puede "morir tranquila". El otro es Chato Galante, un madrileño cuya juventud fue destruida por el infame Antonio González Pacheco, conocido como Billy el niño, torturador de guardia de la policía durante los últimos años de la dictadura. Pacheco no solo no ha sido castigado por sus crímenes, continúa recibiendo una pensión y vive en la misma calle que Galante.

Es una historia de dolor pero también es una historia de lucha la que mantiene una asociación de represaliados por el franquismo para enterrar a sus muertos y para que los peores crímenes de la dictadura sean juzgados. Como es imposible hacerlo en España, los querellantes tienen puestas sus esperanzas en un procedimiento que se sigue en Argentina instruido por la jueza María Servini desde 2013 encontrando no pocas dificultades por el camino. Es un documental sobrio, como no cabe otra opción ya que en ese caso cualquier formalismo hubiera apartado al espectador de lo esencial, la necesidad urgente de cerrar heridas y dar luz donde ahora hay oscuridad.

@juansarda