Image: La rebelión de las especies

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Cine

La rebelión de las especies

18 julio, 2014 02:00

El amanecer del planeta de los simios

Una de las sorpresas de los últimos años fue la precuela de Hollywood a El planeta de los simios. Hoy se estrena su continuación, El amanecer del planeta de los simios, en la que primates y humanos se preparan para la guerra por su supervivencia. Desde la ciencia-ficción hiperrealista, el filme dirigido por Matt Reeves adquiere entidad propia en el contexto de una mitología literario-fílmica que ya tiene medio siglo.

Es uno de los desenlaces más memorables que nos ha dejado el cine de ciencia-ficción. En plano picado, Charlton Heston cabalga por la playa junto a la bella Linda Harrison, baja del caballo y, desconsolado sobre la arena, grita y maldice a la Humanidad. Entonces, el icónico contraplano que ya habíamos intuido: la Estatua de la Libertad semienterrada en la arena. Comprendíamos en ese instante final, junto al personaje, que el viaje del austronauta George Taylor nunca fue a otro planeta, sino a otro tiempo. Siempre estuvo en la costa Este norteamericana, miles de años en un futuro en el que el hombre fue aniquilado de la faz de la Tierra por simios parlantes. Pocos finales se recuerdan tan pesimistas y devastadores como el de El planeta de los simios (1968), mítica película dirigida por Franklin Schaffner.

¿Cómo fue posible? ¿Qué ocurrió para que la cadena darwiniana emprendiera el viaje de regreso? ¿En qué momento perdió el hombre el control de los primates? Medio siglo después de que Pierre Boulle publicara la novela seminal Le Planète des singes, después de varias secuelas en forma de pentalogía, traslaciones a otros formatos y un lujoso y malparado remake, no fue hasta hace apenas tres años que Hollywood trató de dar una respuesta posible y plausible a esos orígenes. El origen del planeta de los simios (2011) puede presumir de ser, quizá junto al Star Trek (2009) de J. J. Abrams, una de esas pocas películas que han legitimado la fiebre de las precuelas que se apoderó y se sigue apoderando de la maltrecha creatividad de Hollywood, ahora que las mitologías se han expandido de tal modo y a tal escala que ha llegado la hora de justificar sus albores.

Dirigida con extraordinaria energía por un desconocido Rupert Wyatt, la reactivación de la franquicia emprendía un desvío, llamémosle realista, respecto al mito de la sociedad simiesca, con la esperanza de que se convertiría en la primera de las entregas de una serie de películas que nos conduciría a lo largo de dos mil años hasta conectar con la original El planeta de los simios. Al menos en dos ocasiones, El origen del planeta de los simios hacía referencia al filme de Schaffner (el famoso grito: "¡Apartad vuestras apestosas garras de mí, malditos y sucios simios!"), pero su conexión con el aire de la saga quedaba ahí, pues en la dimensión formal, incluso en el tono dramático (la ciencia-ficción daba paso a algo parecido al terror), se distanciaba manifiestamente.

Hiperrealismo simiesco

Sumario derecha:

La voluntad de la nueva saga pasa por conceder hiperrealismo al retrato de los homínidos simiéscos

Para empezar, la diferencia de visiones quedaba encerrada en la voluntad de la nueva saga por conceder hiperrealismo al retrato de los homínidos simiescos, sustituyendo a los ahora kitsch actores con máscaras y disfraces de los años sesenta por auténticos monos, de mandriles a orangutanes y, sobre todo, con el gran hallazgo del chimpancé César, un híbrido animal-actor-infografía digital interpretado por Andy ‘Gollum' Serkis, que también fue King Kong. El momento en el que, en el último tercio del filme de Wyatt, el airado César dice su primera palabra -"¡No!"-, ha quedado marcado a fuego en cada espectador que vio la película.

Terminaba el filme con una potentísima action piece en el Golden Gate Bridge que sellaba la conquista simiesca de San Francisco (recordemos que en la serie de televisión setentera la ciudad californiana, en ruinas y deshabitada, era la Zona Prohibida) y daba paso a unos créditos finales donde se trazaba el itinerario del retrovirus cultivado por el científico Will Rodman (James Franco), alojado en un piloto de aviones comerciales, y que emprendía así vuelo a todas las ciudades del mundo para iniciar la pandemia global. En ese escenario post-apocalíptico, cuando los restos de la Humanidad parecen abocados a plegarse a la inteligencia y la fuerza de los simios, regresa la saga, con el estreno hoy de El amanecer del planeta de los simios. Desde que se supo que el director contratado para esta ocasión es Matt Reeves, responsable de esa producción esencial del cine fantástico del nuevo siglo titulada Cloverfield, las expectativas alrededor de la nueva entrega no han dejado de crecer. Con razón. El filme es magnífico.

El sino de los tiempos


Una imagen de El amanecer del planeta de los simios de Matt Reeves

Las palabras de Taylor / Heston -"You blew it off! / ¡La habéis cagado!"-, en el año 1968 en que Schaffner puso la primera y más importante piedra cinematográfica de la saga simiesca, se correspondieron con las mismas palabras, el mismo sentimiento, que el motero Capitán América de Peter Fonda emplearía al año siguiente al final de la no menos icónica Easy Rider (1969). Era el sino de los tiempos: desconfianza, desesperanza, claudicación. En el auge de la revolución contracultural se alcanzó el punto sin retorno, la utopía ya nació cadáver. La angustia nuclear que se trasladó a la pantalla por entonces, con toda suerte de catástrofes y hecatombes atestando los estudios hollywodenses (que vivían su propio desmantelamiento), ha regresado multiplicada en el siglo XXI, y a esa ansiedad medioambiental se sumaba El origen del planeta de los simios con una premisa científica que transformaba la investigación contra el Alzheimer y la regeneración neuronal en el pecado original del fin de la raza humana.

La cuestión consiste, una vez más, en que el hombre se autodestruye jugando a ser Dios. Si algo hemos sacado en claro del último cine de espectáculo y atracciones es que la pulsión demiurga ya no tiene límites. Confiando en las infinitas posibilidades de la tecnología de animación digital y la performance capture, la pantalla cinematográfica puede albergar cualquier visión, cualquier escena fabulada, con asombrosa verosimilitud. La poesía que algún día exhibió el cine fantástico (de Méliès a Dreyer a Franjou a Cocteau a Polanski a Lynch) queda fagocitada por el hiperrealismo fotográfico generado por ordenador, que ha desactivado las fronteras entre la imagen analógica y la digital. Una constante se repite en la fabricación de la poética que pueda trascender el espectáculo digital: universos más oscuros y, sobre todo, épicos. La nueva entrega de Los vengadores ya ha amenazado con la misma cantinela que se ha apoderado de las franquicias desde que Peter Jackson y Christopher Nolan tomaran el control: será más oscura y más épica.

Es evidente que vivimos tiempos más propensos a la épica que a la lírica. Y El amanecer del planeta de los simios es plenamente consciente de ello. Su pathos avanza hacia la colisión total entre humanos y simios. La oscuridad es incluso más densa de lo que podíamos prever. Han transcurrido diez años y el chimpancé César ya es padre y líder de una amplia comunidad de simios en los bosques californianos a los que dirigieron sus pasos al final de la primera entrega. Los humanos inmunes al retrovirus, más bien pocos, son los únicos supervivientes de la pandemia. Aunque reducidos en números, están armados y es apenas cuestión de tiempo (y circunstancias) que ambas razas entren en conflicto.

Caídas y ascensos


Jason Clarke toma el relevo de James Franco en El amanecer del planeta de los simios de Matt Reeves

Tanto Rupert Wyatt como Matt Reeves han parecido entender lo que Tim Burton no logró captar a principios de siglo, cuando dirigió ese prescindible remake protagonizado por Mark Whalberg (el más caro de la saga, 100 millones de dólares), y con el que el autor de Ed Wood trató estérilmente de fusionar la mitología ajena con la suya propia. Lo cierto es que la mitología simiesca ha conocido todo tipo de derivas y tropiezos sin que por ello haya perdido su atractivo.

Sumario derecha:
En su elaborada construcción de la épica, la película también encuentra espacio para algo similar a la lírica
Ya en la segunda entrega de la pentalogía (1968-1973) producida por Arthur P. Jacobs, Regreso al planeta de los simios (1970), el astronauta Taylor fallecía no sin antes detonar nuclearmente el planeta, lo que no impidió que al año siguiente la saga continuara viva. Con Huida del planeta de los simios (1971), La rebelión de los simios (1972) y Batalla por el planeta de los simios (1973), la saga simiesca fue ganando en mitología pero mermando en interés y cohesión narrativa. En todo caso, ahí quedó sellada la primera serie de largometrajes, hoy memorables, narrando la caída del hombre y la ascensión del simio.

La pentalogía cinematográfica dio paso a lo largo de los años setenta a dos series televisivas. Por un lado, la más popular, la de carne y hueso emitida por la CBS, que importó la estética cinematográfica al formato catódico, llamada El planeta de los simios (1974), y que transcurría prácticamente mil años antes que el filme original de Schaffner, aunque compartía estereotipos y personajes. De este modo, la nueva saga que ha arrancado en este siglo XXI da otro salto milenario en el tiempo de la ficción, de modo que ésta retrocede sin solución de continuidad con cada nueva acometida. Permanece como una estimulante ínsula la miniserie cinematográfica de animación, Regreso al planeta de los simios (1975), dirigida por Doug Widey (ilustrador de la Marvel), que transcurría con plena autonomía respecto al marco histórico de las películas.

En la película de Matt Reeves, realizada desde la conciencia de que habrá continuación (probablemente otra pentalogía), la noción clave sobre la que gravita el relato no es otra que "confianza". La de los simios en los humanos y viceversa, pero sobre todo la de cada especie en sí misma. "Simio no mata a simio", reza el lema de los primates, cuyas tierras albergan la presa hidráulica que los supervivientes de San Francisco necesitan para generar energía. Roto el lema, establecidos los antagonistas y las traiciones, se desatan las cruentas batallas por la supervivencia. En su elaborada construcción de la épica, sin embargo, El amanecer del planeta de los simios también encuentra espacio para algo similar a la lírica.