Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Dinosaurios

11 agosto, 2017 15:50

Me impresionó hace unos días este tweet de mi viejo amigo Antonio Moral recomendando 20 grabaciones para pasar el verano oyendo buena música, en Spotify, sin necesidad de acarrear trastos. La selección me parece magnífica y la rerrecomiendo con entusiasmo: son todo hitos indiscutibles. Yo hubiera añadido, tal vez, alguna modernidad (salvando derechos de autor) como el Martillo sin dueño de Boulez y el Intercontemporain o la Sinfonietta de Ernesto Halffter dirigida por Argenta y algún barroqueo de la colección Das AlteWerk de Telefunken.

Las sinfonías de Chaikovsky con el viejo Mravinsky y la Filarmónica de Leningrado, el legendario Año Nuevo de Carlos Kleiber, aquel hipergenio que solo dirigía si no tenía más remedio, las no menos legendarias Variaciones Goldberg de Glenn Gould, que no sé si son las de 1955 o las de 1981, la Novena de Furtwängler en Lucerna en 1954, poco antes de morir, La canción de la tierra de Kathleen Ferrier en 1952, herida ya por el cáncer mortal, el Requiem de Verdi de Giulini y la Philarmonia en 1964 con un cuarteto vocal increíble, los Poemas sinfónicos de Strauss con Karajan (véasele pilotando su propio avión), el propio Karajan dando la alternativa al joven pianista Kissin, el viejo Celibidache con Múnich, la última orquesta a la que hipnotizó cual serpiente Kaa, el aún más viejo Harnoncourt convirtiendo las tres últimas sinfonías de Mozart en un oratorio sin palabras, los estudios de Chopin de Pollini, la transparencia de Michelangeli, la personalidad de Argherich, el Cuarteto Borodin con sus especialidades: Beethoven y Shostakóvich...

Pero lo que me impresionó no era la calidad de la música —conociendo a Moral, no esperaba menos—, sino su vetustez. Leyendas de los años cincuenta (Furtwängler, Walter, Mravinsky, Gould, Ferrier), estrellas de las décadas gloriosas del vinilo (Giulini, Böhm, Kleiber, Karajan, Abbado), y, después, solo grabaciones de madurez de los noventa o incluso de los dos mil de un par de dinosaurios longevos (Celibidache, Harnoncourt). Fantásticos músicos todos, pero qué antiguos. Visto desde hoy, el panorama parece paleozoico; más concretamente, carbonífero: impresionantes coníferas de cien metros de alto que dominaban el planeta hace trescientos millones de años y hoy son antracita. La cuestión es: ¿Por qué una mente musical enciclopédica como la de Antonio Moral habría de renunciar en su selección a todo lo reciente? Por desconocimiento no será: como primer programador de España que es, Moral se pasa el día oyendo los discos de los músicos que están en boga ahora o lo estaban hace poco.

La explicación puede ser biográfica. Todo tiempo pasado nos parece mejor, más que nada porque éramos más jóvenes. Los 20 magníficos de esta selección formaban parte del firmamento cuando Moral y los de su generación nos moceábamos. En aquellos años setenta y ochenta, Madrid entró en el circuito internacional de la música (gracias a los conciertos de Ibermúsica de Alfonso Aijón), la gente coleccionaba LPs y los pioneros de la contemporánea (Franco Gil, Villa Rojo, Encinar, Temes, Guinjoan, Tamayo...) abrían camino como podían. Caben otras explicaciones aparte de la nostalgia, como la muerte de los grandes sellos discográficos y, con ellos, del star system y del exceso de prestigio, que tantas cosas explica, pero yo me pregunto, con algo de angustia, si no habrá una razón más de fondo. ¿De verdad ya no se hace la música como antes? ¿Con lo bien que tocan ahora los pianistas, por qué los que me siguen fascinando son Rubinstein y Arrau? ¿es imposible cantar ahora como lo hacían Schwarzkopf o Fischer-Dieskau? ¿No quedan repertoristas como Gerald Moore? Quizá sean las facilidades de viaje: ahora los cuartetistas, por ejemplo, viajan y tocan (y cobran) casi todos los días del año, cada día en una ciudad. Cabe preguntarse si tienen tiempo para oír otras músicas, leer libros, ir al teatro o, sencillamente, vivir. Y, si no lo tienen, ¿cómo pueden dar vida a sus interpretaciones? Decepcionada con los nuevos pianistas, Alicia de Larrocha me dijo un día: "El mundo de hoy les da a los jóvenes músicos todas las facilidades materiales... y les pone todas las dificultades espirituales".

El argumento me dio vértigo entonces, como me lo da ahora la selección de Moral. Pero me resisto violentamente a aceptar el corolario: la clásica es una bonita antigualla que lleva decenios en declive. No me da la gana y, además, me apuesto la vida a que es un espejismo, una versión más de la falacia historicista que nos hace creer que nuestro tiempo, sea el que sea, es especial y en él terminan muchas cosas y empiezan otras. No. Nuestro tiempo es como los demás y su música, también, tanto las nuevas composiciones como las versiones actuales de las partituras actuales. Y lo que tenemos que hacer es difundirla y acercarla a la gente. Sugiero este plan: oigan este mes en Spotify a las vacas sagradas del siglo pasado que les recomienda Moral, pero no dejen de ir a ver en directo, a partir de septiembre, a las glorias de hoy. Entre otras, las que él mismo programa por toda España en el CNDM, que son fantásticas.

A sangre y fuego (o por qué Juego de Tronos es un thriller)

Anterior
Image: Adiós al desgarro de Terele Pávez

Adiós al desgarro de Terele Pávez

Siguiente