Image: Gonzalo Lebrija, momentos críticos

Image: Gonzalo Lebrija, momentos críticos

Exposiciones

Gonzalo Lebrija, momentos críticos

Measuring the Distance/ Golden Hours

18 septiembre, 2015 02:00

Vista de la instalación Silver Lamento, 2015

La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta 1 de noviembre / Galería Travesía Cuatro. San Mateo, 16. Madrid. Hasta el 5 de noviembre. Precio: 22.400€

Cuando algunos piensan en el arte mexicano, tienden a creer que todo acaba en el D.F., que más allá no hay nada. Sin embargo, a pesar de la clara centralidad que tiene la capital, hay que considerar la importancia que tienen otras ciudades. Una de ellas es Guadalajara, que se ha revelado en las últimas décadas como uno de esos lugares fundamentales, seguramente también junto a Tijuana y Monterrey, en el desarrollo artístico de este país. Guadalajara es el lugar de origen y de actividad de algunos de los artistas mexicanos que más han destacado en el ámbito internacional en los últimos años, exponiendo en algunos museos, centros y galerías de gran importancia, tanto americanos (entiéndase no sólo estadounidenses, uno de los errores comunes, tomar la parte por el todo) como europeos.

A este grupo de artistas pertenece Gonzalo Lebrija (que, aunque nació en México D.F. en 1972, ha desarrollado toda su actividad en Guadalajara) al que ahora La Casa Encendida dedica la exposición con la que abre temporada, una muestra a la que se ha unido la presentación de uno de sus vídeos más recientes, Golden Hours, en la galería Travesía 4. Junto a Lebrija, en este grupo se incluyen José Dávila, representado también por Travesía Cuatro, Fernando Palomar, el menos conocido en España, y el tristemente desaparecido Luis Miguel Suro.

Lebrija utiliza los recursos de lo poético, el absurdo y el sentido del humor para crear estos instantes de crisis que definen sus obras

Quizás podría hablarse de generación, no únicamente por la proximidad de sus edades, todos nacidos entre finales de los años 60 y primeros años 70, sino por su espíritu colaborativo y de compromiso que les llevó a desarrollar iniciativas como OPA, Oficina de Proyectos de Arte, un espacio fundado en 2003 que se convirtió en una referencia para otros que llegaron más tarde y que intentaba generar ese contexto que no se podía construir desde las instituciones oficiales de la ciudad tapatía, pobres y anticuadas.

Las obras de Lebrija, ya sean fotografías, vídeos y películas, dibujos, esculturas o instalaciones, producen no ya instantes precisos, sino momentos críticos, como muy acertadamente los denomina el comisario de la exposición, Humberto Moro. Se trata de momentos que desvelan el modo en el que lo cotidiano, ese día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, que todos vivimos, está regido por estructuras de poder y por una autoridad invisible pero que siempre está presente.

Frame del vídeo Dirty Wish, 2007

Uno de estos momentos críticos se produce al contemplar la imagen Dirty Wish (2007), en la que se ve un automóvil de lujo de la marca Pontiac, con matrícula de 1963 (casualmente el año del asesinato de John Fitzgerald Kennedy mientras paseaba triunfante por la calles de Dallas montado en un Cadillac, fabricado, como los Pontiac, por General Motors), junto al que se encuentra una atractiva mujer rubia platino (¿el fantasma de Marilyn?) que lleva un elegante vestido verde y unos guantes blancos impolutos. Una fotografía con mucho de publicitaria que está manchada, puede que como resultado de ese deseo sucio al que se refiere el título, o que quizás haya sido salpicada en un descuido cuando se utilizó ese rifle que disparaba pintura o disparaba a la pintura y que ahora se hunde en ella en el centro de la sala. Es una imagen que el título (siempre importante) convierte en ambigua: no se sabe quién o qué es el objeto del deseo, si el automóvil (peligroso) o la mujer de verde, o quién desea, si es ella o el espectador que mira.

Lebrija pide que este espectador se involucre, que busque un significado, obra a obra, y encuentre relaciones, entre todos los trabajos, algo que favorece el montaje, muy cuidado, de la individual. Pero para que esto suceda, el espectador tiene que ser capaz de tomar distancia: Midiendo la distancia, se titula la exposición, casi como la instalación de cuatro películas de 16 mm, La distancia entre tú y yo, en las que se puede ver al artista alejarse de la cámara corriendo a la máxima velocidad que le es posible.

El visitante se va descubriendo deseante y deseado porque está inmerso en una sociedad en la que se consume, el tiempo, pero también se es consumido, por el paso del tiempo, como el frágil reloj de pared de una de las salas evidencia. Sin embargo, el tiempo también se puede perder, algo que no le convendría a un sistema obsesionado por la productividad, aunque a lo mejor sí, porque hoy el tiempo perdido es dinero ganado.

Una de las formas de dejar que pase el tiempo es haciendo y deshaciendo aviones de papel dorado, como en Unfolded, un juego de infancia que es recurrente en la producción de Lebrija desde muy pronto. Se trata de papel mojado o papel acribillado a balazos, como los libros del vídeo Who Knows Where the Time Goes (2014), en el que de nuevo se subrayan las equívocas relaciones entre el ocio y el negocio y se cuestiona el lugar de la cultura, simbolizada en esos volúmenes que son destrozados a tiros. Lebrija utiliza los recursos de lo poético, el absurdo y el sentido del humor para crear esos instantes de crisis en los que se convierten sus obras.