Cine

Meryl Streep o la virtud del acero

La actriz norteamericana se apropia de la personalidad de Margaret Thatcher en un trabajo impresionante

6 enero, 2012 01:00

Meryl Streep químicamente perfecta como Margaret Thatcher.

En 'La dama de hierro', película de Phyllida Lloyd, Meryl Streep se hace gigante a través de un retrato condescendiente y algo tramposo de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher.

"Actuar", dijo en una ocasión Marlon Brando, "es la expresión de un impulso neurótico. Es la vida de un vagabundo". También dijo que un actor es una persona que nunca hace caso a una conversación salvo que se hable de él. Y, probablemente, en los dos casos tenía razón. Nadie tiene derecho a llevar la contraria al más grande.

Pero, ¿qué es un actor? Hitchcock no dudaba: alguien poco deseable. Le ponían del hígado. O eso ha querido la leyenda. "Cuando un actor viene a decirme que quiere discutir su personaje, le contesto: Está en el guión. Si me pregunta: ¿Cuál es mi motivación?, simplemente le respondo: Tu sueldo". Probablemente, si el sujeto en cuestión 'era' rubia, no se mostraba tan taxativo. Sea como sea, parece cierto que la misión del actor es no ser visto; esconderse en el personaje (y de la vista de Hitchcock) hasta desaparecer.

Cosa que jamás haría Brando, pero sí Meryl Streep. El mejor ejemplo es La dama de hierro. O, si hablamos de su carrera, el último, que está muy lejos de ser el único. De hecho, por más que se busque es difícil encontrar un átomo de la actriz por ninguna parte. Desaparece. Margaret Thatcher, por mucho repelús que dé, es ella. O mejor, vista la película, apenas tiene importancia quién sea o fue o pudo ser aquella primera ministra que parió el Poll Tax y hundió el Belgrano con sus más de 300 marinos dentro. Importa, duela a quien duela, la recreación químicamente perfecta de una actriz que literalmente se inventa a Margaret Thatcher.

Impresiona la forma en la que más que imitar se apropia de la dicción silbante y demasiado aguda de su personaje; el modo en que transforma los gestos ajenos en propios, y, sobre todo, la manera de coreografiar lo que bien podría ser entendido como un sistema de vida. No se trata tanto de actuar como de vivir por dentro; no se trata de un ejercicio de imitación, sino de resurrección. Marea y entusiasma.

Cierto es que, cumplido el efecto sorpresa, la película no ofrece mucho más. La idea de la guionista Abi Morgan y la directora Phyllida Lloyd es acercarnos al ser humano a la vez que nos distanciamos de cualquier juicio de lo que ese ser humano hizo o pensó. Y eso es hacer trampa, además de casi imposible. Se quiere retratar a Margaret Thatcher independientemente de cualquiera de las decisiones políticas que, por acción o superación, la convirtieron en Margaret Thatcher. Algo así como un retrato despolitizado de la gran política (guste o no) que fue. Y eso, sin duda, tiene tanto riesgo como contar la vida de Rocco Siffredi sin decir una sola vez la palabra sexo.

Confusión y pequeñez

Se trata de trenzar la vida personal y política en un juego de interacciones cruzadas donde las imágenes documentales, las ensoñaciones figuradas, lo real y lo irreal se mezclan hasta confundirse. Confusión es la palabra. En cualquier caso, la estrategia es conocida en cualquier ‘biopic' que se precie: lo que cuenta es la sensación de pequeñez. Las decisiones más graves y dolorosas tomadas desde la cocina (en sentido estricto) más modesta. La figura que emerge es por necesidad grande. No puede ser de otro modo. Una mujer decidida en un mundo de hombres indecisos. "Si quieres hablar de algo, busca a un hombre. Si quieres que ese algo se haga, busca a una mujer". Y aquí Thatcher.

Sea como sea, queda la sensación intocable y perfecta de una actriz que se niega a actuar. Desaparece. Streep es Margaret Thatcher de forma mucho más nítida, precisa, feminista y entrañable de lo que, probablemente, jamás soñó ni la propia Thatcher.