Image: Viaje espacial a la última frontera interior

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Cine

Viaje espacial a la última frontera interior

11 octubre, 2018 02:00

Ryan Gosling es Neil Armstrong en First Man

Desde Viaje a la Luna, de Méliès, la ciencia ficción ha evolucionado hacia la metafísica y el existencialismo, como demostró Cuarón con Gravity en 2013. Llega ahora a nuestras pantallas First Man, la nueva entrega del tándem formado por Damien Chazelle y Ryan Gosling (surgido en La La Land) que abraza la idea del trauma con decidida ambición estética y fuerza autoral.

Al observar la evolución moderna del cine de viajes espaciales, parecería razonable añadir un matiz al lema con el que Gene Roddenberry, creador de Star Trek, rubricó su saga galáctica. A aquel "El espacio… la última frontera…", hoy cabría añadirle un "…interior". No se trata, en ningún caso, de una innovación contemporánea. Viaje a la Luna, la película de 1902 con la que Georges Méliès inauguró el cine espacial, ya mostraba un ineludible antropocentrismo al caracterizar el satélite natural de la Tierra como un rostro humano. Sin embargo, no cabe duda de que la ciencia ficción actual, sobre todo la más próxima a una sensibilidad conceptual y a un afán filosófico, ha adoptado un mantra introspectivo: cuanto más lejos, más cerca, más adentro. Como ya reveló Ray Bradbury, el padre de las Crónicas marcianas, el misterio contenido en la inmensidad galáctica no puede explicarse sin recurrir a los sueños humanos: "los viajes al espacio nos harán inmortales".

Curiosamente, este ensimismamiento del cine espacial ha encontrado un escaparate de lujo en un festival de naturaleza insular: la Mostra de Venecia. En los últimos años, dos películas con escenario galáctico y pulsión existencial han tenido el honor de inaugurar la cita veneciana: Gravity de Alfonso Cuarón en el 2013 y, este mismo año, First Man de Damien Chazelle. De hecho, los críticos y periodistas desplazados al Lido experimentaron un auténtico déjà vu al descubrir en la nueva obra del director de La La Land el eco resonante del filme de Cuarón. Mientras en Gravity la astronauta encarnada por Sandra Bullock paseaba por el espacio exterior el dolor por la pérdida de un retoño, en First Man, el Neil Armstrong imaginado por Chazelle persigue la utopía de poner un pie sobre la Luna con una corona de espinas clavada en su corazón: la muerte de su hija a manos de un tumor cerebral a la temprana edad de dos años.

La senda del héroe

La confluencia temática va más allá de los filmes de Cuarón y Chazelle e inunda gran parte de la ciencia ficción moderna. La colección de traumas de naturaleza paterno-filial que impulsan el cine espacial más metafísico es extensa: de la ausencia de las figuras paternas que alimenta la ambición y osadía de los personajes de Jodie Foster y Jessica Chastain en Contact, de Robert Zemeckis, e Interstellar, de Christopher Nolan, respectivamente, a La llegada, en la que Denis Villeneuve disolvió las fronteras entre el encuentro y la pérdida, futuro y pasado, gracias a la sabiduría que una raza alienígena inculcaba en una científica encarnada por Amy Adams. Y qué decir del precedente que supone la aparición de la esposa fallecida en la nave espacial de Solaris, en las adaptaciones de Andrei Tarkovski y Steven Soderbergh de la novela de Stanislaw Lem.

En First Man, Chazelle abraza la idea del trauma con su habitual ambición estética y su indudable fuerza autoral. Su adaptación de la biografía First Man: The Life of Neil A. Armstrong, de James R. Hansen, cuenta con un guion de Josh Singer (autor de los libretos de Spotlight y Los archivos del Pentágono) y con la producción del mismísimo Steven Spielberg, sin embargo, la película dista de ser un producto impersonal.

Reciclando de Whiplash la idea del sufrimiento como camino a la trascendencia, y renovando su interés por los personajes que sacrifican su vida personal en pos de la búsqueda del éxito, Chazelle exhibe en First Man su pericia técnica y su concepción maximalista de la expresión fílmica. Como ocurre con grandes referentes del cine espacial como Stanley Kubrick o el ya mencionado Nolan, Chazelle entiende la labor del cineasta como un empeño que existe para ser visto… y admirado. En este sentido, First Man se sitúa en las antípodas de una de las películas más gozosas de la carrera espacial fílmica de las últimas décadas: Space Cowboys de Clint Eastwood, en la que la dimensión heroica de un imposible cuarteto de (muy) veteranos astronautas se sentía como algo cotidiano, espontáneo, en la mejor tradición de las películas de aviadores de Howard Hawks.

El debate en torno al heroísmo es una de las claves de First Man. Por un lado, se percibe la disposición de Chazelle a convertir a Armstrong en una figura sobrehumana, con su frialdad maquinal y su capacidad para sortear los déficits tecnológicos con pura destreza psicomotriz. Sin embargo, también se detecta una inclinación a humanizar al héroe y su peripecia, poniendo el foco en las limitaciones afectivas del personaje -Chazelle no edulcora la incapacidad de Armstrong para comunicarse con su familia- y asordinando la fanfarria patriótica del filme. Mientras una película como Apolo 13 de Ron Howard no perdía la oportunidad de exprimir la mitología espacial poniendo el "Houston, tenemos un problema" en boca de Tom Hanks, First Man ha levantado un cierto revuelo al no mostrar el momento en el que Armstrong clavó la bandera de Estados Unidos sobre la superficie lunar. Una decisión que responde de forma lógica a la personalidad retraída del astronauta, que fue descrito por sus propios familiares como "un héroe estadounidense reacio".

En First Man, Chazelle desestima toda contención y apuesta por un cine estridente, atronador incluso en su vertiente intimista, repleta de intensos primeros planos que invocan el tormento emocional de los personajes. ¿Imaginó Chazelle la película que podría haber rodado John Cassavetes (padre del cine independiente americano) si hubiese tenido los recursos para filmar una odisea espacial? Un estudio de la fisonomía humana en el que brilla una afligida Claire Foy en el papel de esposa de Armstrong. Por su parte, Ryan Gosling pone el piloto automático y ofrece uno de sus recitales de laconismo e introspección, en la línea de Drive o Blade Runner 2049.

Sonido de tuercas y metales

Chazelle nunca ha sido amigo de la complejidad, pero First Man es quizá su película más unidimensional: todo gira en torno a la idea de lograr un hito mayúsculo y así exorcizar un trauma personal. Una linealidad que permite al chico prodigio del Hollywood actual retratar, con una vibrante pulsión sensorial, el factor humano de los inicios de la carrera espacial. Metido en el interior de una minúscula y claustrofóbica nave de lanzamiento, el espectador, golpeado por chirridos de tuercas y metales retorciéndose, puede imaginar vivazmente lo que debían sentir los astronautas que volaban al espacio metidos en lo que parece un amasijo de chatarra. La vocación realista del filme es incuestionable y remite a la obra fundacional de la modernidad del cine espacial, 2001: Una odisea del espacio, para la que Kubrick contó, como asesores científicos, con dos técnicos de la NASA, Harry Lange y Frederick Ordway III. Un espíritu verista que pone en primer plano la soledad del astronauta, un interés de orden psicológico que está en la esencia de proyectos como Moon de Duncan Jones o Marte de Ridley Scott. De nuevo, el ser humano, con sus anhelos épicos y sus limitaciones, como el núcleo incuestionable del cine espacial.

@ManuYanezM