Imagen promocional de 'El eternauta'. Foto: Netflix

Imagen promocional de 'El eternauta'. Foto: Netflix

En plan serie

'El eternauta': Bruno Stagnaro actualiza con solvencia la primera gran novela gráfica en español

Ricardo Darín protagoniza la adaptación para Netflix del cómic homónimo que cuenta la historia de una invasión alienígena que utiliza una tormenta de nieve tóxica como arma.

Más información: 'La canción': Massiel contra Franco en una serie tan inocua como llevadera

Publicada

Diez días después del estreno de la versión que Bruno Stagnaro ha hecho del mítico cómic creado por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López en 1957-1959 y de que aludes de tinta digital hayan nevado sus pantallas analizando la serie al detalle, un texto más a propósito de El eternauta (Bruno Stagnaro, 2025) se antoja como un exceso. Así que, al menos y aunque solo sea por una vez, intentaremos ser breves y sistemáticos.

1. El eternauta 2.0

Bruno Stagnaro, acompañado en las labores de escritura por su hermano Gabriel y por Ariel Staltari, propone una actualización del material original desde una doble vertiente. La primera tendría que ver con lo puramente argumental. La segunda guarda una estrecha relación con la trayectoria del cineasta bonaerense. Vayamos con la primera.

Lo más relevante pasa por la sustitución del arranque del cómic en el que Juan Salvo visita a Oesterheld y le relata su historia. Por un lado, y desde un prisma estructural, los guiones respetan ese prólogo adaptándolo al lenguaje propio de la serialidad, en tanto en cuanto cada capítulo arranca con un pequeño gancho del que el relato inmediatamente se desentiende para recuperarlo después, así como en el libro se regresa puntualmente a la conversación original. Pensemos en la potente secuencia que abre la serie, tres chicas en un barco, de noche, viendo cómo una especie de aurora boreal se extiende como una alfombra verde sobre el cielo. Una de ellas, después lo sabremos, es Clara (Mora Fisz), la hija de Juan Salvo (Ricardo Darín).

En lo narrativo, esos pequeños preámbulos nada tienen que ver con el sustrato dramático del cómic, que aquí se manifiesta a través de las visiones que atormentan a un Salvo que, en el episodio final, afirma "esto ya lo viví", lo que nos invita a etiquetarle como ese viajero del tiempo que Oesterheld y Solano nos presentaron en su obra maestra. Habrá que esperar a la segunda temporada —apenas se ha cubierto la mitad del argumento matriz— para ver qué solución se le da a esa cuestión.

Hay cambios más evidentes. El principal pasa por el envejecimiento de Salvo, su condición de divorciado y el hecho de que ni su hija —mucho más mayor que la Martita original— ni su esposa se encuentren en el hogar donde todo comienza. De hecho, la búsqueda de la hija funciona como detonante, un tanto peregrino si se quiere, de la historia, como si el acopio de alimentos y otros materiales no fuese motivo suficiente para dejar la casa y aventurarse bajo la intensa y mortífera nevada.

Ahora bien, resulta interesante observar cómo ese viaje del héroe, esa peripecia individual, es del todo infructuosa, pues la hija de Salvo regresará al redil por su propio pie, sin que la intervención de sus padres resulte útil. En El eternauta las acciones solitarias jamás fructifican.

La edad de Salvo es, sin embargo, decisiva para la composición de esta notable adaptación. Sus años le permiten haber tomado parte en la guerra de las Malvinas (1982), un suceso que brinda una solución dramática —Salvo sabe manejar un arma— pero que también funciona como desencadenante de unas visiones en las que su traumático pasado militar se solapa con la invasión alienígena. Dos conflictos que aluden a la soberanía sobre un territorio y, lo más importante, establecen el patrón cíclico que domina todo el relato y que deviene un elemento clave a la hora de desentrañar la propuesta diseñada por Stagnaro quien, por otra parte, ya había indagado sobre la guerra con los británicos en su cortometraje Guarisove, los olvidados (1995).

2. Sísifo era argentino

Que desde Pizza, birra, faso (Bruno Stagnaro & Israel Adrián Caetano, 1997)) hasta sus (magníficas) series Okupas (2000) o Un gallo para Esculapio (2017-2018), Bruno Stagnaro, uno de los buques insignia del llamado Nuevo Cine Argentino, se ha mostrado atento a la hora de captar las evoluciones de su país de origen, amén de preocuparse por capturar la realidad social de la Argentina, no se le escapa a nadie.

Y esa preocupación sigue estando muy presente en su actualización del clásico de Oesterheld y Solano. La historia encapsula el tiempo en una crisálida cronológica, de modo que en el instante en que la nevada mortal cae sobre Buenos Aires y la ciudad se apaga, el presente, nuestro 2025, queda entelado por el pasado, colgando en un limbo metafórico que nos muestra un país atrapado en una suerte de bucle ineludible.

El eternauta pasa en 2025, pero toda vez que la invasión se desencadena podríamos estar en 1976 o en 2001. No es casual que Omar, el personaje que encarna el también guionista de la serie Ariel Staltari y que acaba de regresar de Estados Unidos, diga aquello de "Argentina, qué país, me fui con cacerolazos, vuelvo 20 años después, y me reciben con cacerolazos", mientras, de camino a casa, él y el resto de participantes en la famosa partida de truco observan desde el coche cómo un grupo de ciudadanos corta la calle en protesta por los cortes de energía.

Tampoco es casual que la fotografía de Gastón Girod, la dirección artística de María Bataglia y Juan Romera, la decoración de Mercedes Gobernori e incluso el vestuario y el maquillaje se unan para crear un tiempo indefinido, adscribible a distintas épocas, un tiempo en el que "lo viejo funciona", un tiempo en el que se impone lo analógico, un tiempo que es ahora y es ayer.

Esa concepción cíclica que Stagnaro trabaja desde todos los ángulos —y que se refuerza con la inclusión de actores como Jorge Sesán que ya participaron en su ópera prima, en una elección que va más allá del guiño cómplice— dibuja una Argentina condenada, como Sísifo, a repetir su historia una y otra vez, desde Videla hasta Milei. Para evitar la debacle solo queda la unión de la gente de a pie y el poder de la colectividad. Por eso Juan Salvo es un icono popular.

Una escena de 'El eternauta'.

Una escena de 'El eternauta'.

3. El héroe colectivo

Las variaciones introducidas por Stagnaro no se apartan, sin embargo, ni de los temas ni del tono que definían la historia original. En cualquier caso, el paso del tiempo los ha cargado de nuevos matices. Ahí están la importancia de la colectividad para enfrentar las adversidades ("acá no se trata de salvar el culo de uno solo"), el miedo al otro que surge en cualquier momento de aguda inestabilidad o el potencial simbólico que nos ofrecen unos invasores que, hasta ahora, no han sido identificados y que, además, son capaces de controlar mentalmente a la población.

Pueden ustedes trazar los paralelismos que quieran, y que de nuevo vienen a incidir en esa idea de circularidad y a convertir a Oesterheld en una suerte de visionario oscuro. Pueden pensar en la dictadura de Videla, que eliminó de raíz cualquier atisbo de resistencia (lo mismo que hacen aquí los extraterrestres), pero también pueden pensar en la elección democrática de Milei, un hombre al que votaron millones de personas sin que nadie, que se sepa, controlase sus cerebros.

En ese sentido, la inteligencia de Stagnaro pasa por la resignificación de determinados espacios. Al igual que en el cómic, la serie exhibe un inconfundible toque porteño que procede, aunque no únicamente, de la elección de las localizaciones, por más que esta sea una producción de corte mainstream —a continuación ahondaremos en ello—. Ahora bien, el hecho de que se opte por situar el foco de la resistencia en el Campo de Mayo, lugar en el que está constatado que Oesterheld y toda su familia estuvieron presos antes de ser desaparecidos, recarga políticamente ese entorno, vuelve a dejar constancia de la importancia y la universalidad de la obra original y, además, apuesta por modificar el estatus de un espacio concebido como fábrica de horrores por la dictadura militar en un lugar desde el que reconstruir un país en ruinas.

Un fotograma de 'El eternauta'.

Un fotograma de 'El eternauta'.

4. La guerra de los mundos

El eternauta gana enteros cuando es todo lo argentina que puede ser cuando es más barrial. Cuando le saca el jugo expresivo a la topografía bonaerense. También cuando es dolorosamente íntima. Cuando muestra un jardín nevado, la pileta azul, y la familia desparramada, muerta, sobre la mesa exterior en la que comían (foto superior). Hay un surtido de imágenes inequívocamente potentes en la creación de Stagnaro.

Pierde encanto y punch cuando se pasea por los lugares comunes de determinado mainstream norteamericano. Cuenta con pasajes y estampas que hemos visto mil veces en series que van de The Walking Dead a Falling Skies. Desde el enfrentamiento vecinal (capítulo 2) a esa colilla que enciende una iglesia bañada en nafta, pasando por la elección del centro comercial como escenario de uno de los enfrentamientos (capítulos 5 y 6), en clara referencia a El amanecer de los muertos (George A. Romero, 1978), o por el manejo de las secuencias más aparatosas, aquellas que exigen toneladas de VFX y grandes escalas.

Por más que Stagnaro demuestre un sobrado conocimiento de las reglas del género —basta ver su sentido de la planificación, la búsqueda de angulaciones siempre inquietantes, su intención a la hora de plasmar ese choque entre interior y exterior que ya se observa en el prólogo inicial—, un imaginario menos contaminado por referentes foráneos y más cercano a algunas propuestas argentinas que se caracterizan por desmarcarse de esos tics —pienso en algunas piezas de terror contemporáneas como Muere monstruo muere (Alejandro Fadel, 2018) o Cuando acecha la maldad (Damian Rugna, 2023)— le restarían una pizca de ese innecesario convencionalismo. Y sí, es evidente que El eternauta juega en la liga de la ciencia-ficción distópica y no tanto en la del terror, por más que sus paralelismos con las películas de zombis sean insoslayables.

No terminemos sin mencionar que en su aproximación al presente, Bruno Stagnaro acierta a captar la idea de colapso social que parece acecharnos en los últimos tiempos —desde la pandemia al tan reciente apagón pasando por la DANA— y que aquí se conjuga en un clima de tensión insufrible que deriva en situaciones que la mayoría de ustedes han visto ya en los noticiarios, desde asaltos a farmacias a tiroteos en centros comerciales. Tampoco olvidemos que esta actualización comporta la representación de una sociedad más diversa (los venezolanos), con las mujeres jugando un papel distinto y con una mezcla de generaciones que no estaban, lógicamente, en la obra original.

5. Túrmix Netflix

Terminemos señalando que a una serie como El eternauta le beneficia su inclusión en el catálogo de Netflix. Si uno echa un vistazo a las últimas producciones originales de la compañía de la gran N roja no tardará en darse cuenta de que la serie de Stagnaro se impone en cualquier comparación: solo la manera que tiene de utilizar su imponente soundtrack ya vale más que Pulso, El jardinero y Nueva vida en Ransom Canyon, juntas.

Las naderías que el gigante californiano viene estrenando en los últimos meses —y ahí está para demostrarlo la bochornosa versión que ha hecho Tina Fey, que no es precisamente una cualquiera, de Las cuatro estaciones de Alan Alda— hacen que El eternauta parezca Nostalgia de Tarkovksy (espero que el amigo al que le acabo de robar la frase sienta esto como un halago y no como un hurto, que es lo que es). En resumen, bien por Stagnaro & Co.