El escritor Fernando Aramburu. Foto: Iván Giménez

El escritor Fernando Aramburu. Foto: Iván Giménez

A la intemperie

Historia de un novelista contada por sí mismo

'Patria', de Fernando Aramburu, es una lección de lo que es una novela en español y una seña de identidad de la conciencia crítica de su autor.

25 octubre, 2023 02:09

El mismo novelista lo ha contado en múltiples ocasiones: entrevistas, párrafos de artículos, frases en charlas o conferencias. Vivía en Alemania desde hacía bastante tiempo y un día comenzó a sospechar que estaba perdiendo el contacto firme con su propia lengua, el español. A esa sospecha le dio suma importancia: había que resolver aquel problema creciente, sobre todo porque el novelista —que aún no lo era— pensó que finalmente podía olvidarse de su lengua materna al dejar de hablarla, al dejar de leer libros en español, al alejarse todos los días de ella. Sería, debió de pensar el escritor, una pérdida irreparable y casi voluntaria. Perder la costumbre de hablar la lengua madre hace que también olvides algunas cosas personales que suelen ser muy importantes para resolver asuntos de la vida misma.

Entonces, aquel escritor decidió que la mejor manera de mantener viva en su mente y en su vida la lengua en la que había nacido y crecido hasta llegar a la madurez era ponerse a escribirla todos los días. Dedicarse dos o tres o cuatro horas al día a escribir en la lengua que su memoria estaba perdiendo. Era la mejor manera de recuperar lo que le era tan necesario como su propia conciencia.

Así nació aquel escritor al que me estoy refiriendo: por la necesidad de salvar la supervivencia de su propia lengua y no perder la mayor de las señas de identidad de un ser humano. Aquel señor se llamaba y se llama Fernando Aramburu. Era lector, sin duda, antes de la terrible sospecha de la pérdida, pero no le parecía suficiente. Y así empezó a escribir el escritor que luego sería Fernando Aramburu.

En esa época, no exenta de turbulencias, su conciencia y el recuerdo de su propia tierra, Euskadi, de donde se había marchado precisamente huyendo de los dislates colectivos del país, se impuso escribir la historia sagrada de su propia experiencia en la otra seña de identidad, la tierra, y poco a poco fue construyendo una novela con aquella memoria personal del país convulso que dejaba atrás.

Esa novela creció en folios, en páginas, en episodios, en reflexiones, hasta convertirse en una historia que, desde el punto de vista de la edición, se salía de los márgenes normales del momento, ese instante de años en la que las editoriales pedían contención al escritor, y escribir lo más “corto” posible. La tendencia del lector de entonces, y de ahora desgraciadamente, era leer libros, novelas sobre todo, de pocas páginas, casi que fuera una novela corta o un cuento largo.

Nuestro novelista no tuvo en cuenta nada de eso, porque nada de eso le importaba. La función de su escritura literaria se asentaba y hundía en recuperar sus recuerdos en una lengua de la que se estaba olvidando, la suya propia, de modo que con ese ejercicio se sentía completamente recompensado camino de su objetivo. Pero sucedió que la historia que estaba escribiendo siguió creciendo, se ramificó por todos lados, alteró el motivo inicial y fundamental de la escritura, desbordó el deseo del escritor y empezó a ser un ser por sí mismo. Un ser que imponía sus órdenes al escritor y le ayudaba a seguir escribiendo una historia que haría historia en la literatura de la lengua española contemporánea.

No sé si Aramburu sintió alguna vez, mientras escribía la novela, la vertiginosa tentación de abandonar la escritura: agobios cotidianos, trabajos al margen de esa particular tarea, cansancio de la historia, aburrimiento al fin y al cabo de aquellos momentos que la escritura le estaba robando al resto de su vida. Henry James lo dice muy claramente: para escribir una novela hay que tener una voluntad de hierro. Aunque hoy parezca que nada de lo que sugiere y aconseja James tiene importancia…

La novela se llamó definitivamente Patria. Cuando el escritor la envió a su editorial, le contestaron que harían una edición de 20.000 ejemplares. Aramburu se echó las manos a la cabeza y trató de convencer a sus editores de la locura que iban a cometer. Literalmente les advirtió en persona de que se estaban equivocando y que podían arruinarse en aquella aventura.

Un par de años después, Patria había vendido un millón de ejemplares y era leída por los lectores de novela más exigentes del mundo editorial español e hispanoamericano. Brotaron desde la nada las traducciones de la novela, que fue lo que se llama comercialmente “un éxito”.

Patria es, para mí, la prueba de que la novela está escrita por un novelista honrado. Mientras la escribió no tuvo en cuenta para nada al lector, ese traidor cotidiano. Mejor: para el escritor el lector nunca fue un incentivo ni como censura ni como inyección de entusiasmo. Simplemente el lector no existió. No había en su intención, en la del novelista, más que la ambición de no perder su lengua escribiendo una historia que le era muy cercana. Con todas sus consecuencias, Patria es hoy una lección de lo que es una novela en español; es una obra clave en la historia de la novela española de hoy; es una seña de identidad de la conciencia crítica del escritor. Y todo ello, sin tener en cuenta al lector ni en lo más mínimo. Tomen nota, queridos colegas.

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