A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

El cuello de los lectores

3 octubre, 2018 12:04
Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez

Agarrar por el cuello a los lectores desde la primera frase de la novela hasta la última palabra del relato: esa era la intención, según el testimonio que al menos le atribuye la leyenda, de García Márquez cuando comenzó a escribir Cien años de soledad. Y lo consiguió, según los datos que otorga el paso del tiempo, ese tiempo intratable que acaba con todo menos con los recuerdos más memorables. Déjenme hoy poner en duda no las palabras que según dicen dijo García Márquez, sino el objetivo fundamental del escritor colombiano al acometer la enorme aventura épica de escribir Cien años de soledad, la novela que, traducida en lengua India, salió al público lector con el título de Cómo vivir cien años (título a lo que se ve propio de un libro de autoayuda). Que el escritor colombiano luchara, mientras escribía la novela, y soñara que estaba escribiendo una novela que sería después un bestseller mundial, no quiere decir que haya hecho, para agarrar desde el principio del texto literario el cuello de los lectores, concesiones al mercado ni a la galería en espera de esos millones de lectores a los que convenció la novela. Al contrario, me coligo que García Márquez, a pesar de ser reportero periodístico de los buenos (de los que no permiten que ninguna verdad les destroce la brillantez literaria de su reportaje), no tenía en cuenta al lector a la hora de escribir.

Creo también que hay escritores, sobre todo los poetas, que no tienen a la hora de escribir nada que ver con ese fantasma que espera la publicación del libro para leerlo. Hay otros, ya lo sabemos, que actúan a golpe de viento: según para que lado soplen ellos escriben. Estos últimos buscan inútilmente las mayorías de lectores que nunca llegan, como si esa manera de venderle el alma de escritor al diablo de la escritura mercantil maldijera sus obras para siempre. Algunos de estos a los que me refiero, que creen ver en la lejanía una masa de lectores que lo hará famoso, reconocido y rico, consiguen lo que se proponen. Nunca he probado esos sentimientos, ni -para decirles la verdad- me importa nada el lector a la hora de escribir mis novelas y mis libros. Es decir, dios de mí mismo (como ha titulado su crítica a Ni para el amor ni para el olvido, mi primer tomo de memorias, mi querida Anna Caballé), escribo para mí, en muy primerísimo lugar, y después para los que se atrevan a leer ese texto que escribo que tal vez no les interese nada, como suele suceder. Un tipo que se dice lector, pero que está constatado que está muy lejos de serlo, me dijo un día que no le gustaba mi manera de escribir porque mi escritura le parecía lejana, lejos del lector que él se decía que era. Le dije, con sarcasmo, que lo primero que iba a hacer a partir de ahora era tener en cuenta su opinión, que no criterio, una opinión de un lector que me confesaba que leía tres libros al año y que, por lo menos, dos eran novelas. Hay que tenerlos cuadrados para aguantar la cháchara de un monsergas de tal por cual que por leer apenas mil páginas al año sostiene que es lector. ¿Sabe este absurdo "lector" cuál es la media de libros que lee al año un islandés? Se lo digo yo, y doy las dos fuentes: Unesco y Ministerio de Cultura islandés. Señoras y señores lectores, la media de hace un par de años de libros leídos al año por los islandeses es de sesenta libros. Claro, el frío, la nieve, la falta de luz a lo largo de tantos meses, el aburrimiento y tantas otras cosas. Pues, no: el asunto es la educación y la costumbre placentera de estar a solas con un libro, desde un verso de García Lorca a una página de Cien años de soledad.

Un escritor como el venezolano José Balza, para quien reclamo de una vez el Premio Cervantes cuando le toque a un latinoamericano (no este año), ¿pensaba tal vez en el lector cuando escribió la maravillosa Percusión, cuya lectura les recomiendo vivamente, o pensaba en escribir la maravillosa Percusión que resultó una joya literaria gracias a su gran esfuerzo intelectual? ¿Qué ocurre, creen que Schubert cuando componía lo hacía a gusto de las mayorías que aplaudirían durante los siglos siguientes toda su música como perfecto y sobrenatural? Tal vez sean muchas preguntas para aquel absurdo lector al que me refiero más arriba, pero el problema no son las preguntas sino las respuestas, esa historia falsa de la cercanía, la empatía, la complicidad del escritor con el lector. Es al revés: el escritor escribe, como le da la gana y envuelto en su estética, y el lector es el que tiene que ser cercano al texto, si le gusta y según sus gustos, si los tiene porque los has adquirido previamente con la lectura de muchos, cauchos, muchos libros literarios. Lo demás, al menos en mi caso, no me interesa.

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