Exposiciones

Palazuelo, símbolos del alma

Pablo Palazuelo: 1995-2005

27 octubre, 2005 02:00

Sydus III, 1997. MEIAC

Comisario: Kevin Power. MNCARS. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 9 de enero

Por segunda vez en una década la gigantesca figura de Pablo Palazuelo (1915) ocupa las salas del espacio Sabatini del Reina Sofía. Si en 1995 tuvo lugar la primera retrospectiva de su obra celebrada por el museo, en esta ocasión lo hace como consecuencia de la concesión en 2004 del Premio Velázquez. De ahí que Kevin Power, comisario de la muestra, haya optado por reunir una selección de sus trabajos -lienzos, obra sobre papel y alguna escultura- de los diez años que separan una exposición de otra. Imprescindible es la lectura de su texto, Pablo Palazuelo: la imaginación activa, (Power es también autor de Geometría y Visión, la más profunda entrevista mantenida con el pintor) porque permite vislumbrar los ejes motores de una actitud que "propugna una visión introspectiva, que piensa mediante imágenes para crear un discurso imaginativo donde el propio universo tiene el papel de pensamiento sublime". Igualmente interesante es el breve diccionario elaborado por el Gabinete Didáctico con los títulos de las series de Palazuelo, de alguna de cuyas definiciones me serviré luego.

¿Qué decir de un artista que ha atravesado públicamente toda la segunda mitad del siglo XX y cuya pujanza en este primer quinquenio del siglo XXI lo sitúa en una posición de privilegio respecto a sus contemporáneos? Siquiera puede uno atreverse a rememorar los hitos fundamentales de esa trayectoria o a afirmar, una vez más, la profunda raíz ética con la que Don Pablo ha desempeñado su quehacer y su misión de artista, profundamente convencido como está de que el arte precisa y exige una conducta personal que lo consagra casi místicamente a su trabajo; llama al estudio "santuario", aunque nunca se mete, ni de palabra ni obra, en temas religiosos. Cifremos pues este comentario en lo que resulta más deslumbrante de la muestra, la extraordinaria capacidad del artista para, en el que cabría sospechar tramo último de una continuidad asegurada por las certezas del pasado, debatir con sus propios presupuestos y dilucidar leyes perceptivas y creativas inéditas tanto en su repertorio personal como en el de la pintura misma.

Año tras año, en las sucesivas convocatorias de ARCO, quiénes amamos el arte sabemos de una cita tan esperada como obligatoria: la que tenemos con la muestra de obras nuevas de Palazuelo, que devocionalmente organiza Soledad Lorenzo. Allí hemos podido contemplar muchas de las piezas que ahora se organizan secuencialmente en las dos naves longitudinales del museo. Un primer engarce con la serie El número y las aguas abre paso a los primeros De Somnis, imágenes entrevistas como en sueños, en las que sobre un fondo invariablemente monocromo se superponen dos tramas lineales que ellas mismas esclarecen e iluminan, y a los Sydus o estrellas, que compactan esa misma trama en una suerte de cuerpos ingrávidos, flotantes sobre el suelo vertical de la tela. De Somnis se despliega en el transcurso de un lustro de esas figuras contrapuestas a otras aún más sutiles en las que el suntuoso color de Palazuelo se confronta monocromáticamente consigo mismo, rojo contra rojo, tierra contra tierra, o apura las dificultades en esos azules contra negro o negro sobre azul, éste alguna vez titilante, como sembrado de astros interiores. Fastuosidad sin boato del color que estalla en Umbra, rojo linaje que da a luz a densas figuras negras de las que escapa un anaranjado o amarillo rayo del alma. La sala que las reúne es de las que me resulta más difícil abandonar, por más que sepa que delante aguardan sorpresas mayores. El predominio de las líneas rectas que caracteriza la geometría de Palazuelo se interrumpe en alguno de los De Somnis más tardíos y, también, en las series Circino, compás, en las que el pintor riza el rizo restringiendo la gama a negros y grises, y en Ramo, otra de las series recientes en las que la especulación alcanza más veces al color que a la forma.

Tiene razón Kevin Power cuando sostiene, con lógica vehemencia, y así me lo hizo saber, que es en las obras últimas, concebidas próximo a cumplir los noventa años, cuando Palazuelo certifica la inmensa dimensión de su creatividad y de su fuerza, invirtiendo y reinventando su sistema y modo de trabajo. De nuevo en el título Dream, el sueño, la ensoñación; aquí en rojos y azules saciados. "Me gusta saturar el color imaginado -dice Palazuelo en la entrevista antes citada- porque por medio del color se pueden expresar los dinamismos profundos que se producen entre el alma y la naturaleza, los lazos que las unen secretamente. Para mí simbolizan los dinamismos profundos entre la energía psíquica y la material. Son símbolos del alma".