Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Las baquetas de Boulez

14 enero, 2016 14:42

[caption id="attachment_747" width="510"] Boulez dirigiendo El martillo sin dueño en los años 50[/caption]

Además de compositor, director y organizador, Pierre Boulez fue un pensador de envergadura. Tenía opinión, muchas veces controvertida y siempre lúcida, sobre casi todos los aspectos de la música y, en general, del arte. Me impresionó la visión escéptica que tenía sobre el historicismo que desde hace ya medio siglo impera en la música. Fue en su hotel de París, que era un hotel japonés. Juan Ángel Vela se acordará y no sé si estaba también Rubén Amón. "Su hotel" era en realidad su domicilio, su keli: Boulez vivía en un hotel e ir a verlo allí ayudaba a poner en contexto la sensación de desarraigo que transmite su música. El historicismo, en realidad, no está solo en la música: es toda nuestra sociedad la que vive fascinada por el pasado y obsesionada con su conservación. «¿Adónde nos conduce —dijo aquel día don Pierre— el quedarnos hipnotizados por algo cuyo único mérito es haber sido conservado? Entiendo que nos pongamos contentos de tenerlo, porque nos sirve de punto de comparación, pero no podemos entrar en éxtasis».

A este capitán de la vanguardia le impacientaba la fantasía ultrabarroca, la obsesión por interpretar la música de hace tres siglos "con criterio auténtico". Sostenía que no hay manera, no ya de tocar, sino de de escuchar a Vivaldi "auténticamente", porque hoy tenemos inevitablemente en el oído a Mozart, Beethoven, Wagner, Bartók... Y continuaba disparando a discreción: «Tocan instrumentos modernos, aunque estén hechos a imitación de los antiguos, tocan con digitaciones modernas, tocan con director, lo que no siempre era el caso, tocan con muchos ensayos, cuando los antiguos recibían la música el día anterior y ensayaban con suerte una vez. Y además, ¿qué significaba en esa época tocar en conjunto, qué singificaba el tempo, la articulación? No tenemos la menor idea. ¿Dónde está la autenticidad? Únicamente en el deseo. Deseamos volver al original, pero lo que único que conseguimos es enmarcarlo, colgarlo de la pared como un cuadro, y en definitiva matarlo, porque dejamos de tratarlo como un objeto vivo.»

[caption id="attachment_746" width="510"] La gran marimbista Keiko Abe, con cuatro baquetas. (Tocaba también con seis).[/caption]

Los que le oíamos —yo, desde luego— teníamos en la cabeza los maravillosos sonidos de la viola da gamba, del clavecín, del violín con montaje de época, cuerdas de tripa y arco barroco, de los conjuntos pequeños de sonoridad limpia, del canto preoperático, con impostación llana, anterior a la necesidad de atronar a la última fila de un teatro de dos mil butacas. Boulez nos estaba señalado lo ilusorio de todo ello. Una ilusión hermosa, pero falsa como lo son todas.

Remató el argumento con un giro sorpresa: el historicismo aplicado a él mismo, a su música de hacía cuatro decenios largos. «En 1953, cuando se estrenó mi Martillo sin dueño, los percusionistas tocaban con dos baquetas, una en cada mano. Lo pasaban mal, porque la parte de marimba y vibráfon de esa obra es muy difícil y muy rápida. Ahora, los percusionistas han adoptado la técnica de cuatro baquetas, dos en cada mano, lo que les permite tocar más rápido y más cómodo. Pues bien, ¿yo qué prefiero, que toquen El Martillo reconstruyendo las interpretaciones originales, "auténticas", de 1953, con dos baquetas, o que aprovechen la evolución del instrumento y toquen con cuatro baquetas, más rápido, más limpio y mejor? Ahí está el absurdo de la cosa. Quieren reconstruir algo que el propio compositor había —o habría— desechado

Y ahí me quedé yo, con el boli en el aire, y las ideas confusas, como Cervantes en el prólogo del Quijote. ¿Cómo rebatirle nada a un creador a la vez vivo e histórico, capaz de historiar con clarividencia su propia obra? Boulez tenía muchas maneras de ser grande.

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