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Ciencia

La geología y su "revolución silenciosa"

Sánchez Ron pone el foco en la geología como fuente de conocimiento del ser humano a través del trabajo divulgador científico Lewis Dartnell.

31 mayo, 2019 19:34

No recuerdo haberme ocupado en estas páginas de la geología, y si lo hice fue marginalmente. Sin embargo, se trata de una ciencia con la que tenemos una relación particularmente cercana: vivimos, se podría decir, sobre sus hombros. En otras palabras, la geología tiene como uno de sus fines el estudio del globo terrestre, su naturaleza, formación y evolución, así como la disposición actual de las materias que lo componen. Es tanta su cercanía que con frecuencia no le damos la importancia que merece… salvo cuando se produce un terremoto. Me ha recordado esa "cercanía" un libro publicado recientemente por el Instituto Geológico y Minero de España y la editorial Catarata: Palabrero geológico, de Juan José Durán Velasco, y subtitulado ‘Topónimos y nombres de uso común relacionados con la geología en España’. A lo largo de sus páginas nos encontramos con la abundancia de términos cuyos orígenes se hallan en el habla popular, palabras como: Cascahuesos, "Suelo cuarteado en la marisma de Doñana (Huelva) donde han quedado impresas las huellas del ganado. Una vez se han secado, se hace difícil su tránsito a pie desnudo", o Perdigones: "Denominación popular para pequeñas concreciones esféricas de pirita, habitualmente alterada a limonita, que se encuentran en las areniscas del flysch [conjunto de rocas sedimentarias en el que se alteran las capas de rocas duras con otras blandas] del Campo de Gibraltar (Málaga, Cádiz), frecuentes en el término municipal de Cores de la Frontera". Pero el significado geológico de muchas de esas palabras es cada vez más desconocido para los hablantes, quedando enquistadas únicamente en algunos nombres de lugares: Hacho de Montejaque (Málaga), Flecha de El Rompido (desembocadura del río Piedras, Huelva), Poyato de las Cabras Montesas (sierra de Libar, Montejaque)… Un destino este, el del olvido, que va a la par con el abandono del campo, con las ciudades albergando cada vez más una mayor parte de la humanidad.

Junto a este origen, digamos, castizo de los nombres, la geología también se distingue por haberse esforzado en mantener una tradición que está desapareciendo en la ciencia: la de construir nuevos términos (neologismos) sobre raíces griegas, raíces que entre otros atractivos incluyen cierta facilidad para recoger esos neologismos en las lenguas occidentales, así como la neutralidad que transmiten con respecto al significado de los fenómenos que expresan. Así, en el tercer tomo de sus Principles of Geology (1833), Charles Lyell, a quien se puede adjudicar el mérito de sentar las bases de la geología moderna, propuso dividir el Terciario (conocido ahora como Cenozoico, era geológica que se inició hace 66 millones de años y que llega hasta la actualidad) en tres series: el Eoceno (del griego eos, aurora, comienzo, y kainós, reciente), Mioceno (de meios, menos, reciente) y Plioceno (de pleios, más, reciente), nomenclaturas que aún persisten (Cenozoico deriva de kainos, nuevo, y zoe, animal o vida; esto es, "animales, o vida, nueva").

Como todas las ciencias, la geología tiene sus "héroes", y Lyell es uno de ellos. Pero esos héroes o, mejor, protagonistas principales, son mucho menos conocidos que los de ciencias como la física, la química o la biología. Semejante desconocimiento llega al extremo de que con frecuencia se olvida resaltar la que podríamos denominar "revolución silenciosa" que se produjo en la geología durante el siglo XX, la que condujo a la denominada Tectónica de placas. El origen principal de esta teoría procede de las ideas del meteorólogo, geofísico y explorador polar (falleció en 1930 durante una expedición a Groenlandia) alemán Alfred Wegener, quien argumentó – especialmente en un libro que publicó en 1915, El origen de los continentes y océanos– que los continentes se mueven, que hace alrededor de 250 millones de años los bloques continentales que hoy conocemos estaban agrupados en un gran continente, al que denominó Pangea. Más adelante, hace entre 208 y 144 millones de años, apareció la primera fisura entre Europa y África, iniciándose un proceso que ha conducido a la geografía continental actual. El problema de Wegener es que carecía de una explicación para semejante movilidad. Para disponer de ella hubo que esperar a después de la Segunda Guerra Mundial y al avance experimentado por la investigación oceanográfica, impulsada por el deseo de las grandes potencias de conocer la geografía y geología de los fondos marinos. No hay que olvidar la importancia política y militar que poseían los submarinos, convencionales o nucleares, que hicieron de los océanos un potencial frente bélico durante la Guerra Fría.

"Somos hijos de la tectónica de placas. algunas de las mayores ciudades se asientan sobre fallas tectónicas".
Lewis Dartnell (Orígenes)

Analizando fenómenos como la actividad sismológica de los fondos marinos, los flujos caloríficos en las fallas y dorsales oceánicos y las anomalías magnéticas a ambos lados de éstas, en la década de 1960 se elaboró la mencionada Tectónica de placas, según la cual no son solo los continentes los que se mueven, sino zonas más extensas de la corteza terrestre ("placas") que incluyen asimismo parte de los océanos. Las placas (seis grandes y varias más pequeñas) se mueven sobre estratos más profundos, siendo la fuerza motriz lentas corrientes de magma viscoso (material fundido que existe en el interior de la Tierra), generado gracias al calor que procede del núcleo terrestre. Es en las fronteras de esas placas donde la actividad volcánica y sísmica es más pronunciada. No obstante este peligro, tal como se explica en un libro que acaba de publicarse, Orígenes. Cómo la historia de la Tierra determina la historia de la humanidad (Debate), de Lewis Dartnell, "somos hijos de la tectónica de placas. En la actualidad, algunas de las mayores ciudades del mundo se asientan sobre fallas tectónicas". La razón es que muchas de las primeras civilizaciones de la historia surgieron a lo largo de los límites de las placas que constituyen la corteza terrestre. Y esto fue así porque las tensiones tectónicas en los límites entre placas crearon a menudo manantiales de agua, ese bien imprescindible y tan ansiado por los humanos.

Seguramente ustedes, apreciados lectores, habrán encontrado al menos una limitación en lo que acabo de exponer: la muy evidente de que, junto a la geología terrestre a la que me he estado refiriendo, se encuentra en auge una geología planetaria. Es verdad, y se han producido novedades muy interesantes en esa rama. La semana que viene me ocuparé de ellas.