Guibert-Escuchad

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Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

¡Escuchad!

3 junio, 2019 14:49

The Sound of Silence, el sonido del silencio, de Paul Simon. ¿Os acordáis? Una señal misteriosa formaba en el aire este mensaje: "The words of the prophets are written on the subway walls and tenement halls", las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro y en los bloques de barrio. ¿Y qué ponía en esas paredes? Como iba de profetas y advertencias, yo me acordaba siempre de la historia terrorífica de Baltasar, hijo de Nabucodonosor de Babilonia, adoradores ambos del dios Baal. En plena fiesta, apareció una mano voladora que escribió con letras de fuego "MANE, TECEL, FARES" en la pared de la sala de orgías de Palacio, tres palabras misteriosas que significaban el juicio del rey, su muerte y la caída de su reino, anunciado todo ello para esa misma noche. Pero el mensaje del grafitero de Paul Simon es muy distinto.

Según El manuscrito indescifrable —la última hazaña pedagógica del CNDM y Fernando Palacios—, la palabra del profeta es solo una: "¡ESCUCHA!"; una palabra mágica que resume en sus tres sílabas cuanto la música ha sido y ha significado desde que se inventó, hace 100.000 años o por ahí, con el primer silbido recreativo de un homo sapiens. En realidad, los niños de El manuscrito lo escriben en plural, "¡ESCUCHAD!", porque, efectivamente, la música es una cosa social, que se hace entre muchos. El célebre poder transformador de la música, que existe y es enorme, consiste en eso, en conseguir que escuchemos, todos y juntos: veinte en el corro de un músico callejero, doscientos delante de un cuarteto en una sala pequeña, dos mil en un auditorio de orquesta o veinte mil en una plaza de toros ante una banda de rock. La clave está en que todos los oídos oigan con atención, que escuchen, y lo bonito es que, al escuchar, cada uno de los veinte mil oirá una cosa distinta, porque la música es polisémica, significa miles de cosas o, tal vez, ninguna. Es polisémica incluso la música cantada, cuando levanta las palabras por encima de su propio significado y las vuelve universales.

Una cosa es acercar la música a todos, como tratamos de hacer muchos, y otra conseguirque la música la hagan todos, como viene haciendo Palacios desde hace ocho años en la serie de espectáculos Todos creamos. Hacer eso con dignidad artística es dificilísimo y por eso he hablado de hazaña. Todos, en este caso, significa centenares de alumnos de primaria, secundaria y educación especial, junto con alumnos de conservatorios de música y de danza, voluntarios, profesores, músicos profesionales, videoartistas, escenógrafos, figurinistas, sastres, iluminadores... He dicho que hacen música, pero, en realidad, El manuscrito indescifrable lo definen sus autores como un "espectáculo escénico con música en vivo" e integra muchas artes.

El espectáculo se ofreció a un público de escolares en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, que demuestra ser un sitio abierto, capaz de acoger espectáculos complejos. El CNDM hace cada año una enorme cantidad de conciertos por toda España, casi todos magníficos, pero esta serie Todos creamos, que el Centro promueve y dota de medios y dignidad, me parece especialmente destacable, porque no solo difunde la música, sino que pone el foco en el futuro y en la creatividad, que es el meollo del problema de la música.

En El manuscrito se ve y se oye de todo: además de Paul Simon, el Claro de luna de Debussy, La consagración de la primavera de Stravinski, metida, como la Cuba de Alberti, dentro de un piano, El abismo de Messiaen, reconvertido en diálogo de dos pájaros, música original, música electroacústica, poemas escritos, recitados y cantados, proyecciones, una orquesta que surge de vez en cuando de la nada y se desintegra después, coros, grupos de percusionistas, bailes, máquinas de viento y de agua, monolitos Kubrick,himnos medievales y muchas otras cosas. Al final, dos guindas: los niños hacen ver y sonar el organazo Grenzing de la Sala Sinfónica mientras la pantalla muestra una galería de mujeres potentes: las sibilas de Miguel Ángel, Hildegarda de Bingen, Virginia Woolf, Joan Baez, Nina Simone y así hasta un centenar.

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