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En plan serie por Enric Albero

'Nevenka': el #MeToo veinte años antes

La miniserie documental de Netflix repasa la historia de la primera mujer que se atrevió en España a denunciar a un político por acoso sexual y la primera en lograr su condena

12 marzo, 2021 10:30

El 26 de marzo de 2001, Nevenka Fernández, a la sazón concejal de hacienda del Ayuntamiento de Ponferrada por el Partido Popular, concedía una rueda de prensa en la que denunciaba ser víctima de acoso sexual por parte del alcalde de la ciudad, de su alcalde, Ismael Álvarez, al tiempo que presentaba su renuncia como edil y ponía los hechos en conocimiento de las autoridades judiciales. El 3 de julio de 2002, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León fallaba a favor de la demandante y condenaba a Álvarez a pagar una multa de 6.480 euros y a indemnizar a Fernández con otros 12.000. Ese fue el precio que el exalcalde tuvo que pagar por intimidar, degradar y amedrentar con propósitos sexuales a una mujer que había puesto fin a una brevísima relación entre ambos. 

Veinte años después, Netflix y Newtral, la startup centrada en la creación de contenido audiovisual que dirige la periodista Ana Pastor, repasan el caso a través de una miniserie documental de tres episodios dirigida por Maribel Sánchez-Maroto y escrita por Marisa Lafuente. Su interés radica no tanto en la ruptura de dos décadas de silencio por parte de Nevenka Fernández como en el retrato de una comunidad -extensible a la sociedad española- aferrada a unos valores conservadores, trasnochados e inequívocamente misóginos cuando no directamente machistas. El prólogo del capitulo inicial no juega con la desmemoria ni se plantea como la resolución de un misterio, prefiere poner las cartas sobre la mesa y adelantar un desenlace que, si bien desde un punto de vista jurídico terminó con la condena del acusado, tuvo un veredicto social muy distinto: la víctima tuvo que marcharse del país tras ver, entre otras cosas, como más de 3000 de su conciudadanos salían a la calle para manifestarse en apoyo de su ya exalcalde (dimitió tras conocerse el fallo) apenas tres días después de hacerse pública la sentencia. Álvarez siguió haciendo vida normal, residiendo en Ponferrada y obteniendo cinco concejales en las elecciones de 2011 a las que concurrió encabezando un partido independiente de nuevo cuño. Vivir para ver. 

Por qué hice NEVENKA | La historia de la docuserie de Netflix España

Regresar al caso Nevenka equivale a señalar el inicio del MeToo en nuestro país antes de que ese nombre y ese movimiento siquiera existieran: ella fue la primera mujer que se atrevió a denunciar a un político por acoso sexual y la primera en lograr su condena. Pero volver a aquella Ponferrada de principios de siglo es también volver a los tiempos de gloria del Partido Popular, a la aznaridad pletórica, a la doctrina de la opinión única y las declaraciones unívocas cuando desde las alturas alguno de los supertacañones gritaba “prietas las filas” (los guiños al Rey Emérito también tienen su miga). Es volver a un tiempo en el que un fiscal podría tratar a una testigo con la insolencia de un matón, a una época no tan lejana en la que algunas mujeres gritaban “a mí no me acosan si yo no me dejo”, a unos años en los que la corriente social iba contra alguien como Nevenka Fernández, cuyo único asidero lo constituían su familia más cercana, el compañero de facultad que terminaría siendo su marido y una voluntad de dar a conocer la verdad que precisó de asistencia psicológica y de la tozudez de su asesoría legal para mantenerse firme en un ambiente hostil cuya agresividad era tan real como la Torre del Reloj: no se trataba de un novelesco enrarecimiento de la atmósfera, sino de que el teléfono no parase de sonar y al otro lado del hilo asomara una voz que ni siquiera se molestaba en disfrazar las amenazas de consejos. 

Por su utilidad testimonial y su potencial didáctico, Nevenka (2021) debería explotar sus cualidades divulgativas en un canal en abierto y así alcanzar el mayor número de espectadores posible, pues el valor del documental pasa por registrar (y recordarnos) cómo empiezan a cambiar las sociedades (y cuán lento es el proceso hasta que esas transformaciones se consolidan: de una denuncia que en el año 2000 era una anomalía al ‘No es no’ y al ‘Hermana, yo sí te creo’). Si apelamos a la televisión generalista es, también, porque la forma de esta miniserie se asemeja más a la de los reportajes incluidos en espacios como Informe Semanal. La producción de Newtral para Netflix posee un atractivo registral, el de dar voz a una pionera a su pesar que regresa del exilio para sanar sus heridas y para insistir en que el silencio no es una opción, por más que el terror y la parálisis sean las reacciones inmediatas ante episodios como a los que a ella le obligaron a sufrir (iba a escribir “como los que ella sufrió”, pero aquí no hablamos de enfermedades ni de desastres naturales: aquí hay una parte activa). Nevenka Fernández vuelve veinte años después para enseñar sus cicatrices y tratar de explicar cómo aprende una a vivir con ellas, sin olvidarlas (¿es eso posible?) pero sin dejar que sean las coordenadas que ordenan tu vida.  

Más allá de la importancia de su valiosísima comparecencia (que no es poco), las virtudes narrativas y estéticas de la miniserie son más bien escasas. Su concepción es mecánica: imágenes de archivo, testimonios recogidos en la actualidad (parece imposible huir de los bustos parlantes) y repaso de los escenarios en los que aquello sucedió. Posee una alarmante reiteración de recursos: desde la cámara que recorre los espacios ahora vacíos en los que se produjeron los hechos (¿cuántas veces vemos la mesa de la cafetería en la que Fernández y Álvarez se reunieron por primera vez?) hasta el limitado uso del archivo (cierto es que algunas imágenes parecen regresar como estigma -el vestido de la jura del cargo, esa condena por ser joven, guapa y preparada- sino fuera porque esa iteración se vuelve recursiva y aplica a prácticamente todo el archivo). La banda sonora original oscila entre el subrayado sonrojante (esos violines que acompañan un viaje en coche a través de un bosque para ilustrar el último fin de semana que víctima y acosador pasaron juntos antes de que ella diera por acabada la relación) y los infructuosos intentos por vestir la función con los decorados de una película de suspense (además recurriendo casi siempre a la misma forma: travelling lateral, fotografía cenicienta con aspiraciones góticas -esos hoteles, esos juzgados- acompañados por una partitura que podría titularse ‘Buscando a Bernard Herrmann’). Lo de la metáfora de los peces – explicada para dummies, solo faltaría- lo dejaremos para otra ocasión. 

Resultan más emotivas, contienen incluso mayor verdad fílmica, las imágenes de Nevenka Fernández repasando lo ocurrido, con su voz entrecortándose todavía hoy, sin necesidad de aditivos, que cualquiera de las estrategias destinadas a crear una tensión por lo demás innecesaria. El momento en el que no puede proseguir con la narración de los hechos referidos a lo sucedido en el Hotel La Vega de Valladolid (“no puedo hablar de eso”) y la entrada del archivo (de sus declaraciones en el juicio sobre esa noche) conforman el punto álgido de la miniserie y revelan el poder lenitivo del documental: para su protagonista, a la que la propia narración ayuda a completar la verbalización del trauma que le permita pasar página definitivamente, y para los espectadores, que conocerán una de las partes más desagradables de un caso repugnante y puede así calcular la dimensión de los sucedido y calibrar su gravedad. 

Nevenka (EN ESPAÑOL) | Tráiler oficial | Netflix

En el fondo, Nevenka puede considerarse como el aporte español a los documentales modelo Netflix -y llamarles documentales quizá sea otorgarles una categoría que no merecen- en los que factores como la actualidad, la oportunidad (a veces el oportunismo), el morbo o el valor informativo siempre están por encima de la inventiva formal. De Tiger King (Rebecca Chaiklin & Eric Goode, 2020) a Escena del crimen: Desaparición en el Hotel Cecil (Joe Berlinger, 2021) pasando por Jeffrey Epstein: Asquerosamente rico (Lisa Bryant, 2020), todos parecen cortados por patrones idénticos en los que el tema se impone sobre la creación, como si fueran campos magnéticos incompatibles cuya convergencia terminaría provocando la explosión del sinsentido. No está de más recordar que el propio gigante del streaming se ha encargado de producir el contraejemplo perfecto: no hay caso más picante, con una cantidad de materia prima que da para construir una teoría de la conspiración que pondría a Iker Jiménez como al perro de Pavlov a la hora del vermú, que Wormwood (2017) y no puede haber un tratamiento de la información menos sensacionalista que el que presenta Errol Morris, alguien que se ha ocupado de desmentir, una y otra vez, que el abordaje de determinado tipo de sucesos desde una óptica documental esté reñido con la puesta en escena, una puesta en escena basada en la superposición de capas -ficción incluida- que rivaliza, que se iguala, con la complejidad de los asuntos que trata, desde la revocación del veredicto que condenó a Randall Adamas por el asesinato de un policía que se desmenuza en The Thin Blue Line (1988) a su duelo frontal con Steve Bannon en American Dharma (2018). Lástima que el modelo Morris no triunfe. 

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