Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Jonás Trueba, el cine y la vida

23 julio, 2013 02:01

Los límites entre los géneros literarios continúan saltando por los aires. También, incluso, los límites entre las distintas disciplinas artísticas. Las ilusiones (Periférica) se presenta en sus cubiertas como una novela. No creo que lo sea, pero ni voy a argumentar en contra, ni voy a definir –y menos ahora- el posible ancho campo de una novela. Lo que vale es la afirmación de su autor, Jonás Trueba, que ve Las ilusiones como una novela. ¿Y un poema?, ¿y un ensayo?, ¿y un dietario? Podría serlo también. ¿Y una película? ¡Por supuesto! De hecho, Las ilusiones es un libro lleno de imágenes y de movimiento.

Además de haber dirigido dos películas interesantes –Todas las canciones hablan de mí (2010) y Los ilusos (2013)-, Jonás Trueba se ha convertido en uno de los mejores escritores de cine de España, como lo demuestran sus entregas en el blog El viento sopla donde quiere de “elmundo.es”.

Los cineastas de la “Nouvelle Vague” apostaban por una estrecha relación entre el cine y la literatura. Truffaut amaba por igual los libros y las películas. Y las mujeres.

El narrador de Las ilusiones podría ser un Jean-Pierre Léaud de nuestros días. O, lo que es lo mismo, un Antoine Doinel en dubitativo proceso de maduración y de elección, de tránsito entre una juventud prolongada y la inevitable edad adulta.

Las ilusiones son el carné de notas de un chico que se propone hacer una película y va apuntando todo lo que se le ocurre, generalmente al hilo de su vida. También quiere hacer una película sobre la vida, la suya y la de sus amigos. Y toma nota, pues, de escenas, personajes, nombres, citas de charlas, lecturas y filmes, de todo lo que vive, pasa por su cabeza y sale a su encuentro que pueda ser útil para la película que se propone hacer.

Esa estructura fragmentada, con idas y venidas, con vacilaciones y rectificaciones, acoge tanto reflexiones –a veces aforísticas- como trasuntos de versos sueltos, y todas esas partes se integran en un todo que habla de cómo vivir y querer vivir, de la vida y del cine. Porque la vida tiene que tener cine y el cine tiene que tener vida. Tener y ser. La vida tiene que ser cine y el cine tiene que ser vida.

Pero el narrador busca y tantea, y no es de extrañar que se contradiga o, al menos, que se asome a paradojas. Pero las paradojas –y similares- contienen no pocas veces la superación de las contradicciones.

Escribe el autor sobre su futura película: “Podría empezar en un tiempo varado, en rutinas ajenas, una chica, un piso compartido, los amigos, el cine. Un momento en la vida. Amigos jugando, una conversación nocturna, un bar, una fiesta. Una chica. Una película sobre el cine debería tener todas esas cosas. Mucho de la vida, poco del cine. El cine es sobre todo esa vida”.

El cine es sobre todo esa vida”. Truffaut se preguntaba sobre el cine y la vida, sobre la dificultad de elegir entre el uno y la otra, sobre si el cine era superior a la vida o viceversa. Lo hizo, por ejemplo, en “La noche americana”. Pero la pregunta era, en el fondo, retórica. El cine es sobre todo esa vida. A lo que se puede añadir: la vida es sobre todo ese cine.

 

 

 

 

 

 

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