El Teniente Blueberry.

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Entreclásicos

El Teniente Blueberry: un wéstern existencialista

Mike Steve Donovan es un sentimental, uno de esos perdedores que seducen sin intentarlo, pues poseen un adorable mezcla de vulnerabilidad y fortaleza

19 abril, 2022 08:26

El Teniente Blueberry nació el mismo año que yo: 1963. Creado por el guionista Jean-Michel Charlier y el dibujante Jean Giraud, más tarde conocido como Moebius, apareció en la revista Pilote. Llegó a España unos años más tarde. Yo lo leí por primera vez en la revista Mortadelo, donde se publicó en blanco y negro, y en el Super Pulgarcito, ya en color. Mike Steve Donovan, alias "Blueberry", extraordinariamente parecido a Jean-Paul Belmondo, es un cínico oficial de la caballería de Estados Unidos.

Duro, valiente, tramposo con las cartas y aficionado al whisky, fue un joven arrogante, pero maduró prematuramente a consecuencia de la guerra civil. Creció en una rica plantación del Sur, pero la esclavitud le repugnaba y se pasó a las filas yanquis. Allí hizo buenas migas con el general Dodge, que inicialmente le confundió con un soplón y le rompió la nariz con una muleta. A pesar de su coraje y sus hazañas, nunca pasará de teniente, pues es indisciplinado, individualista, sarcástico, rebelde y desobediente.

El Teniente Blueberry es un wéstern fatalista y amargo, donde se aprecia la huella del existencialismo. Blueberry piensa que la vida es absurda. Ha visto cómo la política pisotea la ética, cómo los hombres se corrompen por dinero o ambición de poder, cómo el amor convive con el odio y el rencor. Pese a todo, cree en la amistad y se deja llevar por el idealismo. En unos paisajes ásperos y desolados, no se puede sobrevivir sin valores y algo de esperanza.

Giraud y Charlier alcanzaron la madurez artística con el ciclo de El caballo de hierro y El hombre del puño de acero. En estos álbumes, Blueberry participa en la pugna entre la Union Pacific y la Central Pacific, las dos compañías ferroviarias que se disputan el objetivo de unir el Atlántico y el Pacífico. Jethro "Steelfingers" Diamond, un villano con una mano artificial de acero, se cruzará en su camino. Al servicio de la Central Pacific, promoverá una guerra con la nación sioux para aterrorizar a los trabajadores de la compañía rival y boicotear su expansión. "Steelfingers" es una especie de dandi al que no le quita el sueño disparar por la espalda. Su ambición desmedida acabará causando su propia perdición.

Blueberry conseguirá firmar un tratado de paz con los sioux, pero el general Allister, una parodia del legendario Custer, romperá el acuerdo, traicionando a los indios. El general Cabellos Rubios es uno de los mejores manifiestos antimilitaristas de la historia del cómic. Los esfuerzos de Blueberry para frenar la matanza desatada por Allister arruinarán su carrera. Charlier desmitifica a la Caballería estadounidense, mostrando que las guerras contra los pueblos nativos americanos constituyeron un genocidio. La campaña del mediocre y cobarde general fracasa, pese a que utiliza toda clase de artimañas: sacrificar hombres en la retaguardia, bombardear con artillería un poblado donde solo quedaban ancianos, mujeres y niños, exterminar a los caballos de los guerreros sioux, incumplir sus promesas.

'El general Cabellos Rubios' es uno de los mejores manifiestos antimilitaristas de la historia del cómic

Giraud nos regala unas magníficas viñetas de la lucha entre los nativos y los casacas azules en un paisaje nevado que se tiñe de rojo por la sangre derramada. Publicado en 1972, cuatro años después de la masacre de My Lai, una aldea vietnamita arrasada por el ejército de Estados Unidos, El general Cabellos Rubios exhibe una inequívoca voluntad de denuncia. No es una simple aventura, sino un alegato contra los crímenes de guerra.

Resentido con Blueberry, el general Allister se encarga de que lo envíen como Marshall a un remoto pueblo levantado en las proximidades del desierto y cerca del territorio apache. Allí transcurre una de las aventuras más logradas de la serie: La mina del alemán perdido y su continuación, El fantasma de las balas de oro. Son dos obras maestras cuya deuda con el "spaghetti-wéstern" queda perfectamente reflejada en los cazadores de recompensas con levita negra estilo príncipe Alberto, los pueblos polvorientos calcinados por el sol y los diálogos salpicados de ironía y desencanto.

Prositt Luckner, el villano de la historia, es un desalmado singular. Nunca en un personaje imaginario se ha cumplido de forma más rotunda la máxima de La Rochefoucauld, según la cual la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. La traición es el medio natural de Prositt. Siempre consigue atraerse la confianza de sus víctimas. Seductor, locuaz, refinado, parece un tranquilo caballero que recorre el salvaje Oeste en busca de yacimientos arqueológicos. A lomos de una mula, su inofensivo aspecto despierta la sonrisa de cowboys y pistoleros, que le confunden con un petimetre. Sin embargo, su vocación no es la arqueología, sino el crimen. Asesinatos, robos, usurpación de personalidad, nadie le detiene para conseguir lo que busca: una fabulosa mina de oro situada en un poblado zuñí excavado en la montaña.

Se trata de un lugar maldito, abandonado por sus ocupantes hace muchos años y habitado por un fantasma que dispara balas de oro. El desierto de Arizona juega un papel fundamental en el relato. Al igual que en las películas de John Ford, se suceden las panorámicas de Monument Valley, con sus mesas, sus cactus y sus cielos incendiados por crepúsculos interminables. El paisaje transita de una luminosidad hiriente a la oscuridad más inquietante, influyendo en el comportamiento de los personajes. La hostilidad del medio infunde un carácter angustioso a una narración que, en algunos momentos, se interna en el terreno de lo fantástico y lo sobrenatural. Giraud imprime al paisaje una atmósfera lunar que se aleja del canon realista.

Viñeta de El Teniente Blueberry.

Viñeta de El Teniente Blueberry.

En la siguiente aventura, El hombre que valía 500.000 dólares, Blueberry ha regresado al ejército, pero un alto funcionario del gobierno le ofrece trabajar como agente secreto. Fingirá su expulsión para facilitar la recuperación del tesoro oculto de la Confederación. Un oficial separado del ejército con deshonor tendrá menos dificultades para justificar su presencia en el México de Juárez, donde se encuentra presumiblemente el dinero. Se abre de este modo un ciclo que concluye con Blueberry en la cárcel injustamente acusado de haberse apropiado del tesoro confederado.

Giraud, que vivió durante una temporada en México, retrata el país con minuciosidad y verosimilitud. El dibujo logra captar los matices que definen las distintas atmósferas y refleja perfectamente la convulsa realidad de una nación que sale del caciquismo colonial para caer en la venalidad de políticos al servicio de los grandes terratenientes. El gobernador López encarna los intereses de la alta burguesía asentada en las ciudades y anuncia el dominio del mundo urbano sobre un campo cada vez más empobrecido. Vigo, oficial de los rurales -un cuerpo fundado por un antiguo cosaco y, presumiblemente, inspirado en la Guardia Civil española-, representa los ideales revolucionarios que no se conforman con la independencia política y que aspiran a una sociedad capaz de acometer la reforma agraria, salvando de la miseria a indios y campesinos.

El amargo desenlace de la misión que le había conducido a México solo marca el inicio del calvario que recorrerá Blueberry en los álbumes posteriores. Condenado a veinte años de reclusión en un duro penal militar, se convertirá en el chivo expiatorio de un complot para asesinar al presidente Grant. Angel Face relata los preparativos para llevar a cabo el magnicidio. La intervención de Blueberry en el último momento malogra el atentado, pero no consigue deshacer el malentendido que le señala como el frustrado magnicida. Perseguido por todos -los conspiradores quieren liquidarle para que no salga a la luz la maquinación y las autoridades locales intentan compensar los fallos de seguridad con una rápida captura-, Blueberry deambula de un lado a otro, sobreviviendo gracias a la ayuda de aliados ocasionales, entre los que se cuentan dos niños mexicanos que alaban su puntería tras observar cómo liquida a dos de sus perseguidores.

El Teniente Blueberry es un western fatalista y amargo, donde se aprecia la huella del existencialismo. Blueberry piensa que la vida es absurda

Charlier maneja con habilidad el tema del falso culpable y logra imprimir a la acción un ritmo vertiginoso que recuerda las tramas del cine policiaco ubicadas en un espacio urbano opresivo y sobrecargado. Giraud se desenvuelve con soltura en este escenario y su dibujo, cada vez más cercano a los planteamientos oníricos y fantásticos que le han hecho famoso como Moebius, logra caracterizar con profundidad a cada uno de los personajes, captando sus emociones y sus mecanismos psicológicos. El humor del relato incorpora un elemento nuevo a la serie. El asfixiante cerco que se teje alrededor de Blueberry solo cede en algunos momentos, donde el tono de comedia desplaza la tensión predominante. En esos instantes, la historia recuerda esas películas de Hitchcock, donde las calamidades que se abaten sobre el protagonista no le impiden bromear sobre su situación.

Concluida esta etapa, Giraud se cansó del personaje y la serie se interrumpió durante un tiempo. Su reanudación fue el resultado de un compromiso editorial y solo respondió al deseo de rehabilitar a Blueberry para seguir aprovechando el éxito de la saga.  fue el último álbum firmado por Charlier y Giraud, pues el guionista murió en 1989. El canto del cisne de Charlier fue una comedia sin momentos épicos. Divertida, refrescante, paródica. Una digna despedida. Tiempo después, Giraud emprendió una nueva etapa en solitario, asumiendo la realización de los guiones. Blueberry dejó de ser un oficial de la Caballería para convertirse en un jugador profesional que escribe sus memorias y que -sin pretenderlo- se ve implicado en la lucha de los hermanos Earp contra los Clanton. Durante este periodo, Giraud alcanzó grandes cotas de maestría en el aspecto visual y ejerció dignamente su nueva tarea de guionista.

Los secundarios de las aventuras de Blueberry son espléndidos. MacClure es un viejo borrachín de comportamiento inestable, pero con coraje, grandes dosis de humor y sentido de la amistad. Es inevitable simpatizar con él, pues sus artes de viejo zorro coexisten con una enorme ingenuidad y una lealtad incombustible. Red Neck es un trampero también aficionado al alcohol. Más realista, no se deja embaucar con tanta facilidad y nunca se alejará de un pragmatismo que le ayudará a salir airoso de las situaciones más complicadas.

Portada de 'Arizona Love'.

Portada de 'Arizona Love'.

En la etapa mexicana, aparece Chihuahua Pearl, una ambiciosa bailarina de salón que se parece a Marilyn Monroe o a cualquiera de las rubias platino que se disputaron su herencia. Ella y Guffie Palmer, una vieja prostituta que saca a Blueberry de más de un apuro, son las únicas mujeres de un universo esencialmente masculino.Blueberry vivirá un frustrado idilio con Pearl, una buscavidas sin escrúpulos, que le traicionará y se marchará con otro, un rico hombre de negocios.

La serie evoluciona y sus criaturas cambian. Blueberry cada vez tiene más canas y su rostro refleja las privaciones sufridas durante su estancia en prisión. MacClure también envejece y, además, sufre los estragos del alcohol, que deforma su nariz e imprime a su cara ese característico tono rojizo de los bebedores de whisky. Los escenarios de la historia también sufren transformaciones. La evolución del wéstern en el celuloide se refleja en el rumbo de la serie. Las primeras aventuras (La juventud de Blueberry) tienen como telón de fondo la guerra de secesión y recrean una atmósfera parecida a la de Lo que el viento se llevó: mansiones neoclásicas, negros furtivos, ciudades en llamas, enfrentamientos entre yanquis y confederados, batallas sangrientas.

La guerra contra los apaches (Fort Navajo, Tempestad en el Oeste), que articula el segundo ciclo narrativo, participa del espíritu revisionista de las películas que en los años 50 comenzaron a rehabilitar la maltratada imagen de los pueblos nativos. Dentro de esta tendencia figuran wésterns como Apache de Robert Aldrich o Flecha rota de Delmer Daves. En Fort Apache (1948), John Ford denuncia el racismo de algunos mandos del ejército. Hay cierta semejanza entre el argumento de la cinta y el guion de Fort Navajo.

Charlier desmitifica a la Caballería estadounidense, mostrando que las guerras contra los pueblos nativos americanos constituyeron un genocidio

En los dos casos, un militar ambicioso y lleno de prejuicios precipita una guerra que solo logrará detener un oficial cuya honestidad y coraje contrastan con la corrupción moral de sus superiores. Walter Hill repetirá este esquema narrativo en Gerónimo (1993), una denostada película que, pese a todo, contiene algunos momentos interesantes y unas meritorias interpretaciones de Wes Studi, Gene Hackman y Robert Duvall. Por cierto, es imposible no pensar en Blueberry al contemplar a Jason Patrick encarnando al personaje histórico del teniente Gatewood, artífice de la rendición de Gerónimo.

La aventura ambientada en la construcción del ferrocarril inicia otra etapa que evoca el desarrollo visual de las películas filmadas en la década de los sesenta y que desemboca en la campaña de invierno de Allister, cuyas atrocidades recuerdan las terribles escenas de Soldado azul o Pequeño gran hombre. Después de una inspirada incursión en el "spaghetti-wéstern", la serie llega a México, impregnándose del cinismo y la tenue melancolía del wéstern crepuscular.

Los héroes envejecidos y desengañados de este ciclo tienen mucho en común con los personajes de Grupo salvaje o Pat Garrett y Billy the Kid, dos admirables filmes de Sam Peckinpah. Por último, las aventuras comprendidas entre Nariz Rota y La tribu fantasma, donde Blueberry se convierte en un inverosímil jefe de guerra apache, prefiguran la inversión radical de los valores tradicionales del wéstern, anticipando una reinterpretación de la historia americana que coincide con la perspectiva de la oscarizada Bailando con lobos, una película desigual donde un desertor (Kevin Costner) descubre la extraordinaria dignidad de los sioux.

Fotograma de 'Grupo salvaje'.

Fotograma de 'Grupo salvaje'.

La denuncia de los abusos sufridos por las tribus nativas americanas no impide que Charlier y Giraud muestren sin tapujos la ferocidad de los apaches. La crueldad de Vitorio trae a la memoria las torturas y asesinatos que cometen un grupo de chiricahuas fugados de la reserva en La venganza de Ulzana, una descarnada película de Robert Aldrich. Los apaches era una tribu belicosa que peleó sucesivamente contra los españoles, los mexicanos y los colonizadores anglosajones. No eran agricultores, ni artesanos. "Apache" -en su propio idioma- significa enemigo y lo cierto es que la guerra fue su actividad principal.

Su ardor en el combate hizo que el general Crook, que luchó durante largos años contra ellos, los llamara los "tigres humanos". Los navajos y los indios pueblo, que eran tribus hermanas, tampoco se libraron de su violencia. Los mexicanos, que ofrecían trescientos dólares por cabellera apache, y los comanches, que con el tiempo compartirían con ellos la reserva de Oklahoma, fueron sus enemigos tradicionales.

Si tuviera que escoger un álbum de las aventuras de Blueberry, sería Balada por un ataúd (1974), con sus "bushwackers", guerrilleros sudistas refugiados en México, siempre acosados por los rurales. Finlay, con su melena rubia, parece uno de esos héroes románticos enamorados de la muerte. Kimball recuerda a los soldados napoleónicos que vagaban por Europa después de la muerte del Emperador, imbuidos de nostalgia por la gloria perdida. El destino de los héroes a veces es convertirse en bandidos, pues la sociedad que los encumbró, ya no sabe qué hacer con ellos cuando acaba la guerra. Blueberry es el nombre del arándano en inglés. Parece un alias poco apropiado para un tipo duro, pero lo cierto es que Mike Steve Donovan es un sentimental, uno de esos perdedores que seducen sin intentarlo, pues poseen un adorable mezcla de vulnerabilidad y fortaleza. Celebro que hayamos nacido el mismo año y presumo que cabalgaremos juntos hasta el ocaso, felices de haber compartido las grandes llanuras, el desierto de Arizona y las hogueras sioux bajo la luz de la Luna.

Bronquio y Rocío Márquez, Rosario la Tremendita y Kiki Morente. Fotos: Lhaura Rain/Jaime Massieu/Bandiz Studio

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