Image: El reino de los cielos

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Cine

El reino de los cielos

Director: Ridley Scott

5 mayo, 2005 02:00

Edward Norton bajo la máscara del Rey Balduino en El reino de los cielos

Intérpretes: Orlando Bloon, Liam Neeson, Eva Green, Jeremy Irons. Guionista: William Monahan. Estreno: 6 mayo. 145 min.

Abordar la reconstrucción de una época tan lejana, pero tan repleta de iconos reconocibles, como la Edad Media, y en concreto las Cruzadas, es un reto que no cualquiera está en disposición de afrontar, aunque cuente para ello con el apoyo multimillonario y mastodóntico de la gran industria. Pero el cineasta Ridley Scott está acostumbrado, como deja bien patente su ya larga filmografía. Otra cosa es acertar o fracasar y en la cuenta del cineasta se puede decir que es más abultado el haber que el debe, al menos en cuanto a ese tipo de empeños se refiere. De hecho, la lista de sus películas podría dividirse entre las propuestas para reconstruir mundos y las destinadas a inventarlos. En el primer apartado entrarían obviamente Alien, Blade Runner y Legend, y en el segundo Los duelistas, 1492 y Gladiator. Que cada cual saque sus conclusiones. Para no dar grandes rodeos, conviene adelantar que El reino de los cielos no es una película perfecta, ni siquiera es una gran película, a pesar de su tamaño, pero tampoco es un fracaso completo o estrepitoso. Por encima de sus aspectos técnicos, artísticos o como quieran denominarse, resplandece una idea, nada despreciable en los tiempos fundamentalistas que corren, de conciliación, de entendimiento entre rivales irreconciliables y, por supuesto, entre culturas y civilizaciones.

Lo que no parece estar gustando mucho a los halcones del otro lado del Atlántico, tentados, como deben estar, de acusar a Ridley Scott de trabajar al servicio de Bin Laden, por la extraordinaria dignidad de la que dota a los personajes musulmanes y en primer término a Saladino, el rey que arrebató a los cruzados el reino de Jerusalén. Habrá quien se espante al pensar que de unos episodios históricos tan encarnizadamente sangrientos, desencadenados precisamente en nombre de ideas y símbolos religiosos, pueda surgir un poso de tolerancia o de mutua comprensión, si no es como flagrante tergiversación de la Historia, pero a favor de la película se puede afirmar que en general mantiene un aire de rigor, incluso detallista, fiel a los hechos, tal como los conocemos. Es del tratamiento, del grado de credibilidad, humanidad y sagacidad de los personajes, los llamados infieles en particular, de donde emanan esos estimulantes vapores.

Otra cosa es entrar a pormenorizar los ingredientes, digamos materiales, sobre los que Scott ha construido su pretendido discurso épico. La anécdota argumental, el alistamiento azaroso de un don nadie, un herrero de pueblo, en la descabellada empresa de conquistar Tierra Santa, por mucho que se reconvierta en caballero en toda regla, no deja de estar un poco cogida por los pelos. El arranque, si a eso vamos, deja la confusa impresión de que tal vez exista un capítulo anterior que desconocemos y que todo se resuelve más como un relato de acción que de aventuras. Las grandes batallas que llenan la pantalla deben casi toda su espectacularidad a esas fastuosas técnicas digitales que multiplican las multitudes y abaratan los costes de figuración, aunque desde distancias más cortas uno añore la minuciosidad artesanal de los clásicos. En el cuerpo a cuerpo, de un tiempo a esta parte, casi todas las grandes batallas se parecen, quedan reducidas a poco más que a ruido y bulto, sin posibilidad de distinguir quién mata a quién y cuántos sobreviven, hasta la secuencia siguiente. En eso El reino de los cielos cumple la normativa vigente de las superproducciones de masas a rajatabla, como también padece ese otro síndrome tan extendido de la abundancia de frases lapidarias y diálogos vocacionalmente trascendentes.

Es en la elección del reparto donde Scott está más cerca de la debacle, porque a Orlando Bloom, protagonista absoluto, dispuesto a proteger a los débiles, le falta un plus de intensidad, ese algo indescriptible que facilita que el espectador se solidarice incondicionalmente con los desafíos y los infortunios de los personajes. La misma intensidad que le sobra a Jeremy Irons, sobreactuado casi sistemáticamente, y desaparecido, no exactamente en combate, a la mitad del metraje, como parte de un reparto de peso en el mercado en el que sobresale por su belleza y por el talento que tal vez apunta, la estupenda Eva Green, como reina Sibila y apetecible compañera, a falta de móviles de otra naturaleza.