Albert Camus

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Entreclásicos

Albert Camus y Christian de Chergé: de Argelia a la Franja de Gaza

Las reflexiones de Albert Camus sobre la Argelia francesa no son un simple vestigio del pasado. Nos sirven de guía moral en el actual conflicto.

24 octubre, 2023 01:54

1. Albert Camus ha pasado a la historia como un hombre justo y comprometido. Sin embargo, su posición respecto a Argelia ha suscitado muchas controversias. Muchos le han reprochado que no siguiera a Jean-Paul Sartre, que en su prólogo a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, escribió: “Matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez, siente un suelo nacional bajo la planta de los pies”.

Albert Camus repudió la violencia que exaltaba Sartre y en la que no advertía nada liberador. Consideró más ético condenar indistintamente la tortura y los asesinatos extrajudiciales de los paracaidistas del general Massu y los cruentos atentados del Frente de Liberación Nacional. Creía en la posibilidad de una convivencia próspera y pacífica entre los argelinos y los colonos franceses (pieds-noirs), una esperanza comprensible en su caso, pues él había nacido y crecido en Argelia. No albergaba la sensación de ser un intruso, sino alguien que no quería separarse de su hogar. No reparaba en que la presencia francesa en suelo argelino siempre sería interpretada como un atropello.

En el prólogo que escribió para sus Crónicas argelinas (1939-1958), Camus reconocía que Francia se había cubierto de ignominia recurriendo a la tortura: “Que esos hechos hayan podido tener lugar entre nosotros es una humillación a la que a partir de ahora habremos de enfrentarnos”. Se torturaba para obtener información, pero también para castigar y propagar el terror. Tras los interrogatorios, lo habitual era liquidar al detenido. Años más tarde, esta forma de proceder sería exportada a las dictaduras de América Latina, que contrataron a militares franceses con experiencia en técnicas de contrainsurgencia.

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Camus no pudo verlo, porque murió en 1960, pero no se habría sorprendido. Sabía que el uso de la tortura abría la puerta a la barbarie, el cinismo y la inmoralidad: “Desde el instante en que, aunque sea indirectamente, se justifica la tortura, ya no hay regla ni valor, todas las causas valen y la guerra sin fines ni leyes consagra el triunfo del nihilismo. De grado o por fuerza, volvemos pues a la jungla donde el único principio es la violencia”.

Adoptando un argumento socrático, Camus afirma que es preferible sufrir injusticias que cometerlas y cuestiona la eficacia de la tortura. No importa cuántos activistas sean eliminados. Por cada baja, surgirán otros diez. Además, la crueldad descarga de culpas al adversario. Dado que los franceses torturan y asesinan, colocar una bomba no es un acto terrorista, sino un gesto de resistencia.

Albert Camus sabía que el uso de la tortura abría la puerta a la barbarie, el cinismo y la inmoralidad

A Camus no le parece ilegítimo luchar por la independencia, pero piensa que puede hacerse de forma digna y humana: “Después de todo, Gandhi demostró que se podía luchar por su pueblo y vencer sin dejar de ser una persona decente un solo día. Sea cual sea la causa que se defienda, siempre quedará deshonrada por la matanza indiscriminada de una multitud inocente donde el asesino sabe con antelación que va a alcanzar a la mujer y al niño”.

Camus no ignora que su punto de vista es minoritario: “Por desgracia, la verdad es que una parte de nuestra opinión piensa oscuramente que los árabes han adquirido, en cierto modo, el derecho a degollar y a mutilar, mientras que otra parte acepta legitimar todos los excesos de alguna manera. Cada uno se apoya, para justificarse, en el crimen del otro”. En ese contexto, ¿cuál es la misión del intelectual? En ningún caso, “excusar desde la lejanía una de las violencias y condenar la otra, con lo que se consigue el doble efecto de enfurecer al violento al que se condena y animar a una violencia mayor al violento al que se aplaude”.

El papel del intelectual “debe ser únicamente el de trabajar en pro de la pacificación para que la razón vuelva a encontrar su camino”. Las esperanzas de Albert Camus no se cumplieron. La guerra costó un millón de vidas y el 5 de julio de 1962 Argelia obtuvo la independencia. Casi todos los colonos franceses emprendieron el éxodo hacia la metrópoli y en 2012 el presidente francés, François Hollande, reconoció ante el parlamento argelino que la colonización fue “un sistema profundamente injusto y brutal”.

Las reflexiones de Albert Camus sobre la Argelia francesa no son un simple vestigio del pasado. Nos sirven de guía moral en el actual conflicto de Gaza. Así como las torturas de los paracaidistas franceses eran tan detestables como los atentados del FLN, la brutal incursión de las milicias de Hamás en la frontera y los kibutz no justifica los bombardeos israelíes, que ya han acabado con la vida de un millar de niños palestinos. El terrorismo no se puede combatir con métodos inmorales, salvo que se quiera perder toda legitimidad. Ni siquiera es una estrategia eficaz.

A Camus no le parece ilegítimo luchar por la independencia, pero piensa que puede hacerse de forma digna y humana

En Argelia, el ejército francés asesinó a miles de independentistas. A corto plazo, logró que disminuyeran los atentados, pero enseguida surgieron nuevos militantes que cometieron nuevas masacres. Del mismo modo, los bombardeos israelíes tal vez sean eficaces para lanzar una ofensiva terrestre, pero al matar a tantos inocentes destruyen cualquier esperanza de paz. Por cada miliciano de Hamás abatido surgirán otros cincuenta dispuestos a matar judíos dentro de diez o veinte años. Por otro lado, la desproporcionada represalia del gobierno de Netanyahu está alimentando el antisemitismo y la islamofobia. Para colmo de males, puede incendiar la región, extendiendo el conflicto a otros países como Líbano, Siria o Irán.

Los intelectuales deben trabajar por la paz. En el caso del conflicto palestino-israelí, la paz parece muy lejana e incluso improbable, pero es único horizonte por el que merece luchar. La opción de los dos Estados se antoja imposible en un momento en que la Franja de Gaza, ya inhabitable antes del ataque israelí, podría quedar reducida a escombros, y Cisjordania, brutalmente fragmentada por los asentamientos ilegales, se aproxima al colapso económico e institucional. La posibilidad de un Estado binacional es aún más remota, pero conviene recordar que la coexistencia judío-musulmana fue una realidad cotidiana en muchos países árabes hasta la creación del Estado de Israel.

La brutal incursión de las milicias de Hamás en la frontera y los 'kibutz' no justifica los bombardeos israelíes

El historiador británico-israelí Avi Shlaim, que nació y creció en Bagdad, así lo corrobora: “Lo vivimos, lo experimentamos, lo tocamos y, por lo tanto, recordar la experiencia de la comunidad judía en Irak y de mi familia me permite pensar en un futuro mejor para nuestra región. El concepto de judío árabe me permite pensar que sería posible un Estado democrático desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, con iguales derechos para todos sus ciudadanos, independientemente de su religión y etnia”. Pienso el primer paso para realizar ese sueño es humanizar al adversario. Calificar de “bestias humanas” a los palestinos o reivindicar la destrucción de Israel solo añade más combustible a un incendio que no cesa de crepitar.

2. La historia de los nueve monjes trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine, Argelia, es un buen ejemplo de lo que Camus llamó trabajar por la paz para que la razón vuelva a encontrar su camino. El monasterio no se limitaba a cultivar la vida espiritual. Desarrollaba una importante labor social, prestando atención educativa y sanitaria a los habitantes de la zona. Su trabajo era apreciado y respetado por todos.

Durante la guerra civil de principios de los noventa, seis de los monjes fueron secuestrados por el Grupo Islámico Armado. En un principio se creyó que habían sido asesinados por los terroristas, pero investigaciones posteriores sugirieron que tal vez había sido un crimen de Estado o el fruto de una muerte accidental durante un enfrentamiento entre soldados y milicianos.

La historia del abad Christian de Chergé refleja el espíritu que se respiraba en el monasterio. A los diecinueve años ingresó en el Seminario Carmelita de París, pero tuvo que interrumpir sus estudios para realizar el servicio militar en Argelia. Mohamed, un sencillo guardia rural de fe musulmana, le salvó la vida cuando un comando del FLN se cruzó con ellos. No lo hizo con la fuerza. Se limitó a mediar verbalmente, asegurando que su amigo francés era un hombre de paz, pero sus palabras se consideraron una traición y al día siguiente fue asesinado.

La coexistencia judío-musulmana fue una realidad cotidiana en muchos países árabes hasta la creación del Estado de Israel

El incidente causó una profunda impresión en Christian, que se prometió a sí mismo volver a Argelia cuando fuera ordenado sacerdote. Para ejercer su vocación con más rigor, aprendió árabe y estudió el Corán. Su intención siempre fue enriquecer su perspectiva espiritual mediante el conocimiento del Islam, que nunca consideró una religión falsa, sino un aspecto de la revelación de Dios.

Elegido abad del monasterio de Nuestra Señora del Atlas, el día de Navidad de 1993 irrumpió en el recinto un grupo armado que días atrás había asesinado a doce croatas. Esa noche los monjes se salvaron de correr una suerte similar, pero Christian de Chergé experimentó un presentimiento y escribió su testamento espiritual, anticipando su muerte, que se produciría tres años después. A pesar del peligro, Chergé reivindica su elección de servir a Dios y trabajar por el pueblo argelino: “Si un día me aconteciera -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que actualmente parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia y mi familia recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país”.

No se atribuye demasiada importancia, pero tampoco incurre en el menosprecio: “Mi vida no vale más que otra. Tampoco vale menos”. No se considera perfecto: “No tengo la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que, ¡desgraciadamente!, parece prevalecer en el mundo, y también del que podría golpearme a ciegas”. Le preocupa que su muerte sea utilizada para criminalizar al pueblo argelino: “No veo cómo podría alegrarme del hecho de que este pueblo que amo fuera acusado indiscriminadamente de mi asesinato. […] Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los argelinos en su conjunto, y conozco también qué caricaturas del Islam promueve cierto islamismo. […] Argelia y el Islam, para mí, son otra cosa; son un cuerpo y un alma”.

No ignora que su muerte “parecerá darles razón a quienes le han tratado sin reflexionar como ingenuo o idealista”. Conserva intacta su esperanza cristiana: “por fin quedará satisfecha la curiosidad que más me atormenta. Si Dios quiere, podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto con Él a sus hijos del Islam, así como Él los ve”. Chergé se despide de la vida con gratitud: “De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios, porque parece haberla querido por entero para esta alegría, por encima de todo y a pesar de todo. En este gracias, en el que ya está dicho todo de mi vida, os incluyo a vosotros, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis hermanos”.

Christian de Chergé nos señala el camino para superar tragedias como el conflicto de Gaza. La guerra nunca es una solución

Finaliza con unas palabras de perdón y comprensión dirigidas a su futuro ejecutor: “Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estás haciendo; sí, porque también por ti quiero decir este gracias, y este a-Dios, en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el Paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén. Inchalá”.

Al margen de las creencias religiosas, Christian de Chergé nos señala el camino para superar tragedias como el conflicto de Gaza. La guerra nunca es una solución. Solo garantiza que el futuro estará lastrado por la miseria y la barbarie. La violencia jamás es un argumento. Solo desacredita al que la utiliza. Hay que crear espacios para el diálogo, por pequeños y frágiles que sean. Los años de trabajo al servicio del pueblo argelino del monasterio de Nuestra Señora del Atlas no se han malogrado por el trágico final del abad y sus compañeros.

Son un recuerdo permanente de tolerancia y convivencia pacífica, y la semilla de un porvenir luminoso, donde las diferencias religiosas y culturales ya no serán un motivo de discordia, sino una fuente de riqueza. No me preocupa ser tan ingenuo como Christian de Chergé o Albert Camus. Aunque la historia parece haberlos derrotado, encarnan la esperanza de un mundo más humano. Si renunciamos a esa expectativa, concederemos la última palabra al dolor y la desesperación.

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