Image: Wols: las pequeñas virtudes

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Exposiciones

Wols: las pequeñas virtudes

Wols: el cosmos y la calle

28 marzo, 2014 01:00

Sin título, 1946-47

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 26 de mayo.

Sartre decía de sus dibujos que eran "innombrables". Había ilustrado alguno de sus libros y conocía bien ese lado intimista y enigmático del escritor y artista alemán Alfred Otto Wolfgang Schulze (1913-1951), que poco decía de sus obras, que nunca titulaba, y que un día, fascinado con un telegrama roto encontrado al azar, se cambió el nombre a Wols. Una quimera que tuvieron tras la oreja años más tarde Cioran y Fernando Savater, convencidos de que Wols era un personaje de ficción, una invención más de Sartre.

Lo que fue es un maldito entre los malditos. Un genuino outsider hasta el final, que llegó pronto, a sus 38, castigado por el alcohol con quien empezó a convivir en el campo de concentración de Les Milles en 1939. Allí coincidió con Max Ernst, a quien le hizo una de sus fotos más conocidas. La fotografía fue el medio que precedió al dibujo, con la que se había ganado la vida desde principios de los años 30, instantáneas callejeras que se detenían en alcantarillas y sumideros, en calles perdidas de París. Las acuarelas, grabados y dibujos eran mucho más viscerales, llenos de parásitos, que muchas veces dibujó en su cuarto de Les Milles. En aquel momento, en los años 40, su obra representaba la evolución del surrealismo parisino hacia el existencialismo de posguerra, hacia el arte brut, el informalismo o el tachismo, nombre que empezó a circular en el libro Art Autre de Michel Tapié en 1952, y que ponían en práctica artistas como Dubuffet o Giacometti.

Todos buscaban una nueva concepción del espacio, combinar su fascinación por las minucias de la realidad física con el sentido místico y forma de abstracción cósmica. De ahí el título de esta especial exposición en el Museo Reina Sofía, Wols: el cosmos y la calle, comisariada por Guy Brett al hilo del centenario de su nacimiento: una mirada calidoscópica a un artista de por sí cambiante, que siempre se sintió extranjero: de su país natal, Alemania, de su país adoptivo, Francia, del mundo del arte, donde poca salida comercial consiguió, y hasta de sí mismo. Trabajaba con rabia, como Antonin Artaud, uno de sus héroes, quien rompía los lápices del mismo modo en que Wols rompía esquemas. También lo hace esta exposición al rescatar a este artista.