Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Nacionalismo orquestal (II)

1 mayo, 2018 10:46

Vuelvo sobre el asunto del nacionalismo en la Orquesta de Baleares. El hecho de dar puntos al conocimiento del catalán en los baremos de calificación para tocar en esa orquesta no tiene justificación técnica, sino política. No puede buscar que los músicos se entiendan en los ensayos, porque eso pasa de por sí, sea por medios puramente musicales (haciendo gestos con la mano o la batuta o cantando o tocando ejemplos) o, como ocurre en el mundo entero, chapurreando el inglés. Lo que pretende la medida es dejar claro que la Orquesta pertenece a una entidad política en construcción: los países catalanes. Esta orquesta ha decidido ser más que una orquesta, pero el resultado es el contrario: se ha convertido en menos, porque ha perdido dos atributos propios de la música. Del primero, la universalidad, escribí ya en un post anterior (Nacionalismo orquestal). El segundo, del que quiero escribir hoy, es aún más importante: la improductividad. Lo explicó elegantemente Oscar Wilde.

[caption id="attachment_1028" width="464"] Carta de Oscar Wilde[/caption]

"El arte es inútil, porque su objetivo no es más que crear un estado de ánimo. No pretende instruir, ni influir en modo alguno sobre acciones. Es maravillosamente estéril...", superbly sterile.

Las obras de arte y las empresas artísticas han de carecer de efectos prácticos. Si no, se convierten en otra cosa. Una película, un edificio o una sinfonía pueden servir para entretener, educar, manipular, alimentar o proporcionar alojamiento, pero, en la medida en que logren todo eso, serán menos obras de arte. La utilidad se lleva bien con la artesanía, pero mal con el arte. Un botijo está obligado a ser útil. Una escultura, aunque tenga forma de botijo, está obligada a lo contrario. Yo no digo que no sea bueno perseguir fines prácticos con la música (dependerá de los fines), sino que, en la medida que eso se haga, nos estaremos apartando de la verdadera naturaleza de la música. La música tiene un potencial transformador enorme, porque moviliza nuestras emociones a un nivel muy profundo, pero, precisamente por eso, se ha dejar que sea la propia música y los propios músicos quienes la hagan llegar a los oyentes.

La música es abstracta y actúa sobre nosotros sin que nadie sepa de qué manera ni en qué sentido. Así debe ser. Si los administradores meten el dedo en este proceso para orientarlo en la dirección que sea, todo se descalabra y pierde sentido. Las personas que oyen la música de una orquesta pueden ver cómo su vida mejora en muchos sentidos, pero siempre a condición de que nadie haya concretado previamente esos sentidos, siempre que nadie haya decidido administrarle al oyente estos beneficios como si fueran una vacuna o una bajada de impuestos. Una orquesta tiene que ser abstracta, igual que la música que toca. Si por motivos ideológicos, una orquesta trata, por ejemplo, de definir su propia composición étnica, se convierte en menos que una orquesta, en una gran pena y en un peligro.

A veces, los poetas notan la potencia de la poesía y se ven a sí mismos como combatientes en la batalla práctica, lo que parece contradecir a Wilde, pero no. Él decía que el objetivo del arte es solo crear un estado de ánimo. Es un understatement: Wilde afecta no darse cuenta de que crear un estado de ánimo puede ser muchísimo. En el otro extremo, Gabriel Celaya escribe un overstatement cuando dice que la poesía puede ser, literalmente, "un arma". Puede serlo, pero de una manera misteriosa e impráctica. Si no, Celaya habría dejado de ser poeta y se habría convertido en pistolero. Celaya es poeta siempre, incluso cuando toma partido hasta mancharse. Incluso entonces, Celaya no está influyendo sobre ninguna acción, sino creando un universo que, inevitablemente, será poético, paralelo e irreal. La posible utilidad vendrá luego, cuando ese universo, además de paralelo, resulte ser un espejo. Así es el juego artístico: puede tener eficacia, pero solo si no es premeditada. ¡Qué triste todo esto! Una orquesta nacionalista. ¡Qué pena!

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