Image: Picasso/Lautrec, esplendor lumpen

Image: Picasso/Lautrec, esplendor lumpen

Exposiciones

Picasso/Lautrec, esplendor lumpen

Picasso/Lautrec

27 octubre, 2017 02:00

Izquierda, Toulouse-Lautrec: Desnudo de pelirroja agachada, 1897. Derecha, Picasso: Jeanne (Mujer tumbada), 1901

Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Madrid. Comisario: Francisco Calvo Serraller. Hasta el 21 de enero

No es difícil -aunque sí caro: 365 millones de euros en seguros, que cubre la garantía del Estado- demostrar, con obras en la pared, la archiconocida influencia de Henri de Toulouse-Lautrec sobre Pablo Picasso. Pero ningún museo se había propuesto hacerlo antes y el Thyssen ha superado el reto airosamente. Es verdad que la exposición no es deslumbrante, en el sentido de que no todo lo colgado es de primera magnitud, y que su estructura es algo simplista y reiterativa, basada en los temas que compartieron de manera más obvia. Pero las conexiones están bien establecidas y el recorrido, salpicado de obras importantes, permite constatar ese impacto que fue tanto artístico como vital y que tuvo una sola dirección: aunque Picasso era solo 15 años más joven que Lautrec, cuando llegó a París éste estaba ya muy enfermo, destrozado por el alcohol y la sífilis, y nunca se conocieron.

Picasso admiraba a Lautrec antes de su primer viaje a París en 1900. En Barcelona, sus colegas Rusiñol, Casas y Utrillo ya habían digerido la impronta del francés, a quien idolatraban como "uno de los primeros y principales [artistas] en aplicar los sentimientos artísticos del espléndido Japón antiguo a las nuevas visiones ultramodernas" (Utrillo, en Pèl & Ploma, revista con estilo gráfico "a la Lautrec"). Sorprende que el catálogo no haga ni una mención del japonismo detectable también en el joven Picasso, heredado en buena parte de Lautrec y estudiado, por ejemplo, en una muestra organizada por el Museo Picasso de Barcelona en 2009: Imágenes secretas. Picasso y la estampa erótica japonesa. Habría sido una ascendencia artística para ambos a rastrear, quizá más fructífera que la que, según afirma en el catálogo Francisco Calvo Serraller, comisario de la muestra junto a Paloma Alarcó, los hace herederos de El Greco, Ingres y Degas. Algo que se olvidan luego de demostrar con las obras.

Izquierda, Toulouse-Lautrec: Pelirroja (La toilette), 1889. Derecha, Picasso: Estudio para Las señoritas de Avignon, 1907

Lautrec no fue, desde luego, el único artista al que Picasso pirateó en ese momento: ya entonces se señalaron sus deudas hacia Van Gogh, Degas, Steinlen, Vuillard… Pero fue claramente su referente principal, quizá porque había sido, como él, un espía de los cuerpos activados por los paroxismos y las emociones, un voyeur moderno, una mano experimentadora y un "personaje" artístico: Lautrec quizá a su pesar, Picasso muy calculadamente, en pos del título de héroe de la bohemia, de "analista de una época de podredumbre" que aquél había dejado vacante. Se puede aventurar que Picasso siguió los pasos de Lautrec en el Montmartre más marginal y nocturno: la afición por los burdeles ya la traía puesta pero es posible que la atención a los cabarets y al circo fuera espoleada por lo visto en sus obras. Un turismo artístico del lumpen.

Pero no sólo hay evidentes coincidencias argumentales o compositivas, aspecto en el que incide la muestra, y con mucho acierto: no se recalcan lo suficiente los préstamos formales, su parentesco técnico, dibujístico y pictórico, tarea que se podría confiar a unas buenas cartelas que informasen además sobre gentes, lugares, detalles sobre la realización y el destino de las obras… Pero parece que se da más importancia a la contemplación libre, que de seguro proporcionará intenso placer al visitante; o quizá se persigue facilitar la circulación del público, que se espera abundante, o el alquiler de audioguías. Aunque no hay un orden cronológico en el montaje, podemos seguir en el conjunto de las salas, con saltos adelante y atrás, la evolución de Picasso de 1900 a 1907: modernismo/expresionismo, época azul, época rosa e inicio del cubismo con Las señoritas de Aviñón, obra a años luz ya de Lautrec pero coherentemente integrada -en forma del tapiz que conservó siempre el artista- en el hilo expositivo, como culminación y monumentalización del tema de la prostitución. Lo que en mi opinión no tiene sentido es llevar la influencia de Lautrec sobre Picasso más allá de esa fecha, algo que los comisarios consideran una de las mayores aportaciones de la muestra. Se ha incluido una cabeza cubista y un mosquetero de los años 70 como eco de la inclinación hacia lo caricaturesco en ambos artistas, y se han sumado cuatro pinturas de los años 60 que son desnudos variopintos en los que resulta muy difícil vislumbrar a Lautrec. Picasso casi nunca tuvo el interés humano de éste por las mujeres, aunque las usaran igual, y a medida que avanzaron los años avanzó la cosificación y la violencia simbólica que ejercía sobre ellas.

@ElenaVozmediano