Image: The Frankenstein Complex o el crepúsculo de los monstruos

Image: The Frankenstein Complex o el crepúsculo de los monstruos

Cine

The Frankenstein Complex o el crepúsculo de los monstruos

3 noviembre, 2017 01:00

Gremlins, dinosaurios, criaturas galácticas... El documental The Frankenstein Complex nos hace reflexionar sobre el arte de dar vida a los monstruos y sobre el futuro del género en la era digital. Con motivo de este estreno, recorremos también el trabajo de los principales creadores de la industria española. Ribé, Martí y Balseiro son algunos de ellos.

Una y otra vez los grandes maestros de los efectos especiales que desfilan por The Frankenstein Complex insisten en el sentimiento de satánico orgullo que otorga imaginar un monstruo salido de la nada y hacer que cobre forma, volumen y peso delante de las cámaras. Desde los primeros planos de este trepidante recorrido por la historia y el arte de los efectos especiales fantásticos, dirigido por los franceses Gilles Penso y Alexandre Poncet -que colaboraran anteriormente en Ray Harryhausen: Special Effects Titan-, se nos invita a comparar a sus protagonistas (técnicos, artesanos, magos y artistas todo ello junto y a la vez) con el blasfemo Dr. Frankenstein y, concretamente, con la mítica escena del filme de James Whale en la que éste grita su apasionado "¡Está vivo!" tras comprobar cómo la Criatura, producto a su vez del carismático maquillaje creado por Jack Pierce para Boris Karloff, retorna de la muerte o, mejor dicho, del vacío en que se hallaba sumergida antes de cobrar forma y consciencia en el laboratorio del loco científico de Mary Shelley. Sin embargo, más que al Dr. Frankenstein nos recuerdan al mito de Pigmalión, pues se les nota mucho y poco se cuidan de ocultarlo que están todos y cada uno de ellos completamente enamorados de sus creaciones. Poco importa que se trate de un licántropo, un alienígena reptiliano, un enorme tiranosaurio o un pequeño gremlin deforme: su creador lo ama y es capaz de ver y hacernos ver, tras la máscara del monstruo, la belleza trascendente de lo extraño e incluso de lo grotesco.

Hipnotizar al espectador

Guillermo del Toro no duda en afirmar -y el creador del anfibio sexy de La forma del agua bien lo sabe- que se trata no sólo de asustar al espectador, sino sobre todo de hipnotizarle, de mostrarle que el monstruo es tan terrible como fascinante e incluso hermoso en su impúdica anatomía teratológica, llegando a afirmar el director de El pacto de los lobos, Christophe Gans, bajo la sombra del titánico Satán creado para Legend, que "el monstruo es superior al hombre".

Sin narración en off, The Frankenstein Complex recorre al hilo de sus muchas voces -entre ellas las de Rick Baker, Chris Walas, Phil Tippett, Steve Johnson, Greg Nicotero, Tom Woodruff Jr. o los hermanos Chiodo- la evolución en la creación de monstruos cinematográficos desde los heroicos tiempos de genios autodidactas como Lon Chaney Sr., pioneros como Jack Pierce o magos de la stop-motion como Willis O'Brien y Harryhausen, pasando por el reinado del maquillaje prostético y los sofisticados ingenios animatrónicos de los 80 y 90, hasta llegar a la traumática irrupción de la era digital con sus CGI (Computer Generated Images). Descubrimos los secretos de la trilogía original de Star Wars, la revolución del maquillaje abanderada por El hombre lobo americano en Londres y su gemela Aullidos, la imposible eclosión de La cosa de Rob Bottin, el desafío de las criaturas translúcidas de Abyss o el impacto de Gremlins y sus primos de Serie B los Critters... Títulos que convirtieron a los creadores de monstruos en superestrellas, cuyas hazañas eran cantadas en épicos artículos de revistas como Fangoria o Starlog.

Y llegó lo digital... Una oscura sombra se cierne sobre el monstruo, así lo perciben los artistas de efectos especiales pero también directores como John Landis, Kevin Smith o Joe Dante, quedando claro que las simpatías de los autores del documental están de parte del muñeco, el traje de goma y el látex. Sorprende descubrir que los primeros clásicos infográficos como Terminator 2, Tropas del espacio o Parque Jurásico contienen tantos, si no más, efectos analógicos como digitales y que es, precisamente, la combinación entre ambas técnicas la que les permite alcanzar su excelencia visual. Guillermo del Toro sigue utilizando maquetas y animatrónicos en Pacific Rim o Hellboy 2, hasta el punto de que algunas criaturas que juraríamos productos digitales resultan ser auténticos modelos tridimensionales. Pero la balanza fatal se inclina hacia lo digital. La mano del artista que dibuja, pinta, modela sobre la carne del actor o sobre los esqueletos de muñecos y esculturas, desaparece. El gran Rob Bottin se retira, sin dejarse ver ya más, mientras Phil Tippett, genio de la stop-motion, cae en la depresión al descubrirse convertido en uno de sus propios dinosaurios en vías de extinción. Otros, como el difunto Stan Winston, sucedido por su hijo Matt, se adaptan mejor, pero aun respetando los logros de filmes como El Señor de los Anillos o la nueva saga de El planeta de los simios, tanto los realizadores del documental como sus protagonistas nos plantean un panorama crepuscular, no por nostálgico menos apocalíptico: en el cine, hoy, todo lo sólido se desvanece en el aire. Las películas ya no se ruedan, se recrean en postproducción. Los monstruos no tienen peso, dimensiones ni ocupan espacio alguno. Los actores interpretan en el vacío verde del abismo y la capacidad de crear cualquier cosa se convierte en su absoluto opuesto.

Lo dice John Landis: "Acostumbrados a esperar lo imposible ya nada nos resulta asombroso". El exceso de lo maravilloso mata el Sentido de la Maravilla. Godzilla, los esqueletos de Jasón y Simbad, King Kong, podían ser infantiles, ridículos, torpes... Pero "eran". Tangibles, físicos, reales. Hoy, el cine ya no captura la realidad, sino que genera una sombra de realidad sin peso ni espesor. El 3D no tiene dimensiones, no ocupa un lugar en el espacio y a duras penas en el tiempo. The Frankenstein Complex es una oda crepuscular a los maestros del arte perdido de los efectos especiales predigitales, los amos de títeres, los genios del arte teratológico moderno. Y un desesperado esfuerzo por devolvernos la auténtica magia del cine antes de que se pierda para siempre.