Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Los infiernos familiares de Penelope Mortimer

25 septiembre, 2014 12:30

Libros del Asteroide ha rescatado para nosotros al gran John Mortimer (1923-2009), y parece que ahora le va tocando el turno a la primera esposa del autor de Un paraíso inalcanzable, la periodista, escritora y guionista Penelope Mortimer (1918-1999), de quien Impedimenta acaba de publicar El devorador de calabazas (1962), con traducción de Magdalena Palmer.

Los Mortimer (ella, de soltera, Fletcher) hicieron muchas cosas juntos: tuvieron un par de hijos, escribieron un libro de viajes y firmaron el guión de una extraordinaria película de terror psicológico (El rapto de Bunny Lake, de Otto Preminger), realizada en 1965.

La escritura de los Mortimer tiene mucho en común: un humor corrosivo que no deja títere con cabeza, la sonora brillantez de los diálogos, una furia iconoclasta que se lleva por delante, muy especialmente, las relaciones de pareja y familiares y, en conjunto, los hábitos y costumbres de la clase media británica, dejando un rastro de dramático patetismo. Esto se comprueba en El devorador de calabazas.

Como también se comprueba que los veintidós años de vida en común de los Mortimer, entre 1949 y 1971, plagados de crisis, broncas e infidelidades por ambas partes, inspiraron algunos de sus relatos y, muy en particular, El devorador de calabazas, en el que Penelope–apenas emboscada en el personaje de la señora Armitage, un ama de casa angustiada y deprimida que sólo atina a desear tener más y más hijos- se soltó la melena contando las enfermizas miserias domésticas de su relación con John, apenas disimulado –mujeriego, bebedor, irritable- en la figura del marido de su ficción, el guionista Jake Armitage.

Lo deja claro Penelope en el colofón de su novela, narrada en primera persona: “Algunas de las cosas que os he contado han pasado y otras fueron solo sueños. Aunque todas son verdaderas, según lo que entiendo yo por verdad. Todas son reales, según lo que entiendo yo por realidad”. El matrimonio de los Mortimer –gente de manga ancha con propensión a disfrutar de su cocimiento a fuego lento en su propia y sabrosa salsa- todavía se prolongó nueve años después de la edición de El devorador de calabazas, adaptada al cine con guión de Harold Pinter y con dirección de Jack Clayton en 1965. Y con Anne Bancroft en el papel de la señora Armitage, y con el significativo título en castellano de Siempre estoy sola.

Escrita por una mujer y contada por su protagonista femenina, es interesante comprobar cómo Penelope Mortimer acoge el punto de vista de su antagonista masculino. Por ejemplo, en esta explosión de ira del señor Armitage: “Te importo un carajo y lo sabes. ¡Cállate! Yo no te importo, lo único que te importa es que se paguen las facturas. Y los malditos niños, ese puto batallón de niños que se supone debo mantener y por los que trabajo hasta dejarme la piel para luego ni poder bañarme en paz, ni disfrutar de una comida de mierda sin tenerlos lloriqueando y babeando por la mesa, sin ni siquiera poder acostarme contigo sin que uno de ellos se entrometa. Si yo te importara, intentarías entenderme, ¿no? Vale, ¡soy un cabrón! Vale, ¡te trato mal! Pero ¿qué crees que saco yo de esta aburridísima vida familiar tuya? ¿Qué pinto yo aquí?”

Sea cual sea el motivo y el sumario de las discusiones de pareja, cualquiera diría que –amén del consabido “no te importo”- siempre tiene que aparecer el mismo meollo: no me entiendes, no haces nada por entenderme. ¿Nadie entiende a nadie?, ¿no hay modo de entenderse entre hombres y mujeres? Suele –o solía- decirse de las parejas duraderas: es que se entienden muy bien. Amarse y entenderse. ¿Es ésa la fórmula?

 

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