El incomodador por Juan Sardá

Clásicos veraniegos (2): Truffaut, poesía, creatividad y talento

17 agosto, 2015 15:35

[caption id="attachment_1037" width="510"]

Truffaut en una imagen de La noche americana[/caption]

En los últimos años, por motivos que no vienen al caso y en los cuáles sería demasiado prolijo profundizar, en el eterno binomio Truffaut-Godard, máximos representantes de la Nouvelle Vague, Godard ha sido mucho más citado, homenajeado y laureado. Con Godard y Truffaut pasa un poco como con John Lennon y Paul McCartney. Lennon y Godard son los carismáticos y "artistas", Truffaut y McCartney los "buenos chicos". Es absurdo entrar en un debate sobre quién es mejor. La realidad es que Truffaut es más pop y Godard más rock, pero Truffaut no hizo, ni dijo, muchas de las tonterías que sí se le pueden adjudicar a Godard, un hombre capaz de las gestas más asombrosas y las ridiculeces más espantosas. En cualquier caso, hoy toca hablar de Truffaut y Truffaut es el talento puro.

El propio nombre de Truffaut ha sido, eso sí, durante mucho tiempo sinónimo del cine francés, o "a la francesa", e incluso del cine de autor: si una sala alternativa quiere que se la identifique con un tipo de cine no hollywoodiense, se pone Truffaut como nombre y todo el mundo sabe de qué va el asunto. Uno echa en falta, sin embargo, que sean sus propias películas las que gocen de infinitas revisiones y reemisiones porque Truffaut nos acerca al talento y la sensibilidad puras y su obra, lejos de parecernos anticuada o superada, brilla hoy con la intensidad de una modernidad eterna gracias a los muchos hallazgos de una gran capacidad para hacer algo que Godard (y ya dejo el tema) le reprochó: contar historias, crear maravillosos personajes, estar cerca de sus emociones y desplegar una enorme creatividad que se percibe en todos los detalles.

Porque son precisamente los detalles, pequeños logros aquí y allá, a veces imperceptibles en una primera visión, los que hacen que los universos creados por el cineasta nos parezcan tan vívidos y reales. Comenzó su trayectoria a la edad de 26 años con una de las mejores películas de todos los tiempos, Los 400 golpes, de claros tintes autobiográficos pues Truffaut no conoció a su padre y se llevó siempre mal con su madre, que lo mandó a casa de los abuelos para que lo criaran. Cuenta esa película la historia de un preadolescente con una madre idiota y egoísta cuyo dolor personal por ese abandono paterno se manifiesta con una actitud conflictiva en la escuela. Los avatares de ese protagonista que poco a poco irá descubriendo el rostro más amargo de la vida y entendiendo que está solo en el mundo nos conmueven una y otra vez cuando vemos la película.

Los 400 golpes marcan un tono que define a Truffaut: una cierta ligereza en las formas que poco a poco va mostrando su verdadero rostro para dejarnos noqueados con la realidad de lo que está sucediendo en pantalla. Los 400 golpes comienza pareciendo una película sobre un jovenzuelo descarriado y simpático y poco a poco se va convirtiendo en una película demoledora sobre un niño que debe afrontar el desamor de su madre. Y están esos "detalles", como ese santuario que el protagonista le alza a Balzac (escritor muy citado en el resto de su obra) o esas "bromitas" que revelan la mediocridad del padrastro. Crea con este filme Truffaut a su criatura más emblemática, ese Antoine Doinel interpretado por Jean Pierre Léaud al que tendremos oportunidad de seguir durante 30 años.

Es Doinel sin duda el alter ego de Truffaut, ese niño con una infancia dura, poético y romántico, idealista y despistado, un desastre vital al que siempre salvan sus buenas intenciones y su sentido lúdico y creativo de la existencia. El amor a los veinte años (1962) es un cortometraje incluido en una película colectiva en el que vemos a un Doinel ya adulto pero igualmente idealista y enloquecido. De nuevo, ese tono amable para contarnos una experiencia amarga pues a Doinel le rompen el corazón por primera vez en esta película. Trabaja en una casa que fabrica discos iniciando ese larguísimo peregrinar del protagonista por una serie de trabajos inverosímiles y normalmente mal pagados. El Doinel huérfano sigue muy presente y se enamora tanto de una chica como de sus padres pues nunca dejará de buscar la familia que no tuvo.

En Besos robados (1968) la vida sentimental de Doinel sigue cobrando todo el protagonismo. Ahora el joven trabaja en una agencia de detectives, lo que da a Truffaut otra oportunidad para retratar el mundo laboral desde el absurdo y un cierto surrealismo. Del Doinel abandonado al Doinel rompecorazones, ahora se debate entre Christine, que le quiere sinceramente, y la esposa de uno de sus clientes, un zapatero que quiere saber por qué le cae mal a todo el mundo. Domicilio conyugal (1970) es una amarga lección sobre el matrimonio. Doinel se casa con Christine pero no funciona. Su último trabajo es el tinte de flores, claramente improductivo, y comienza a trabajar para una empresa americana de miniaturas. Doinel es un poeta con sus virtudes y sus defectos, una cierta ligereza de carácter y buenas dosis de egoísmo. El protagonista le pone los cuernos a su mujer con una japonesa revelando al mismo tiempo el carácter soñador y un tanto fantasioso del personaje como su frivolidad.

Las andanzas de Doinel se terminan con El amor en fuga (1979), en la que el pesimismo de Truffaut respecto a las relaciones amorosas se expresa en toda su claridad. Doinel se reencuentra con la chica que le rechazó en El amor a los veinte años y mientras se dedica a perseguir a una mujer que no le quiere maltrata a las que sí. Atribulado como siempre, Doinel es una muestra del egoísmo infinito que pueden mostrar los románticos y soñadores, siempre en las nubes, al personaje le cuesta darse cuenta de los efectos de sus acciones y de las limitaciones y reglas de la vida real. A modo de homenaje, el director también incluye numerosos flash-backs en los que rememora las antiguas películas.

Doinel es su criatura más emblemática pero Truffaut fue hiperactivo. En Tirad sobre el pianista (1969) realiza su particular homenaje al cine negro americano que tanto le gustaba así como a la era del jazz que marcó la época con Charles Aznavour como antihéroe en este sofisticado thriller. Jules y Jim (1962) es una de sus películas más famosas tanto por la película en sí como por convertirse en símbolo de una época de liberación sexual que cristalizaría en el mayo del 68. Cuenta la película el amor a tres bandas entre una mujer libre y risueña (maravillosa Jeanne Moreau) enamorada al mismo tiempo de su marido y su joven amigo. Este trío escandalizó a la sociedad de la época y Truffaut nos conmueve hoy con esta historia de una mujer condenada a amar a dos personas. En La piel dulce (1964) el drama surge a través de la figura de un escritor que se siente culpable por haber abandonado a su esposa por otra mujer.

Truffaut hizo una película al año hasta que se murió, demasiado pronto, a los 52 años. En La novia vestida de negro (1969) una mujer se venga de los asesinos de su marido matándolos uno a uno. Las dos inglesas y el amor (1962) es una sensible película histórica sobre dos hermanas enamoradas del mismo hombre. En un contexto puritano, Truffaut realiza una sensible reflexión sobre el papel del sexo en las relaciones. En El niño salvaje (1969) y Una chica tan decente como yo (1972), el director trata el asunto de la dicotomía entre civilización y salvajismo a partir de un médico que quiere rehabilitar a un niño crecido en las montañas en soledad y un joven profesor de sociología que investiga en la vida de una joven delincuente.

En 1973 entrega La noche americana, en la que Truffaut se interpreta a sí mismo y donde vemos a Jean Pierre Leaud como divo insoportable, firmando una de sus películas más conocidas contando una historia dentro del mundo del cine. El rodaje de un filme caótico en el que los actores arrastran graves problemas personales y sus tribulaciones, como siempre contadas con esa ligereza a veces cómica que no oculta su fondo de tragedia, sirven para crear un filme coral y al cabo festivo sobre el milagro que supone que una banda de "locos" acaben haciendo algo tan maravilloso como un filme. La piel dura (1976) es una de las mejores películas que jamás se han hecho sobre la infancia, un retrato jovial y amargo de las andanzas de unos niños de provincias con la que Truffaut logra el milagro de captar todas las sutilezas, miedos y alegrías de la niñez. Es una película sensacional que revela toda la sensibilidad de ese Truffaut perpetuamente atormentado por la infancia.

Sus tres últimos filmes dejan un inmejorable sabor de boca. El último metro (1980), gran éxito en su época, es un drama histórico ambientado durante la ocupación nazi sobre un director de teatro judío escondido en el sótano que dirige, con la ayuda de su mujer, una obra en el que había sido su teatro toda la vida. Gérard Depardieu y Catherine Deneuve están espléndidos y es maravilloso como Truffaut retrata la bondad, pero también la debilidad, de esa esposa heroica. La mujer de al lado (1981)  trata sobre uno de sus eternos temas, la posibilidad de la felicidad en el matrimonio y la pregunta de si una persona es capaz de amar toda la vida, o incluso en algún momento, solo a una persona. Dramática y operística, cuenta lo que le sucede a un hombre felizmente casado cuando se muda a su lado la mujer que una vez amó con locura.

Y termina Truffaut con otro homenaje al cine negro americano, Vivamente el domingo, la historia de un empresario ciego en asuntos amorosos, casado con una rubia despampanante absolutamente idiota, mientras es amado por su sensacional secretaria. Cuando es acusado, falsamente, del asesinato de la esposa, entre ambos surgirá la pasión. La película nos cuenta una idea muy habitual en su filmografía, la de que los hombres son inconstantes y la mayoría de las veces, tontos. En Truffaut, una vez más, se dan cita el maravilloso absurdo de la vida y su cruel reverso. Fue un verdadero poeta.

El Arte Povera de Javier Rodríguez Marcos

Anterior
Image: Houellebecq amenaza a 'Le Monde' con ir a la justicia por unos artículos sobre su vida

Houellebecq amenaza a 'Le Monde' con ir a la justicia por unos artículos sobre su vida

Siguiente