Image: E.T. se hace mayor

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Cine

E.T. se hace mayor

Vuelve a la cartelera el ingenio de Spielberg veinte años después

27 marzo, 2002 01:00

Escena de E. T.

Ya sé que es raro, pero conozco a una persona que tiene miedo de E.T. Debía de tener unos ocho años cuando asistió a la llegada del pequeño y arrugado alienígena. Para una generación (si no más) de espectadores, E.T., representó el descubrimiento de la pura magia cinematográfica. Steven Spielberg, que destacaba ya de entre los nuevos directores del Hollywood de los últimos 70, apoyado en un guión de Melissa Mathison, consiguió una combinación ganadora de elementos procedentes del acervo eterno de nuestros mitos y sueños más profundos.

Una actualización, en clave de ciencia ficción, de los cuentos de hadas, que funciona implacablemente, arrancando risas y lágrimas, conectando directamente con el imaginario colectivo... y con el amigo imaginario que todos (o casi todos) hemos tenido en nuestra infancia. Ese es, sin duda, el secreto de E.T. Rastrear los sueños y deseos infantiles de amistad, aventura y rebeldía, y proyectarlos con la perfección del cuentacuentos profesional que, además, cree en lo que cuenta. E.T., al igual que La guerra de las galaxias o que En busca del Arca perdida, pero de forma todavía más profunda, se dirige a nuestro inconsciente por medio de símbolos y arquetipos eternos, que como en todo buen cuento de hadas, pueden interpretarse en más de un sentido. De hecho, un Bettelheim o un Todorov encontrarían aquí una buena cosecha de simbolismos y metáforas psicoanalíticas o sociopolíticas. Y no cabe duda de que, por mucho que pueda parecer paradójico, Spielberg se toma muy en serio lo que cuenta. Para él, E.T. es la esencia del sentido de la maravilla que debe caracterizar al cine. Para él, y para millones de espectadores más, algunos de los cuales, están hoy haciendo cine también.

Una fábula sospechosa
Todo en E.T. está estructurado para que la pequeña criatura diseñada por Carlo Rambaldi despierte nuestra simpatía y ternura... Pero también es cierto que todo cuento de hadas puede, invertido, convertirse en historia de horror. ¿Y si E.T. decidiera utilizar sus poderes telekinéticos y telepáticos para destruir a sus enemigos? Hay cosas francamente sospechosas en esta fábula contemporánea, que utiliza el disfraz de la ciencia ficción y la mitología moderna (los ovnis, los agentes del gobierno, la ciencia, etc.), para, en realidad, ofrecernos una vieja, vieja historia. Quizá, la de un misterioso extranjero procedente de otro mundo, poseedor de poderes inefables, portador de valores trascendentes (el amor, la amistad, la igualdad...), perseguido e incomprendido, que muere y resucita, para volver a elevarse al reino de los cielos.

No es ninguna novedad hacer una lectura críptica de E.T. No me cabe duda de que, tratándose de Spielberg, los elementos netamente judeocristianos y bíblicos de la historia no son en absoluto casuales. Y resulta muy significativo que, frente a esa tradición sanamente pagana de los mejores cuentos de hadas modernos (piénsese en los mundos delirantes de la Alicia de Carroll o el Peter Pan de Barrie), Spielberg parezca situarse en la corriente cristiana de, por ejemplo, C.S. Lewis y sus libros de Narnia o, incluso, Tolkien y sus pequeños pero heroicos hobbitts.

Ahora, veinte años después, E.T. vuelve a las pantallas... Es decir, resucita de nuevo. Y lo hace con añadidos y variaciones que se adaptan a la corrección política actual: los policías cambian las pistolas por walkie-talkies, y la palabra "terroristas" es sustituida por la mucho más inofensiva (ahora) de "hippies". Hay nuevas escenas, y la propia criatura ha sido rediseñada por medio de la infografía, para que resulte más realista y agradable.

Quizá, hoy, ya no dé miedo a ningún niño. E.T. vuelve y, como todo Evangelio, se desvela como un palimpsesto que se reescribe para cada momento, que cuenta su "verdad" adaptándola a los tiempos que corren. Ahora es cuando a mí, E.T., me da miedo. O quizá sea Spielberg, el genuino flautista de Hamelin de Hollywood, quien me lo da. Pero, sea como sea, creo que siempre he amado más al Alien de Giger que a E.T.