Image: El gran Gatsby, un capricho posmoderno

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Cine

El gran Gatsby, un capricho posmoderno

17 mayo, 2013 02:00

Leonardo DiCaprio, Carey Mulligan, Joel Edgerton y Tobey Maguire en El gran Gatsby, de Baz Luhrmann

Como ya es habitual en cada filme de Baz Luhrmann, 'El gran Gatsby', que llega ahora a salas españolas, ha generado toda clase de reacciones tras su presentación en Cannes y su estreno en EEUU. El autor de 'Moulin Rouge', uno de los cineastas más controvertidos de la posmodernidad, inquieta, asombra y desconcierta con su singular adaptación de la novela de Scott Fitzgerald, realizada desde su fascinación hacia el artificio.

El australiano Baz Luhrmann es fuera de toda duda uno de los cineastas más controvertidos de la actualidad. Venerado y detestado a partes iguales tanto por la crítica como por el público, ninguna de sus películas se libra de encendidos debates. Para algunos, como afirma el crítico David Denby en The New Yorker, es menos un cineasta que un autor de video-clips musicales con el radar puesto en espectadores jóvenes, "un director con infinitos recursos y una sorprendente ausencia de gusto", escribe. En el sector opuesto se sitúa el historiador británico Mark Cousins, quien en su best-seller internacional Historia del Cine (Blume) concede al autor de Moulin Rouge (2001) el honor de haber propulsado el arte cinematográfico a desconocidas cotas de excelencia, hermanándole con autores como Abbas Kiarostami, David Lynch o Lars Von Trier. Aunque también, y aquí deberían saltar las alarmas, le empareja con Alejandro González Iñárritu.

Más allá de las filias y fobias particulares que despierten sus recargadas extravagancias de época, lo cierto es que el cine de Luhrmann emerge como el más visible abanderado de la estética hiperbarroca de principios de siglo, cuya fisonomía cinematográfica se abastece de recursos en los que la posmodernidad entronca con los dispositivos de edición MTV y un lenguaje que busca la épica del collage narrativo y el efecto dramático impactante. Podríamos entender que es una especie de Leone o un Tarantino venido a menos -algunos entusiastas le ven como el Max Ophüls de nuestros días-, pero también un virtuoso de las formas y la fragmentación en el cine contemporáneo, capaz de trasladar a nuestro tiempo atrevidas adaptaciones de universos poéticos del pretérito para proponer una iconoclasta negociación entre la dimensión onírica, la estética camp y el artificio pop.

Con su quinto largometraje, El gran Gatsby, regresa a las pantallas cinco años después de la anodina Australia (2008). Y lo hace habiéndose asegurado todo el apoyo industrial y tecnológico de una superproducción de ambiciones colosales, tratando de forzar la experiencia de la estética tridimensional y suministrando su propuesta con el arsenal más visible de sus grandes conquistas pasadas, donde la dirección artística, el vestuario y el diseño de producción -responsabilidad de su mujer, la oscarizada Catherine Martin- adquieren un protagonismo de primer orden. Por un lado, recluta en la piel del bon vivant millonario Jay Gatsby al Leonardo DiCaprio que protagonizó su mejor película hasta la fecha, Romeo + Julieta (1996), la única en la que los extremos del "estilo Luhrmann" no anulaban el efecto dramático del texto. Por el otro, propone para la tragedia semiexperimentada por Scott Fitzgerald una dinámica cuasi-musical que no cesa de apelar a esa película-fenómeno que reportó más ganancias a la industria musical que al arte cinematográfico, Moulin Rouge, ofreciendo esta vez un ecléctico catálogo sonoro en el que caben Jay Z, Lana del Rey, Beyonce o Bryan Ferry.

Reacciones críticas

Las reacciones de la crítica norteamericana, unos días antes de que El gran Gatsby inaugurara el miércoles el Festival de Cannes, no se han hecho esperar. La publicación con mayor influencia en la industria, Variety, concluye que la película "comparte menos el espíritu de la novela que el de su epónimo antihéroe: un hombre que cree que el exceso de joyas le ayudará a conquistar el corazón de lo único que no puede pagar con dinero". La efervescencia del oropel y el brillo de lo superfluo son de nuevo las armas de seducción masiva con las que Luhrmann busca deslumbrar al espectador, en detrimento quizá de la perdurabilidad dramática. Al menos eso sostiene The Wrap: "El pecado capital de este nuevo Gatsby es que es aburrido". Otra importante publicación, The Hollywood Reporter, considera que "el empleo del 3D es probablemente el aspecto más naturalista del filme", insistiendo en la misma dirección a la que suelen apuntar los detractores de Luhrmann: su fascinación por el artificio.

Puede que el australiano haya encontrado en la novela de Scott Fitzgerald la muleta cultural con la que sostener, una vez más, un dispositivo donde la búsqueda del vértigo y la excitación no quedan muy lejos de la que buscan J.J. Abrams o Christopher Nolan, solo que con materiales menos "nobles". En el lujo y la lujuria de los años veinte que bajo el signo del jazz se precipitó hacia la gran depresión, Luhrmann parece detectar no solo una inmejorable coartada para comentar el presente con otro viaje en el tiempo, sino para dar salida a sus pulsiones melodramáticas y a su irrevocable espíritu cool y bombástico, a toda su fanfarria visual y sonora, germen de no pocas pasiones. La novela desde luego se presta al elogio de lo efímero, al brillo ostentoso de la bisutería y las lentejuelas.

Adaptaciones sin sustancia

En la adaptación que dirigió Jack Clayton en 1974 a partir de un guion de Francis Ford Coppola (que despachó en dos semanas antes de rodar la segunda parte de El Padrino), con Robert Redford y Mia Farrow en la cumbre de sus estrellatos, había ya motivos suficientes para lamentar la sobreproducción del drama, un exceso de capas cutáneas que neutralizaban la emoción del relato y colisionaban con la controlada elegancia y la fluidez narrativa del estilo narrativo de Fitzgerald.

En verdad, los destinos del veterano de guerra y aspirante a escritor Nick Carraway (interpretado ahora por Tobey Maguire), del mujeriego Tom Buchanan (Joel Edgerton), su prima Daisy (Carrey Mulligan) y del nuevo rico Jay Gatsby en los violentos años veinte han sido objeto de múltiples adaptaciones a la gran pantalla. Al parecer, el director de cine mudo Herbert Brenon realizó una versión apenas un año después de la publicación de la novela, pero ninguna copia íntegra del filme ha sobrevivido. En 1949, otro golden-boy de Hollywood, Alan Ladd, protagonizó junto a Shelley Winters la versión de Paramount, dirigida por Elliot Nugent, pero el aspecto film noir de su tiempo tampoco pudo hacerle justicia a la sustancia dramática de una novela que no vendió más de 25.000 ejemplares en vida de su autor, y que sólo póstumamente sería celebrada por lectores de todo el mundo y estudiada en las universidades como modelo de ciertas exploraciones psicológicas en la literatura del siglo XX.

Quizá la celebración de lo efímero que retrata la novela sea el modo más elocuente de atrapar su verdadero espíritu. Quizá es desde esa perspectiva que debamos "leer" la nueva película de Baz Luhrmann, quien habría dado con la horma de su zapato, de manera que la puesta en escena se convierte directamente en el propio tema de la película. ¿Habrá atrapado así el esquivo misterio de Gatsby, las penumbras y angustias de la vida moderna, los padecimientos y el vacío del sueño americano?