En el principio fue la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). Creada en 1907 dependiente del Ministerio de Instrucción Pública, estuvo vinculada a la Institución Libre de Enseñanza y fue el cimiento sobre el que se construiría después, en 1939, y con una coyuntura ideológica muy diferente, el CSIC. Iniciaba así su trayectoria, en paralelo al francés Centre Nationale de la Recherche Scientifique (CNRS), la institución más sólida y longeva de nuestra investigación. A punto de cumplir 82 años, el próximo 24 de noviembre, una nueva colección, Historia del CSIC, abre camino editorial con El Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Una ventana al conocimiento (1939-2014), un riguroso volumen escrito por José Manuel Sánchez Ron que Rosa Menéndez, presidenta del CSIC, presentará el próximo día 14 en la Feria del Libro de Madrid.

“Habría que hacer honor al legado de Cajal conservándolo adecuadamente y creando un gran museo”. Sánchez Ron

Rosa Menéndez (Cudillero, Asturias, 1956) tiene un currículum a prueba de nuevos materiales. Es doctora en Químicas por la Universidad de Oviedo, ha participado en más de 30 proyectos de investigación, publicado 200 artículos y es autora de diez patentes. Sus últimos trabajos están orientados a la aplicación del grafeno en biomedicina y almacenamiento de energías.

Sánchez Ron (Madrid, 1949), bien conocido por nuestros lectores, además de historiador de la ciencia, académico y autor de una larga lista de libros, añade estos días a su recorrido por las entrañas del CSIC una biografía del físico Blas Cabrera (editada por Catarata, la Real Sociedad Española de Física y la Fundación Ramón Areces) y La vida de la ciencia y la ciencia de la vida, un compendio de textos basados en su mayor parte en la sección ‘Entre dos aguas’ de estas páginas que publicará Nórdica en noviembre.

Unidos por la misma pasión científica, aunque no por las mismas opiniones, conversan para El Cultural sobre el irregular pulso que ha mantenido nuestra ciencia a lo largo de los años y de los desafíos que aún tiene por delante un organismo como el CSIC, incuestionable cabeza visible de cuanto se mueve en nuestros laboratorios.

Pregunta. ¿Qué disciplinas han impulsado y consolidado más al CSIC como fuente de conocimiento?

Rosa Menéndez. Todas. Creo que una de las riquezas del CSIC es que permite realizar proyectos multidisciplinares complejos como el cambio climático, la transición energética o el envejecimiento. Por eso, cuando hemos abordado la pandemia hemos podido unir a virólogos con demógrafos o a especialistas en microelectrónica con biólogos moleculares…

José Manuel Sánchez Ron. Han sido varias. Entre ellas, la edafología, el estudio de los suelos, la especialidad de José María Albareda, la bioquímica de Alberto Sols, la biología molecular de Antonio García-Bellido, de Margarita Salas o Ginés Morata y los estudios clásicos reflejados en colecciones como Alma Mater.

P. ¿Qué le falta al CSIC en estos momentos?

J.M.S.R. Lo mismo que al conjunto de la ciencia española: seguridad y generosidad en la financiación pública. El CSIC combina, más que cualquier otra institución pública, el cultivo de la ciencia básica. De la aplicada debería ser paradigma de lo que significa la I+D+i.

R.M. Autonomía de gestión. La sociedad confía en el CSIC como institución pero necesitamos más margen de maniobra para poder agilizar nuestro día a día. Se nos exigen muchos controles administrativos que pueden tener todo el sentido en otros ámbitos pero aquí ocupan una parte importante de tiempo y de recursos.

P. ¿Se percibe ya la tan ansiada flexibilización en su estructura?

R.M. Siento decir que no. De hecho, más que en la estructura es en la normativa donde necesitamos imperiosamente esa flexibilidad. Satisfacer todos estos requerimientos tiene un coste cercano al 30 por ciento de recursos. Ninguna institución competitiva lo puede asumir. Y no es un problema exclusivo del CSIC.

J.M.S.R. Para conseguir “flexibilización” en una institución, ya sea el CSIC o la Universidad, sus órganos de gobierno deben poseer la suficiente independencia con respecto al personal de plantilla –que aspira, razonablemente, a la estabilidad– y disponer del asesoramiento internacional adecuado con el fin de que no se vea sometido a “influencias internas”. La investigación es fluida y cambiante, por eso es preciso adecuarse a unos cambios que los gobiernos deben fomentar y proteger, iniciativas que raramente se han producido.

P. ¿Cuál debería ser entonces la relación del Gobierno de turno con el CSIC?

J.M.S.R. La única forma en que los gobiernos –y no pienso solo en el central, también en los autonómicos– deben inmiscuirse es vigilando que los resultados se ajusten a las previsiones y al esfuerzo económico. Asumo que también pueden dar preferencia en algunos casos a temas específicos, de interés nacional siempre, eso sí, sin olvidar la ciencia básica.

R.M. El CSIC, como el Gobierno de España, está al servicio de la sociedad. Colaboramos con este fin. Me gusta destacar cómo nos orientamos desde hace ya tres años a los Objetivos del Desarrollo Sostenible y cómo esa línea de actuación coincide plenamente con la del Gobierno.

“Al CSIC le falta autonomía de gestión. Necesitamos más margen de maniobra para agilizar nuestro día a día”. Rosa Menéndez

P. Otra relación complicada es con el sector privado. ¿Es buena, mejorable, mala?

J.M.S.R. La relación entre la investigación científica privada realizada en universidades e instituciones públicas como el CSIC y el sector privado es la gran asignatura pendiente de la ciencia española. El CSIC debería ser ejemplo en la mejora de esta relación. Se está produciendo, pero con lentitud.

R.M. Sabemos que es una relación que puede funcionar, pero también somos conscientes de lo complicado que es llegar a una confianza mutua. La relación no puede ser en ningún caso exclusiva, debe estar abierta desde el sector público. Conjugar intereses y objetivos es difícil. Aun así, en el CSIC tenemos magníficos ejemplos de colaboración público-privada.

P. El tercer punto de apoyo sería la sociedad. ¿Llega su actividad, sus logros, al gran público?

R.M. Durante la pandemia, la visibilidad del CSIC y del trabajo de sus científicos ha aumentado considerablemente. Llevamos años invirtiendo en difusión y divulgación. A la sociedad le debemos nuestra rendición de cuentas porque es la usuaria final del conocimiento.

J.M.S.R. La sociedad española está insuficientemente informada sobre lo que se hace en ciencia en España pero el CSIC no es la peor institución en este sentido. Se esfuerza por extender la cultura científica en nuestro país y ahí están, por ejemplo, iniciativas como la magnífica colección ¿Qué sabemos de? que edita Catarata.

Uno de los mayores activos de esta mastodóntica Agencia Estatal adscrita al Ministerio de Ciencia e Innovación son sus más de cien centros distribuidos por toda la geografía, la gestión de infraestructuras como los buques oceanográficos, la Base Antártica, la reserva de Doñana, la Sala Blanca del Centro Nacional de Microelectrónica o el Observatorio de Calar Alto y su misión de asesoramiento al estado, reforzada con la incorporación, en abril de este año, del INIA (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria), IGME (Instituto Geológico y Minero de España) e IEO (Instituto Español de Oceanografía).

P. ¿Hay suficientes sinergias entre estos centros en un mundo, el científico, que exige cada vez más el trabajo interdisciplinar?

J.M.S.R. Efectivamente, la ciencia es cada vez más interdisciplinar. Necesariamente. Tanto desde el punto de vista de la creación de nuevos conocimientos como de su relevancia y aplicabilidad socioeconómica. Sin embargo, la colaboración entre disciplinas, aparentemente diferentes, no se ha implantado demasiado en España. Y el CSIC no es, creo, una excepción.

R.M. Trabajamos para fomentarlas. Es la única forma viable para afrontar los retos científicos de nuestra agenda. Las Plataformas Temáticas Interdisciplinares, las recientes Redes Científicas y la elaboración del Libro Blanco, entre otras, son algunas iniciativas con las que hemos querido favorecer estas colaboraciones. Somos capaces de combinar Inteligencia Artificial con tecnología cuántica y aplicarla a la biología molecular; nuevos materiales con robótica y ciencias del comportamiento. Los grandes retos del siglo XXI van a ser así.

P. ¿Qué papel debe jugar el CSIC en la nueva economía?

J.M.S.R. Debería ser una pieza fundamental, por la sencilla razón de que no tiene que cumplir tareas docentes. Su función principal es la de investigar (I) aunque debe tener un ojo puesto en el desarrollo (D). La innovación (i) es otra cosa, en la que las empresas son las protagonistas principales.

R.M. La ciencia es la industria de este siglo. El conocimiento ha pasado a ser el valor de referencia. El CSIC debe jugar un papel importante pero, como decía anteriormente, para ello debe mejorar su colaboración con el sector privado de modo que no se pierda ni un solo avance y todos se conviertan en un bien social.

P. ¿Tiene el CSIC una deuda pendiente con Cajal y su legado?

J.M.S.R. Sin duda alguna. Por diversas razones, el CSIC atesora una parte importante del legado de Ramón y Cajal: correspondencia, dibujos, preparaciones histológicas, fotografías e instrumentos como microscopios. Habida cuenta de que Cajal es el científico más importante de la historia de España, y el único que forma parte del reducido grupo de los grandes investigadores de todos los tiempos, el CSIC debería hacer honor a ese legado conservándolo adecuadamente y construyendo un gran museo con sus materiales, además de poner a disposición de los investigadores esos fondos, algo que en absoluto ha sido fácil.

R.M. La investigación en neurociencia ha sido y es una prioridad en la agenda del CSIC. El nuevo Centro en Investigaciones en Neurociencias Cajal, en el campus de la Universidad de Alcalá, es el mejor ejemplo de cómo se prioriza la investigación en esta área y un justo reconocimiento a la labor realizada por Santiago Ramón y Cajal.

@ecolote