El Madrid Foot-Ball Club saluda con el puño en alto en un partido celebrado en 1937 como homenaje a la 21ª Brigada Mixta republicana.

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'Futbolítica', cuando el Madrid 'convivía' con el PCE y el Barça con Franco

Ramón Usall analiza la singularidad política de 23 equipos de todo el mundo, incluidos los dos gallos del fútbol español, que han demostrado cintura para adaptarse a los regímenes políticos imperantes

Alberto Ojeda
4 enero, 2022 10:46

"La guerra es la continuación de la política con otros medios", decía el militar prusiano Karl von Clausewitz. "La guerra es la continuación de los negocios con otros medios", le matizaba Bertolt Brecht. "El fútbol es la continuación de la guerra y los negocios con otros medios", podríamos añadir, forzando el silogismo. Ciertamente, el balompié, aparte de ser hoy un suculento pastel financiero, con un peso notable en los mercados bursátiles, es un mecanismo en gran medida inocuo para dirimir -"con otros medios"- enemistades enquistadas en la historiografía. Al contrario que un avance con artillería pesada o un bombardeo aéreo, que 22 tipos se disputen una esfera de cuero durante 90 minutos no origina víctimas, más allá de alguna visita a la enfermería por mor de un codazo o una tarascada a destiempo. Bendito fútbol pues, que constriñe los efectos colaterales de la política a un rectángulo de hierba donde la autoridad se aplica a toque de silbato según unas reglas precisamente codificadas.

Es verdad que los odios enquistados a veces se descontrolan más allá de ese ámbito. Me refiero a las gradas o los aledaños de los estadios, donde, por desgracia, la violencia puede cundir (cunde, de hecho). Pero parece exagerado imputar a un partido el origen de un conflicto bélico, como venía a decir Kapuscinski que pasó con el choque entre Honduras y El Salvador de 1969, o como se ha consensuado en relación al derbi yugoslavo Estrella Roja-Dínamo de Zagreb de 1990, durante el que Boban lanzó la famosa patada voladora a un policía, agresión considerada como el hito inicial de las hostilidades en los Balcanes. Lo normal, de hecho, es lo contrario. Es decir, que la rivalidad se ponga en escena durante un rato (los mencionados 90 minutos reglamentarios) y luego todos a casa, a seguir viviendo vidas afortunadamente rutinarias y pacíficas, mediocres en general, enmarcadas dentro del Código Civil, el Penal, el de Comercio y el resto del ordenamiento jurídico. Fútbol como espita por la que desfogar efímeramente inquinas y enconos.

El jugoso libro Fútbolítica (Altamarea) del sociólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona Ramón Usall nos ofrece buenos ejemplos de su poder paliativo para tensiones sociales de diversa índole. Tenemos la tensión de clase, como la que dividió históricamente a los seguidores del Torino, más bien proletarios, y los de la Juve, más bien pertenecientes a las élites burguesas que simpatizaban con los propietarios de la todopoderosa Fiat, regidores asimismo de los destinos de la Vecchia Signora (léase familia Agnelli). Esta estratificación de los tifosi también era identificable en capital italiana, donde los fortines de la Roma se encontraban en los barrios populares y los de la Lazio en las áreas residenciales más periféricas y en los pueblos de la región. Milán, el epicentro financiero del país transalpino, no era una excepción en esto. Allí el A.C. Milan, que eclosionó en Europa con el auspicio de Berlusconi, acaparaba el cariño de los obreros, los casciavit ('destornilladores' en italiano), mientras el Inter atraía más a las clases acomodas.

Es llamativo que en Italia estuvieran tan determinadas las filiaciones futboleras según la cuna en que nacieras. Es quizá el lugar donde más claro se percibe este fenómeno fragmentario, que encontró en los años 70, anni di piombo, su expresión más cruenta. Hay que decir, no obstante, que la división por capas está bastante diluida en la actualidad. Por ejemplo, en Turín, los cientos de miles de terroni que afluyeron en busca de trabajo a las fábricas norteñas durante los 50, 60 y 70 abrazaron -¿síndrome de Estocolmo?- la fe bianconera, que luego expandieron por la Italia meridional y empobrecida. Por eso los futbolistas de la Juve se sienten muchas veces más arropados cuando juegan como visitantes. Y por eso también el nuevo estadio que se construyó es tan pequeño para una urbe como Turín y un club tan laureado (el que más scudetti atesora de todo el país, con diferencia). Inaugurado en 2011, tiene apenas 41.000 localidades porque los turineses de pura cepa prefieren el color granate del Toro.

Pero vayamos a otras latitudes para seguir analizando más modalidades de tensiones al hilo de Futbolítica. Ahí está la religiosa, que enfrentaba a los seguidores (católicos y nacionalistas irlandeses) del Celtic de Glasgow con los del Rangers (protestantes y unionistas), que alcanzó su pico durante los Troubles. O la tensión colonial: como la que protagonizaron durante la dominación francesa de Argelia el Racing Universitario de Argel (conformado por pied noirs estudiantes, incluido el mismísimo Albert Camus, que defendió la portería del juvenil) y el Moloudia Club, el equipo musulmán más popular de la capital argelina. La segmentación era nítida. Y eso que el Estado francés promocionó el mestizaje en las filas de ambos para rebajar el sentido de pertenencia de la gente a uno y otro. Pero las medidas en sentido no cuajaron. Lo prueba que el RUE sufrió incluso un atentado durante la Batalla de Argel, en 1957. El FLN colocó una bomba en el estadio El-Biar mientras jugaba contra el Sporting Club Universitario.

Franco en el Camp Nou

Franco en el Camp Nou

En España también cuecen habas, claro. Pero la rivalidad 'territorial' entre Real Madrid y Barça parece de menor calibre si las comparamos con las anteriormente enunciadas. Al fin y al cabo, es un mero pique de los primeros equipos de las principales ciudades del país. Es normal que dos gallos en un mismo corral se líen a picotazos de vez en cuando. Una estúpida disputa testosterónica -la de las dos ciudades- que no lleva a ninguna parte pero que es inevitable por su naturaleza de machos alfa. Usall, sin embargo, se retrotrae a la Guerra Civil y al franquismo, un periodo histórico que envenenó la convivencia en España y que todavía no hemos conseguido cerrar como es debido (la verdad es que a muchos, sobre todo de los flancos ideológicos más extremos, no les viene bien hacerlo porque el emponzoñamiento les ofrece coartadas, de ahí que se resistan a poner el punto final. No me refiero a familiares con muertos todavía en las cunetas, conste).

Entonces el Barça fue, como describía algo ampulosamente Vázquez Montalbán, "el ejército desarmado de un país con la identidad aplastada" (la guerra con otros medios). Los colores azul y grana representaron los anhelos de libertad de parte de la sociedad catalana. No cabe dudar de ello pero tampoco hay que soslayar que el club también ‘convivió’ con Franco, beneficiándose de recalificaciones de los terrenos de sus estadios, otorgando medallas e insignias al Caudillo… El régimen utilizó asimismo el fichaje de Kubala como propaganda anticomunista y, al parecer, contribuyó a agilizar el complejo papeleo de la adquisición de un jugador que había escapado del otro lado del Telón de Acero. Además, cuando el Barça había ganado ya cinco ligas en los primeros 15 años de franquismo, el Madrid no había cosechado ninguna durante ese lapso.

Al repasar el palmarés, me topo de nuevo con el triste hueco que dejó el conflicto del 36: tres temporadas en blanco por culpa de aquel maldito aquelarre. Una etapa en la que el Real Madrid, nos recuerda Usall (y en su día Julián García Candau), estuvo presidido por Antonio Ortega, coronel republicano y militante del PCE. Cercano al general Miaja, se distinguió por su labor en la contención de los nacionales a la altura de Ciudad Universitaria en la Batalla de Madrid. En medio de las hostilidades, ocupó dos cargos muy relevantes. Fue director general de Seguridad en el gobierno de Negrín (Hugh Thomas le imputa el arresto de los principales líderes del POUM, incluido Andreu Nin). Y también fue nombrado presidente del Madrid Football Club, nombre del Real Madrid durante la República, tras la toma del control de la entidad por parte de la Federación Cultural y Deportiva Obrera. Los comunistas no querían dejar fuera de su ámbito de influencia una institución que tenía casi seis mil socios y un estadio con capacidad para 22.000 personas.

La visibilidad de ambos puestos le perjudicó cuando cayó en manos de Franco, al término de la contienda. No pudo embarcarse en Alicante para huir y acabó recluido en el castillo de Santa Bárbara, donde le ejecutaron con garrote vil el 15 de julio del 39. Hoy su nombre no aparece en la relación oficial de presidentes del club merengue. Una ausencia curiosa. Y acaso innecesaria. No sé a qué razón se deberá. ¿A qué fue impuesto al margen de los estatutos del club? Lo que está claro es que Madrid y Barça han tenido que manejarse en las distintas marejadas políticas del país y mantenerse a flote. La historia de ambos es larga y sinuosa. En lo deportivo y en lo político.

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