Exposiciones

Axel Hötte, la naturaleza como espejo

North / South

25 mayo, 2006 02:00

Graefin Sophie Weiher (Germany), 2004

Helga de Alvear. Doctor Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 30 de junio. De 16.000 a 40.000 e.

Axel Hötte (Essen, Alemania, 1951), estudia en la Kunstakademie de Dösseldorf entre 1973 y 1981. Allí es discípulo de Bernd y Hilla Becher, y se integra en el grupo de jóvenes (Ruff, Gursky, Hüfer) que renuevan la fotografía alemana. Desde finales de los ochenta, Hötte se dedica casi exclusivamente al paisaje.

A pesar de lo que podría parecer, no es fácil ponderar la obra de Axel Hötte. Básicamente porque se produce un choque entre los motivos que fotografía y los fundamentos conceptuales y técnicos sobre los que trabaja. A diferencia de otros fotógrafos que representan el paisaje sublime con un ánimo romántico, -Thomas Joshua Cooper (al que veremos en otra de las exposiciones del festival PhotoEspaña, en el que también participa, anticipándose a su inauguración, Helga de Alvear), Balthasar Burkhard o Elger Esser-, Hötte mantiene la distancia emocional. Como si reservara al espectador la aportación del sentimiento. Se nos dice que sus paisajes se sustentan en estructuras geométricas, volúmenes, líneas y colores; una perogrullada, podríamos pensar, pues cualquier imagen artísticamente construida utiliza los rudimentos de la composición. Pero pronto comprobamos que hay algo de profunda verdad en tal afirmación, pues la presentación de las obras, en la que se yuxtaponen vistas de lugares tan distantes, nos hace pensar que, en realidad, el lugar no importa. Es decir, importa más la forma de la representación que lo representado. Y, entonces, ¿por qué moverse?

Hötte colecciona paisajes. Los lugares más hermosos, más románticos del planeta. En un momento en que el arte ya está de vuelta en cuanto a su propio cuestionamiento, en que toda pretensión de trascendencia parece condenada a la ironía, él asume plenamente todos los tópicos de la naturaleza trascendente. Hielo, cascadas, niebla, cumbres, precipicios, mares bravíos, bosques centenarios... Con el encuadre perfecto, alta definición, tamaños grandes. Y con un desapego que hace pensar que son imágenes previas a la elaboración artística, que son localizaciones, escenarios de algo que sucederá después. Pero no: la elaboración ya ha tenido lugar. En éstas y otras fotografías de espacios naturales (pudimos conocer un buen número de ellas en la retrospectiva del Palacio de Velázquez en 2004), Hötte crea variaciones de la noción de "límite". Sus paisajes son casi siempre impenetrables, o están contemplados desde un punto que no permite el avance. Un sólo paso nos llevaría al abismo, o al agua. Uno de los fundamentos del paisaje antiguo era ése: el trazado de recorridos que el espectador pudiera seguir con la imaginación, pensarse dentro de él. Si nos pensamos dentro de las imágenes de Hötte, hemos de quedarnos tan quietos como esas mujeres que se reflejan en estanques o lagos, detenidas en el mismo borde del agua. En esas fotografías, que el artista titula Retrato, sin precisar localización, el agua espejeante funciona también como límite engañoso entre lo que está sobre y bajo la superficie. Pero, sobre todo, los "retratos" crean un híbrido extraño entre uno de los paradigmas del llamado romanticismo nórdico, el Monje al borde del mar de Friedrich, y la fijación del Monet viejo con su estanque de nenúfares, en la que iría renunciando al lugar para concentrarse en su reflejo. Y hay algo aquí a lo que se ha dado la vuelta: no sabemos muy bien cómo, pero existe la impresión de que vemos las cosas boca abajo, y se descubre en ellas una dimensión distinta.

En esta exposición, titulada Norte/Sur (como el libro en que recoge una selección más amplia de fotografías recientes y que ha publicado Schirmer/Mosel), vamos de las ciénagas de Audubon en Carolina del Sur y los bosques de Olympic Peninsula en Washington a las cimas de La Palma (expuso también en la Fundación César Manrique de Lanzarote, e hizo fotografías en las islas), a los mares islandeses o a los glaciares noruegos. Se impone así la idea de la itinerancia, de la permanencia imposible. El viaje es imperativo para el coleccionista de paisajes, al que no le es posible profundizar en nada, echar raíces en ningún lugar y hacerlo espiritualmente suyo. No nos puede dar de un lugar más que una muestra de su magnificencia. Con toda su belleza, estas imágenes son en cierta medida frustrantes, y probablemente lo son con alevosía. Al igual que en las fotografías de hielos y nieblas amplias superficies son completamente blancas (como veladas, es decir, como privadas de información visual), tal vez la frialdad de Hötte, su consciente recurso a los tópicos románticos, no hable de otra cosa que de la dificultad del arte actual para "ver" con ojos renovados una naturaleza recóndita (ya no), sublime (¿cómo?). Tal vez se nos esté proponiendo el experimento particular de averiguar si somos capaces de transferir a la imagen esa trascendencia de la que deliberadamente carece. De situarnos, como esa mujer al borde del agua, ante el espejo de la naturaleza y preguntarnos cómo vemos el mundo.