Image: Timbuktu: la crueldad del absurdo islamista

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Cine

Timbuktu: la crueldad del absurdo islamista

6 febrero, 2015 01:00

Una imagen de Timbuktu

Abderrahmane Sissako compite por el Oscar a mejor película de habla no inglesa con una crónica de la penetración de las tenebrosas fuerzas islamistas en la ciudad de Tumbuctú, uno de los centros musicales más vibrantes del mundo.

Para los no iniciados en el cine del sensacional Abderrahmane Sissako (Kifa, Mauritania; 1961) la estructura de su nuevo filme, Timbuktu, nominado al Oscar como mejor película extranjera, puede parecer en principio chocante. Sissako, al que admiramos por aquella Bamako (2006) que pone los puntos sobre las íes al FMI, practica un cine verité de trazas documentales en el que la historia se nos cuenta no siguiendo una narrativa tradicional de causa y efecto sino dándonos breves pinceladas de vida, construyendo su película a través de experiencias, conversaciones, retazos y momentos que forman un mosaico a partir del cual la historia fluye como un manantial silencioso entre sus grietas.

Timbuktu nos cuenta la realidad de una ciudad del norte Mali cubierta de arena y polvo, ocupada por las bárbaras fuerzas islamistas como sucedió desafortunadamente en 2012. Como sabemos, la capital africana es uno de los centros musicales más vibrantes del mundo cuya rica tradición sirve de inspiración a artistas de todas partes, ahí están grupos como Tinariwen, el venerable Ali Farka Toure o Tamkikrest, uno de cuyos ex miembros, Ibrahim Ahmed, protagoniza la película. En esa Mali que inspira a poetas y músicos, Arcadia musical del continente, penetran las tenebrosas fuerzas islamistas con sus leyes brutales y sanguinarias, enemigas de toda forma de cultura.

La sombra de Elia Suleiman es alargada y Sissako recurre en un principio al absurdo del palestino para reflejar una realidad enferma en la que las leyes islamistas, con su manía de prohibirlo todo, desde fumar a escuchar música pasando por la obligación de las mujeres de llevar guantes, irrumpen en una cotidaneidad que contrasta de forma violenta con la excepcionalidad de Tombuctú, que el director presenta como un reino de sensualidad y exotismo. Poco a poco, sin embargo, ese absurdo islamista, enemigo no solo de la cultura sino del propio ser humano, va revelando su cara más amarga y destructiva.

Sin duda, a Timbuktu le beneficia la terrible actualidad de ese infernal Estado islámico y la desagarradora brutalidad del yihadismo y el terrorismo. Sissako no cuenta nada que no sepamos de la sinrazón de una pandilla de energúmenos a los que el cineasta detesta cargado de motivos, el islamismo radical es una forma de nazismo con pátina religiosa, una demencia fanática que atenta contra todo lo que el cineasta admira precisamente de Mali, su exuberante creatividad y sentido de la libertad. Hay alguna concesión a la galería como ese imán bueno que predica las bondades del Islam, pero Timbuktu llega hasta el corazón de una barbarie que está conmocionando el mundo y es hoy la principal amenaza de la paz.