Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Sexo y música

6 marzo, 2018 09:45

O, más bien, sexo e infraestructura.

Kaija Saariaho, la gran compositora finlandesa, acaba de ganar el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA, uno de los más importantes del mundo por dotación y por prestigio. El año pasado lo ganó otra mujer, la rusa Sofia Gubaidulina. Podríamos mirar mil años atrás, a los tiempos de la monja alemana Hildegarda de Bingen, que escribió las más tempranas obras musicales importantes con autor conocido, y decir que desde el siglo XI al XXI la música ha sido de mujer tanto o más que de hombre, pero no es así. Es al revés. Hildegarda es una excepción temprana y Saariaho y Gubaidulina son la muestra de que, en las últimas décadas, la situación ha mejorado mucho hasta alcanzar hoy prácticamente la equiparación. Están también Fanny Mendelssohn, Clara Schumann, Louise Farrenc, Pauline Viardot, Alma Mahler y otras, pero el hecho es que, por diversos motivos, las mujeres no han tenido vía libre para ejercer la composición hasta hace pocos años. El repertorio clásico europeo, con lo muchísimo que es, es solo la mitad de sí mismo.

[caption id="attachment_979" width="560"] La compositora Kaija Saariaho[/caption]

Afortunadamente, eso no va a volver a pasar y, por si acaso, hay que poner los medios para que no pase. Lo mismo digo en cuanto al acceso de mujeres a las plazas de orquesta, a los grupos de cámara y a la carrera de solista. Hace pocos años eso era un problema, especialmente en orquestas de postín, como Berlín o Viena, pero ya no lo es o, al menos, va camino de dejar de serlo. La dirección de orquesta permanece rezagada en esta marcha a la igualdad y también la gestión de orquestas, teatros y centros programadores. Otro nicho donde tampoco se ha logrado todavía la igualdad de oportunidades es... ¡este!, el de los críticos, blogueros, reseñadores y musicógrafos en general, que seguimos siendo casi todos hombres. La musicología académica es otra cosa. Ahí, como en muchos otros ámbitos universitarios, la presencia de la mujer es igual o incluso dominante.

Hay que seguir peleando y estar muy atentos a las discriminaciones, que asoman por donde menos se espera, pero también hay que estar vigilantes ante los excesos del movimiento feminista, que los tiene. Conseguir que el terreno de juego en el que jugamos hoy esté nivelado me parece, más que bueno, irrenunciable; pero querer nivelar también el pasado me parece mal. Conduce a la estafa orwelliana de un pasado flexible que se pone al servicio de alguno de los bandos de una lucha que es presente y, por tanto, anacrónica. Me parece mal, pero ocurrirá, porque el feminismo se está convirtiendo en una revolución de la infraestructura. Igual que el viejo esquema marxista explicaba todo el comportamiento humano, personal y colectivo en función de la relación que cada uno tuviera con la propiedad de los medios de producción, el feminismo radical actual lo entiende todo en función de la posición que cada cual ocupa respecto del poder hetero-patriarcal.

El problema de este análisis es su aspiración a la totalidad. Si en la infraestructura, que es el lugar de lo fundamental, solo está la lucha de los sexos —como antaño estaba la economía—, en la superestructura, que es el lugar de lo secundario y, en último término, prescindible, está todo lo demás, incluida la religión, la ciencia, la cultura, la libertad individual, la democracia... Todo ello resulta ser arrasable y suele ser arrasado. Ni si quiera la verdad científica puede desenraizarse de la infraestructura, antes económica, ahora sexual. Como decía mi profesor de Historia de la ciencia, toda tesis se puede explicar por la relación que el científico que la sostiene mantiene con la propiedad de los medios de producción. Hoy diríamos, con el hetero-patriarcado. Si el propio pensamiento científico-filosófico no es más que una construcción superestructural, estamos condenados a volver a los tiempos de la verdad revelada y a quedarnos sin la única verdad fiable que tenemos, que es la verdad currada, falsable, constantemente criticada, negada o revalidada por una comunidad de pares. No debemos confundir la crítica revolucionaria de la verdad, que la sustituye por un lema guerrero, con la crítica posmoderna, que disuelve la verdad sin buscarle sustituto.

La primera víctima de la guerra de los sexos ha sido el idioma. La gente se lanza la gramática a la cabeza y a mí me duele, porque le tengo apego al idioma, a todos los idiomas, pero en el fondo me parece bien, porque el idioma es obra del pueblo que lo habla y, nos guste o no, evoluciona a su paso, aunque sea de marcha militar. Caerá en seguida, si no está cayendo ya, la cultura en su conjunto. Se prohibirá la literatura machista, que es casi toda, o se alejará de los jóvenes, o se censurará, que es aún peor. Se reeditarán los clásicos corrigiéndoles el masculino universal, mutilándolos o tapándoles el sexo, como en su día se pintaron taparrabos en la Capilla Sixtina. Os parecerá exagerado, pero no lo es. Ya está sucediendo. Poseo un libro de aspecto muy respetable, ABC of Relativity, escrito en 1925 por Bertrand Russell y editado en Routledge Classics por Felix Pirani en 1985, muerto ya su autor. Pirani altera los pronombres y otras construcciones del texto de Russell para evitar la convención de que el masculino incluye al femenino, «que hace sesenta años era aceptable —dice—, pero hoy ya no lo es».

La igualdad de los sexos es muy importante, pero no es un absoluto. Soy un nostálgico del absoluto, como decía George Steiner. Quité en su día a Dios de mi infraestructura y no voy a poner a otro así como así. Añoro el absoluto a diario, y cuando vea uno me lanzaré a por él, pero después de todos estos años viviendo en el desarraigo, nadie me la va a dar con queso colándome de rondón un absoluto que no lo es.

No te dejes liar. En la infraestructura no hay nada.

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