Image: Alejandro Amenábar vuelve a sus orígenes

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Cine

Alejandro Amenábar vuelve a sus orígenes

18 septiembre, 2015 02:00

Emma Watson en Regression

Regression, película que ha inaugurado la 63ª edición del Festival de San Sebastián, supone la vuelta del director madrileño al thriller clásico que ya utilizó en su ópera prima, Tesis. La película, protagonizada por Ethan Hawke y Emma Watson, peca de ser excesivamente academicista aunque Amenábar es capaz de demostrar su dominio del medio cinematográfico. Excelente sonido.

Elevado a la categoría de gran autor por películas como Los otros (2001) o la oscarizada Mar adentro (2004), no hay que olvidar que Alejandro Amenábar tuvo su primer éxito con aquel ya clásico debut, Tesis (1996) que siendo una excelente película no deja de ser un filme de género puro y duro. De hecho, no son pocos los paralelismos y coincidencias entre esta Regression, que acaba de inaugurar el Festival de San Sebastián con división de opiniones, y aquella fulgurante ópera prima de los 90 que lo lanzó al estrellato. El cineasta viaja hasta Minnesota, en el Midwest de Estados Unidos, para ofrecernos un thriller clásico. Un policía de los de antes, soltero, rudo y de pocas palabras, interpretado con su habitual carisma por Ethan Hawke, es destinado a un pueblo más bien cochambroso habitado por esos famosos rednecks ("paletos") estadounidenses devotos de la Biblia y poco ilustrados. El personaje de Hawke investiga la denuncia por violación de una adolescente (Emma Watson) a su propio padre. No solo eso, el abuso se produjo en un ritual satánico en el que podrían estar involucradas destacadas figuras de la comarca.

Ambientada en los 90, lo más curioso de Regression es que tras una superproducción tan ambiciosa en todos los sentidos como Agora (2009), Amenábar se proponga hacer una película que casi parece de serie B, tan contenida y austera, en la que se muestra fiel al género del thriller policíaco incluso con esa estética decadente y ruinosa en tonos sepia que recuerda a los ambientes desangelados de aquella mítica Seven de David Fincher. Dice el director que su película está inspirada en el cine de los años 70 y algo hay en la atmósfera cruda e inquietante de aquellos thrillers de Sidney Lumet, Pollack o William Friedkin. Hawke podría ser un trasunto de los papeles que interpretaba por la época Al Pacino y ese pueblo tenebroso del filme nos recuerda a aquellos de George A. Romero (después de los zombis).

Confieso, de entrada, que el tema satánico me produce un cierto desinterés. Amenábar en realidad no quiere hablar de eso sino de cosas muy parecidas a las que ya hablaba en Tesis: nuestra fascinación por el Mal, el morbo como motor del ser humano, la histeria como fenómeno colectivo que nos devuelve a nuestro yo primitivo de seres crédulos e indefensos o la brutalidad en la que podemos caer cuando nos comportamos como turba. Añade un elemento más, una exploración en los misterios de la psique, en las trampas de nuestra imaginación y en la extrema dificultad de que la psiquiatría y la psicología lleguen a domar por completo un órgano tan frágil, huidizo y fantasmagórico como nuestro cerebro. Y esto lo cuenta Amenábar con una historia sencilla, formalmente algo vista que nos va enganchando y emocionando a medida que el director, en esto sigue siendo un maestro, va dando vueltas de tuerca a su historia.

Lo mejor de Regression es su trabajo con el sonido. Como aquel Bresson de Un condenado a muerte se ha escapado, el filme crea todo un mundo sonoro en el que el volumen y el timbre de los fonemas revelan el tormento interior de los personajes y le dan a la película una atmósfera opresiva y sutil que genera un efecto muy artístico. Cabe reprochar a Regression la que quizá también es su mayor virtud. Por una parte resulta en excesivo académica, por momentos incluso fría. Por la otra no todas las películas de género puras y duras como ésta logran alcanzar sus niveles de emoción e incluso profundidad. Es una película curiosa Regression, un filme pequeño que en el fondo quiere ser más grande y que por momentos casi parece esconder detrás de su contención a un autor que en todo momento está controlándose para que no se le desbarajuste el tinglado.

Tras el palo a Agora, da la impresión de que Amenábar ha decidido regresar a terreno conocido pero sin querer renunciar a todo lo que ha aprendido y vivido durante este tiempo. Es una obra de una cierta modestia, la de un artista que quiere reencontrarse a sí mismo y para ello, se repite como manera de sentirse seguro en un sitio y de demostrarse lo mucho que ahora sabe y entonces no sabía. A veces a la película le falta algo tan sencillo como soltarse un poco el pelo.

@juansarda