Un momento de 'Opening Night', de La Veronal. Foto: May Zircus & TNC

Un momento de 'Opening Night', de La Veronal. Foto: May Zircus & TNC

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'Opening Night': las entrañas de la función teatral

El espectáculo de La Veronal, dirigido por Marcos Morau, se desarrolla en la cara oculta del escenario, donde solo actores y técnicos suelen transitar

19 febrero, 2022 01:47

La Veronal vuelve a Madrid con Opening Night, espectáculo de teatro-danza que tiene lugar en la cara oculta del escenario, en el backstage que solo actores y técnicos suelen transitar. La obra hace de este espacio un lugar misterioso, habitado por figuras fantasmagóricas y extrañas, las de los personajes de ficción que han sido representados y abandonados por los intérpretes. Con esta idea de partida, el director y coreógrafo Marcos Morau concibe una pieza potente, técnicamente exigente para sus bailarines de extraños y prodigiosos cuerpos de goma. La obra ha agotado entradas en Condeduque.

En un inicio creí que Opening Night, como homenaje a los artífices del teatro, sería otra más de la eclosión de obras que llevamos esta temporada sobre el tópico de la vida como un teatro. El título es un guiño a la película de John Cassavettes, que ha tenido una gran influencia en Morau. Con una escenografía (Max Glaenzel) que nos muestra la desnudez técnica del escenario vacío, con sus interruptores, puertas, focos y cables, la metateatralidad no funciona en el sentido de desverlarnos los mecanismos de elaboración del espectáculo.

Siendo una representación fascinante, no ofrece una visión dislocada de la realidad y de la ficción salvo en dos momentos: al comienzo, cuando la actriz Mònica Almirall hace su entrada con un gran ramo de rosas, representa el papel de una actriz premiada que agradece en francés la labor de los artistas que levantan el telón cada noche y luego, cuando caen los telones, vemos unos disparos de flash sugiriendo la presencia de fotógrafo.

El segundo momento tiene lugar cuando ya hemos entrado en la dinámica del espectáculo y hay unas representaciones que se cuelan en un segundo plano —a través de puertas y escotillones que se abren y cierran— del aparejo escénico, ya que éste reproduce la parte trasera del escenario.

En este espacio la obra funciona como sucesión de escenas protagonizadas por bailarines, se presume que son los técnicos del teatro y los actores, los que mueven la maquinaria de ilusiones. Son de una sorprendente ductilidad y se comportan de forma independiente del posible espectáculo que, imaginamos, pueda estar representándose.

Lo que vemos es una muestra de coreografías marcadas por la personalidad y maleabilidad de los bailarines, que mueven sus cuerpos en un código poco humano, a veces circense por sus alucinantes contorsiones, estilo de su vocabulario corporal marca Veronal que denominan kova.

Hay coreografías que recuerdan el Café Müller de Pina Bausch (la de las sillas, ejecutada con precisión y velocidad por Lorena Nogall, una bailarina excepcional que la remata al ritmo de Tico Tico). Hay otras en las que en dúos ofrecen transformaciones antropomórficas fascinantes, movimientos mecánicos logrando posturas corporales inimaginables, extrañas figuras de ciencia-ficción nada orgánicas. Juegan con un atrezzo mínimo: un abanico, un carrito, una prenda de vestuario. Nuria Navarra se quita y se pone sus pantalones y su chaqueta y compone un bestiario de extrañas figuras o fantoches. Hay resonancias teatrales: escenas casi vodevilescas con escotillones que se abren y cierran, bailarines arrastrando un piedra como Sísifo, el elenco asido a un piano de cola que entra en escena.

El misterio en escena

Y todo con una puesta en escena calculada, presidida por el negro, pues tanto el vestuario como la iluminación están ideado para dejar intuir, no para ver. La atmósfera es misteriosa. Jugando con los peines de focos que suben y bajan. Y no quiero dejar de mencionar la música, de Juan Cristóbal Saavedra: una auténtica gozada de grabación por la multitud de estilos y referencias que mezcla, donde la txalaparta convive con temas jazzísticos, coros, percusión flamenca, ecos de música japonesa, Mendelssohn… Y todo el conjunto de elementos sabiamente coordinados por Morau, autor también de los textos en los que en un lenguaje lírico nos cuenta cómo la ficción, las mentiras, le han procurado una vida mejor. Textos, por cierto, que son dichos en francés, como ya hizo en Sonoma.

Desde 2005 Marcos Morau dirige esta compañía afincada en Barcelona, que vuelve a Madrid con un palmarés impresionante: la pieza que presenta la estrenó el año pasado en el Teatro Nacional de Cataluña, antes de actuar en el Festival de Aviñón con Sonoma. Desde entonces su actividad ha sido frenética, con encargos para el Ballet de Basel, el de la Ópera de Zurich y antes de su próximo estreno en la Ópera de Lyon de su versión de La bella durmiente. En estos momentos su compañía lleva varias obras en repertorio, una de sus más recientes es Pasionaria.

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