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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Galdosiana (9)

Como Galdós, otros escritores y artistas canarios como Manolo Millares y Martín Chirino triunfaron gracias a que un día abandonaron las islas

19 agosto, 2020 12:53

Algunos poemas de Pedro Lezcano no fueron nunca muy bien explicados por los críticos, aunque tuvieron durante décadas una gran popularidad. Yo mismo vi y oí al poeta recitar "Que cojan la maleta" en un teatro lleno hasta la bandera por un público ansioso de aplaudir al poeta al terminar cada poema de su recital. "Que cojan la maleta" fue ovacionado por una multitud encantada con el poema, que hacía alusión primaria a quienes desde las Islas Canarias, y luego de quejarse del contexto y del texto sociocultural ponían agua por medio y abandonaban el Archipiélago. Como Galdós en su momento, obligado por, en su caso, el contexto familiar y el texto amoroso con Sisita, su prima del alma y su gran amor perdido, muerta ella misma en La Habana, en plena juventud.

El poema de Lezcano, ¿contra quién iba en realidad? El poeta se movía en circuitos antifranquistas e izquierdistas, enquistados en el PCE y bajo sus órdenes, siempre soñando con una revolución y una ruptura que no llegaron nunca. No se movía, pues, el poeta, en círculos sociales propios de las cercanías del régimen dictatorial, aunque a veces acudiera con su mujer a algunas fiestecitas del Club Náutico —pecados menores— y otras asociaciones de clase cómplices con el franquismo. Era o se decía que era comunista, y yo no voy a poner en duda ahora, en una época gris y oscura donde la represión política seguía firme y cruel buscando víctimas para alimentar al monstruo. Pero, ¿contra quiénes, entonces, iba dirigido el poema "Que cojan la maleta?". ¿Contra el franquismo, contra el sistema dictatorial, contra sus cómplices, contra la situación en general? Iba, eso está claro, contra quienes querían abandonar las islas porque la asfixia política y cultural se les había hecho irrespirable. Detestaban aquella sumisión patética de una sociedad que comenzaba a lavar su miseria moral y económica gracias a la llegada del turismo y sus nuevas costumbres.

Playa de las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria

Había, por entonces, un grupo de artistas y poetas vanguardistas que no cesaban de quejarse de la situación diaria y consuetudinaria de Canarias, especialmente en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Se reunían en la Playa de las Canteras y ahí, en ese lugar ya sagrado, esgrimían sus argumentos y rumiaban la manera más corta de coger la maleta y mandarse a mudar. Capitaneados desde el principio por el artista Manolo Millares, ese grupo estaba compuesto por el poeta Manolo Padorno, el pintor Alejandro Reino, el escultor Martín Chirino y, finalmente, Elvireta Escobio, esposa de Manolo Millares y firmemente decidida a abandonar las islas y llegarse hasta Madrid. Como Galdós, aunque no siguieran exactamente sus pasos uno a uno. Millares había roto estéticamente con Planas de Poesía, con sus hermanos y, al fin, con el realismo socialista impuesto por el PCE de la época. Había decidido conquistar su lugar en el mundo inventando una estética única que, para mí al menos, llegaría a convertirlo en el Goya español del siglo XX. Los viejos luchadores del PCE estaban cansados de oír una y otra vez quejarse amargamente a los jóvenes leones que querían coger su maleta y nadar mar adentro, lejos de las islas nefastas que los mantenían entre cadenas. Así lo hicieron tiempo después: corrieron esa aventura más peligrosa que nunca, dejaron la zona de confort, salieron de la cultiva. Reino se fue a Marruecos y los demás a Madrid. Manolo Millares y Elvireta Escobio terminaron viviendo en la calle Hilarión Eslava, la misma en la que vivió muchos años Benito Pérez Galdós: no hay casualidad buscada, sino sincronicidad de los tiempos, los espacios y las vocaciones. Millares y todos los demás, cada uno por su lado y todos juntos, se convirtieron después y poco a poco en lo que fueron, unos más y otros menos. Millares fue, junto a Saura, uno de los promotores y capitanes del Grupo El Paso, al que luego se adhirió Chirino. Elvireta, tal vez, dejó de pintar como lo hacía de joven. Manuel Padorno fue poeta y editor. Al final de su vida y, entre otros errores, se proclamó miembro de El Paso sin haber pertenecido nunca a ese conjunto de artistas. Sic transit gloria mundi.

"Que cojan la maleta", el poema de Lezcano que rechazaba a quienes abandonaban "la lucha y la causa" y nadaban hasta geografías distintas a las islas nativas, es cuanto menos un equívoco triunfante: la comodidad está en la suavidad de las islas, en la tesis de la cueva materna (no moverse del lugar donde se ha nacido como si cada uno de los artistas y creadores fueran obligatoriamente y por destino Prometeos encadenados, muertos más allá de la punta del muelle). ¡Ah, las islas!, ¡cuántas inexplicables mentiras aplaudidas por los que no saben nada o no quisieron nunca saber la verdadera razón y el orden natural de las cosas! Como a Galdós, después le vino al grupo de rebeldes un tiempo mejor: Millares fue consagrado como uno de los grandes artistas del siglo XX español y aplaudido a rabiar por las mismas multitudes que habían aplaudido "Que cojan la maleta". Chirino regresó a Canarias por temporadas, admirado y querido por todos los suyos, aunque más le gustaba a él, como me dijo una de las veces que hablamos, que lo reconocieran físicamente en las calles de su tierra. Padorno regresó a las islas después de la dictadura, a hacerse cargo de una cosa chiquitita que él llamó (por supuesto, con cariño controvertido) "la culturita canaria". Craso error. Elvireta vive en Madrid todavía, aunque viaja a las playas y los amigos de las islas con frecuencia. Reino no regresó, creo que murió en Marruecos, su lugar en el mundo. Ninguno de ellos hubiera sido nada de lo que fue si no hubieran cogido la maleta y se hubieran mandado a mudar. Aplaudan, ahora, como le aplauden a Galdós...

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