Image: Adiós al gran, al enorme, Blake Edwards

Image: Adiós al gran, al enorme, Blake Edwards

Cine

Adiós al gran, al enorme, Blake Edwards

El cineasta nos deja un sinfín de títulos que procuran al espectador, una y otra vez, infinitos placeres y sorpresas

16 diciembre, 2010 01:00

Blake Edwards tenía 88 años. Foto: AP

El director de cine, guionista y productor norteamericano Blake Edwards, autor de títulos clásicos como 'Desayuno con diamantes', 'El guateque' o 'La Pantera Rosa', ha fallecido este jueves a los 88 años en California. En 2004 recibió un Oscar honorífico en reconocimiento a toda su obra y fue candidato a una estatuilla de la Academia de Hollywood al mejor guión adaptado por 'Víctor o Victoria' (1982).

Quienes aman el cine, o simplemente la vida, están hoy de luto. Hace poco nos dejaba Berlanga y hoy lo hace el gran, el enorme Blake Edwards, creador de algunas de las películas más memorables, y divertidas, de la historia del cine. Edwards (Tulsa, 1922; Brentwood, California) deja tras de sí una larga vida y algunos títulos que los cinéfilos, y los no cinéfilos, guardan en su corazón con impagable gratitud por haber conseguido lo que pocos, muy pocos logran, divertir, emocionar, hacer pensar e incluso marcar todo un estilo y una época como sucede con Desayuno con diamantes (1961), quizá su más mítica y mejor película, en la que inmortalizó la estampa de Audrey Hepburn para redefinir no sólo los cánones de la comedia romántica, sino toda una forma de estar, de ser, de ver la vida e incluso de vestir que marcarían de una forma profunda no sólo su tiempo sino incluso el nuestro, una encuesta reciente situaba aún a la Hepburn de aquel bellísimo filme como el ideal de belleza femenina de los británicos. Un hito que contribuyó a convertir a los años 60 en quizá los más influyentes, vivaces y dinámicos de todo el siglo XX.

La clase, la elegancia, el buen gusto, un endiablado y sabio sentido del ritmo y el progresismo en el sentido más noble de la palabra son las constantes no sólo de esa película sino de un sinfín de títulos que procuran al espectador, una y otra vez, infinitos placeres y sorpresas: desde la hilarante saga de filmes sobre La pantera Rosa pasando por los infinitos matices cómicos de El guateque (1968), en la que acertaba a retratar no sólo lo que tuvieron de festivo, colorista y revolucionario aquellos años sino también, con una visión y una sensibilidad que hoy sólo podemos juzgar como visionarias, también la melancolía y la injusticia subyacente a un modelo basado en lo pop y la apariencia externa, primeros síntomas de una superficialidad que se alarga a nuestros días. Porque fueron los 60 su gran momentum, cuando además de las películas mencionadas demostró su fino olfato también en aquella dramática Días de vino y rosas (1962) en la que Jack Lemmon y Shirley McClaine ofrecen uno de los dúos interpretativos más memorables de la historia del cine como una pareja de borrachos. Desde que Edwards nos lo mostrara en toda su crudeza, el alcoholismo jamás volvió a ser lo mismo.

Excelente director pero también sagaz guionista de todas sus películas, sus grandes hitos de los 60 no ensombrecen sus otros éxitos. Respaldado por la infinita gracia de Peter Sellers, ese portentoso actor capaz de provocar no sólo la sonrisa sino la carcajada del espectador moviendo una sola ceja, se dedicó en los 70 a continuar perfeccionando su gran creación del inspector Closeau, ese policía tontorrón, despistado y tirando a desastre que, milagrosamente, solía acabar resolviendo todos los casos. No sólo hay risas, muchísimas, en esas películas, también está el poso de un profundo humanista que convierte en héroe mitológico a un hombre totalmente alejado de los cánones de virilidad y eficacia al uso, un modelo de masculinidad torpe y debilucha del que tomó buena nota Woody Allen para crear a su totémico personaje. Si duda, no podríamos hablar de Allen si antes Edwards no le hubiera marcado el camino. Esas películas, además, dieron lugar a la creación del personaje animado de la Pantera Rosa, ese animal indolente, adicto al lujo y la trampa que ha divertido durante años a generaciones.

Hay más películas memorables de Edwards. 10, la mujer perfecta (1979), fue uno de los iconos de los incipientes 80, convirtiendo a Bo Derek en el mito sexual por antanomasia de millones de hombres. Victor o Victoria (1982) sigue siendo una película sensacional en la que, avanti la lettre, jugaba a los equívocos sexuales al poner a su mujer, Julie Andrews, en la piel de una cantante de cabaret en el París de los años 40, dominado por los nazis, que debe hacerse pasar por hombre para sobrevivir. Ahí está de nuevo el Edwards visionario al marcar una ambigüedad estética e incluso ética que se dejaría notar con fuerza en años venideros. Y aunque sean películas menores comparadas con sus grandes logros, sigue habiendo gracia y toques de su imperecedero estilo en películas como Micky y Maude (1984), El gran enredo (1986) o Cita a ciegas (1987), en la que volvía a tratar el tema del alcoholismo aunque esta vez de una forma jocosa.

Aunque a Edwards, que ejerció como director, guionista, productor y actor a lo largo de su larguísima filmografía, el cine le viene en la genética según cuentan las crónicas, llegó a él por casualidad. Su padre fue director de cine mudo y su padrastro productor, sin embargo sólo comenzó a escribir guiones para la radio a través de una novia de juventud, que le enseñó un guión que había escrito y éste lo reescribió por completo. De la radio pasó a la televisión (donde, por ejemplo, escribió numerosos episodios para el show de Mickey Rooney) y de allí al cine, donde hizo su primera aparición como extra en 1942 en el filme, Diez héroes de West Point. No fue hasta el año 1948 cuando escribió su primer guión de cine, Imperio de la ley, un western absolutamente atípico en su filmografía.

Existen varias formas de homenajear a Edwards. La mejor es ver alguna de sus memorables películas. Pero uno también puede derramar una lagrimita, o dos, escuchando la bellísima canción que Henry Mancini compuso para Desayuno con Diamantes, Moon River. No hay imagen más bella y liberadora que la de Audrey Hepburn cantando, guitarra en mano, una melodía que por siempre jamás tendrá sus letras esculpidas en oro en la historia de la cultura popular. Con Edwards se ha ido uno de los grandes, de los más grandes. Y ni la Historia ni millones de huérfanos y agradecidos espectadores, le olvidarán.