Image: Richard Linklater: Mi cine es incontrolable

Image: Richard Linklater: "Mi cine es incontrolable"

Cine

Richard Linklater: "Mi cine es incontrolable"

12 septiembre, 2014 02:00

El protagonista de Boyhood, Ellar Coltrane, con dieciocho años. A la derecha el director Richard Linklater

Cada año, durante más de una década, Richard Linklater reunió al mismo reparto para dar vida a una familia a lo largo del tiempo. El experimento se titula Boyhood y ha sido recibido como un hito cinematográfico. Hoy llega a salas españolas el filme más trascendente de los últimos años, verdadera piedra de toque en la historia del séptimo arte que el propio Linklater desentraña en esta entrevista, al tiempo que valoramos su enorme alcance creativo y señalamos otros "ciclos" similares.

Richard Linklater (Houston, Texas, 1960) podría ser un tipo cualquiera de ese Estados Unidos profundo que va más allá de las grandes urbes. Un tanto desaliñado y grandullón, con cara de no haber roto nunca un plato, su aspecto casa más con el de un mecánico o un fontanero del midwest que con uno de los cineastas más importantes y refinados del mundo.

Richard Linklater, autor de grandes películas como Movida del 76 (1993), la trilogía iniciada con Antes del amanecer (1995) o Escuela de Rock (2003), estrena por fin (y el por fin tiene sentido) su obra magna, Boyhood, aclamada como una obra maestra desde su estreno en la Berlinale, una de esas pocas películas destinadas a perdurar en la historia del cine por sus impresionantes logros a la hora de captar con majestuosa sensibilidad algo tan inaprensible como el tiempo, "el material -nos cuenta Linklater con su sonrisa perpetua una calurosa tarde en Londres- con el que se construye el cine". Cabría añadir que es el material con el que también está construida nuestra propia vida, porque Boyhood es una película sobre la infancia, sobre la manera en que el tiempo cambia nuestra forma de percibir el mundo y cómo "lo afecta todo". Por eso la vemos con fascinación aunque casi nunca pase nada extraordinario.

Decía Bergman que envejecer es como escalar una montaña, uno cada vez está más cansado pero la vista es más amplia. Linklater responde que la gran pregunta sin respuesta es cuándo uno deja de crecer para comenzar a envejecer. En doce años, rodó durante una semana anual a los mismos actores interpretando a los mismos personajes. El protagonista es Mason(Ellar Coltrane), a quien vemos crecer desde los 6 años hasta los 18, para abandonarlo justo en el momento en el que parte a la universidad y se lanza a la vida adulta. Sus padres se hacen mayores, Ethan Hawke (músico frustrado, bohemio, irresponsable y entrañable) y Patricia Arquette (dura y fuerte, fácil de manipular y algo neurótica) interpretan a una pareja separada con dos niños, Mason y su desternillante hermana (papel realizado por la propia hija del cineasta, Lorelei), de fuertes convicciones progresistas en un estado como Texas que asociamos de inmediato al conservadurismo. Es una infancia algo agitada por los sucesivos fracasos matrimoniales de la madre pero perfectamente "normal", suburbial y americana.

Un 'tío' distinto

-¿Cómo se mantiene el mismo pulso cinematográfico doce años seguidos?
-Grabamos mucho material detrás de las bambalinas. Hicimos algunas entrevistas. Hace poco vi una que me hacían en 2002, cuando estábamos empezando, y pensé: ‘Oh Dios mío, este es un tío distinto'. La dureza de la imagen grabada es inapelable. Creativamente, sin embargo, creo que no he cambiado mucho desde que concebí esta película, quizá porque mi obligación era precisamente mantenerme fiel a la idea inicial. Las líneas maestras siempre estuvieron allí: las mudanzas, los matrimonios de la madre... Podían pasar muchas cosas por el camino, corríamos un gran riesgo en muchos sentidos, pero siempre supimos qué estábamos contando y hasta dónde queríamos llegar. Eso lo hizo más sencillo. Después de grabar la primera parte rodé Escuela de Rock y por supuesto ha habido una evolución en mi cine, pero eso no se podía reflejar. Por otra parte, es un lujo tener todo un año para pensar qué vas a rodar porque normalmente las películas se hacen muy deprisa y no tienes mucho tiempo para la reflexión.

-Menciona los riesgos y a priori parecen enormes, ¿cuánta improvisación hay marcada por las circunstancias históricas?
-Todo eso lo fuimos incorporando, nadie podía saber que Obama ganaría las elecciones porque la vida es incontrolable. Normalmente, hacer una película pasa por controlar las circunstancias, porque más allá de lo que pase en el mundo te mantienes fiel a una historia, manipulas la realidad a tu propia conveniencia. Esta película significaba renunciar a ese control y asumir que estás enfrentándote a unos actores que van cambiando y a un entorno cultural que se va transformando. Por supuesto, también podía suceder una desgracia con los actores, todo el mundo me lo mencionaba cuando salía a relucir este proyecto, pero ¿qué le puedes hacer? En cualquier momento puedes recibir una llamada que te cambia la vida. Para jugar a las cartas necesitas confiar en la suerte y yo soy optimista.

Evolución del protagonista de Boyhood a lo largo de los años del rodaje

-El tiempo surge como gran tema de la película, el reto es derribar las limitaciones tradicionales del cine que en rarísimas ocasiones ha podido reflejar su paso sin recurrir a maquillajes o a la duplicidad de actores.
-El tiempo es la esencia del cine y es una propiedad única de este arte. Si una pintura se crea sobre un lienzo y una escultura sobre una piedra, el cine se crea a través del tiempo. El tiempo también tiene que ver con nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos, toda nuestra vida está profundamente marcada por la edad que tenemos y el momento en el que suceden las cosas. Quizá es una falta de imaginación hacer una película sobre algo tan básico como nuestro modo de percibir el mundo, pero eso es lo que trata de capturar Boyhood, la manera en que ese crío va relacionándose con la realidad. Por eso huyo de la nostalgia, porque no es mi mirada sobre la infancia, es cómo evoluciona la mirada de Mason. Cuando uno es niño no siente nostalgia de la niñez.

-La infancia no es el paraíso perdido de Milton, la vemos como algo más duro y complicado...
-Esta película surge de mi deseo de hacer una película sobre la infancia a partir de la experiencia de ver a mis propios hijos crecer. Yo trato de ser honesto. Mis recuerdos de infancia tienen mucho que ver con la frustración. De pequeño estás sometido completamente a la tiranía de tus padres. La falta de libertad es constante y uno sufre por ello. Por otra parte, es un tiempo en el que uno vive absorto en sí mismo hasta unos límites increíbles. La gente me pregunta por qué son tan malos los padrastros de los niños y yo les digo que no olviden que toda la película está planteada desde su punto de vista y que los niños se posicionan inmediatamente del lado de la madre. Lo que vemos es cómo uno empieza sin conocer los propios límites.

Icono de la cultura underground estadounidense, Richard Linklater ha sido el narrador cinematográfico por excelencia de los desvelos de las clases ilustradas y progresistas de su país. Su primer filme, el mítico Slacker (1991) es un retrato de la bohemia de Austin, esa ciudad marcada por su efervescente escena musical independiente, una vena indie que también se refleja en Boyhood con una banda sonora que incluye a Arcade Fire o Vampire Weekend. La moderación es sin embargo la marca de la casa de un autor que siempre ha oscilado entre la crisis de su país (Fast Food Nation) con la exaltación de valores como la libertad. "Cuando se habla de Texas siempre salen las armas y el conservadurismo a ultranza pero la realidad es mucho más compleja. Entre esa gente creyente y nacionalista hay muchos buenos tipos. En realidad en mi país la lucha ideológica no es tanto entre derecha e izquierda sino entre las ciudades y los pueblos. Un republicano de Nueva York suele ser más progresista que un demócrata de Montana. Es fácil simplificar pero entre los urbanitas hay un gran desconocimiento de los valores de la América profunda".

Captar el ‘zeitgeist'

-Boyhood trae fuertes reminiscencias de autores como Philip Roth o Jonathan Franzen al captar el zeitgeist estadounidense a través de los años, algo que el cine reciente ha hecho muy poco. ¿Cómo trabajó para reflejar el paso de los años?
-El proceso de creación llegó a parecerse más a escribir una novela que a hacer una película convencional entendida como una escultura en el tiempo. En este caso, tuvimos doce años para hacerla, y eso es algo que los cineastas siempre hemos envidiado a los novelistas. No ha habido una sola película con la que no me haya preguntado qué habría pasado si hubiera podido dedicarle más horas. La literatura ha hecho un trabajo mejor a la hora de reflejar el paso del tiempo tal y como lo percibimos en nuestra memoria. Lo que trato de captar es cómo el paso del tiempo se despliega en nuestra mente.

-Vemos a una familia progresista que vive esos valores como una parte muy importante de su identidad. ¿Quería dotar de significado político a su película?
-Quería hablar de política desde el punto de vista de los niños. Cuando eres pequeño no tienes una opción política, sigues a tus padres sin entender muy bien lo que significa. Recuerdo las elecciones presidenciales de mi niñez, mi padre era un gran fan de Nixon, y no fue hasta después que reflexioné sobre ello. La historia política de mi país en estos años ha sido muy intensa, el 11-S lo cambió todo. Mucha gente que apoyó la guerra de Irak ahora se justifica con que entonces la apoyaba todo el mundo, pero no es cierto. La película muestra que siempre hubo gente en mi país que pensó que era mala idea. En Texas los liberales son minoría pero son muy activos, como esta familia. Sin embargo, es curioso cómo tu visión política o tus creencias afectan a cómo vives pero cambia muy poco la realidad a menos que seas político. Incluso en ese caso tu capacidad de maniobra es muy pequeña. Definimos nuestro ser en función del posicionamiento político pero en nuestra vida cotidiana tiene poco impacto. ¿Cambia mucho tu vida si apoyas a Obama o a los republicanos? Muy poco.

-La evolución de los adultos también es crucial.
-La película está contada desde el punto de vista del niño pero se podría haber titulado Paternidad porque ellos son muy importantes. Mis propias dudas como padre forman parte del impulso que me llevó a hacer la película. Ethan Hawke decía en broma que era muy duro estrenar una película de cuando tenía 32 años ahora que tiene 44 porque son años fundamentales en los que cambias mucho. También planteó lo más profundo que he oído sobre esta película al preguntarse cuándo dejamos de crecer para comenzar a envejecer, dónde termina esa infancia del título. Yo digo que no hay respuesta, nadie sabe cuándo termina la infancia.

Los ciclos de la vida

Otros cineastas también se plantearon a lo largo de sus carreras atrapar la misma esencia del cine, es decir, recoger el devenir del tiempo filmando a las mismas personas durante años. La gran diferencia con Boyhood es que todos ellos lo hicieron en una serie de películas independientes.

Ciclo Antoine Doinel (François Truffaut). Ilustración arquetípica del alter-ego de un cineasta a lo largo de los años, la personalidad del mítico Jean-Pierre Leáud dando vida a Antoine Doinel se apropia de las películas en las que le vimos crecer en pantalla: desde la infancia rota (Los 400 golpes, 1959) a los galanteos de un jovencito (El amor a los veinte años, 1962), al ingreso en la edad adulta (Besos robados, 1968), la vida matrimonial (Domicilio conyugal, 1970) y finalmente el declive (El amor en fuga, 1979). Truffaut en estado puro.

Ciclo Stephen Archibald (Bill Douglas). Reconstruyendo su infancia y juventud a lo largo de tres películas -My Childhood (1972), My Ain Folk (1973) y My Way Home (1978)-, el director británico Bill Douglas confió en el actor no profesional Stephen Archibald a lo largo de seis años para incorporar sus dolorosas memorias de orfandad y maltratada juventud. Cuando puso en marcha un cuarto largometraje, el actor estaba en la cárcel y Douglas no pudo contar con él. Archibald murió de sobredosis once años después.

Ciclo Vanda Duarte (Pedro Costa). El cineasta portugués, ideólogo del cine de autor del nuevo siglo, siguió intermitentemente la vida de la yonqui Vanda Duarte hasta su rehabilitación, a lo largo de una década. En Ossos (1997) la conoció en el contexto de un rodaje convencional, pero se sentía incómodo filmándola, y fue en las monumentales No Quarto da Vanda (2000) y Juventud en marcha (2006) cuando, grabando en soledad con una cámara doméstica, logró atrapar el espíritu del personaje, la intimidad de la persona.

Ciclo Jesse y Celine (Richard Linklater). La chispa fue Viena (Antes del amanecer, 1995), el reencuentro en París (Antes del atardecer, 2004) y la madurez en Grecia (Antes del anochecer, 2013). Linlkater filmó las edades del amor de nueve en nueve años, con Ethan Hawke y Julie Delpy en el centro de su trilogía, cuya segunda parte rodó prácticamente en tiempo real.