Las-princesas-del-Pacifico

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Stanislavblog por Liz Perales

Dos gracias grotescas y deliciosas

8 febrero, 2019 15:42

El teatro puede ser muy sofisticado –se hacen espectáculos de una gran complejidad técnica que es comprensible que dejen al público apabullado– pero las más de las veces es humilde –un espacio vacío y unos actores contando historias y apenas iluminados con un foco pueden atrapar y dejar una profunda huella en el espectador–. A esta última categoría pertenece Las princesas del Pacífico, una pieza que felizmente ha vuelto a recalar en Madrid, los miércoles en el Teatro del Barrio, después de haber sido reconocida con numerosos premios y menciones. Los merece, así que no se la pierdan.

Un espacio vacío, enmarcado primorosamente por una cenefa, recibe a dos actrices que como dos gracias grotescas devoradoras de los no menos grotescos programas del "cuore" de televisión nos recuerdan cómo transcurren las sobremesas en gran parte de la España rural al abrigo del brasero. Así viven Agustina (Alicia Rodríguez) y Lidia (Belén Ponce de León), tía y sobrina, dos mujeres que llevan juntas toda la vida recluidas en su casa de Dos Hermanas y a punto de que les corten la luz por impago.

Difícil ofrecer una descripción exacta de los personajes que componen estas dos actrices. Alicia Rodríguez es una vieja que se mueve en la línea del sarcasmo y la mala leche, escupiendo sentencias mordaces y demoledoras alusivas a esas noticias de sucesos que tanto le gustan, o comentando los chismes del pueblo. Por su parte, Belén Ponce de León es una niña grande o una giganta con traje de niña, cuya inocencia actúa como contrapunto de la ironía que se gasta su tía. Ambas han encontrado un tono absurdo en el que se muestran creíbles y graciosas.

El texto lo firma José Troncoso, también director, junto con Alicia Rodríguez y Sara Romero. El relato nos lleva del comedor de nuestras protagonistas a un viaje en barco lleno de aventuras, en un tono farsesco que evita caer en un costumbrismo que sería letal para esta historia. Y narrado con el tempo adecuado, unos recursos escénicos de gran simplicidad pero de una eficacia asombrosa, -la luz, la música, el atrezo, el movimiento de los actores- y sostenido por el trabajo dos actrices brillantes y sensacionales.

Este montaje me trae muchos aromas, es un combinado explosivo de la Zaranda, el carnaval de Cádiz, José Mota, el surrealismo de Buñuel, las bohemias del Luces de Valle, el sainete de Arniches y de su antecesor Ramón de la Cruz, y de la barroca Las gracias mohosas de Feliciana Enríquez de Guzmán. Esa magnífica tradición tan netamente española de nuestro teatro que mezcla absurdo y realidad para hacer digerible la tragedia.

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