Image: Jaume Plensa, autorretrato y muerte

Image: Jaume Plensa, autorretrato y muerte

Exposiciones

Jaume Plensa, autorretrato y muerte

11 noviembre, 2004 01:00

El hombre de vidrio II, 2004

Toni Tàpies. Consell de Cent, 282. Barcelona. Hasta el 11 de diciembre. De 5.900 a 69.000 euros

Esta pequeña exposición -y, sin embargo, de una gran intensidad- acaso sea una de las más importantes de Jaume Plensa (de quien se presentan también ahora el catálogo razonado del IVAM y otra muestra en la Fundación César Manrique). En ella se manifiesta un estado de ánimo íntimo, se revela una radiografía como nunca se había visto en el escultor. Intuyo que hasta ahora el yo del artista se había ocultado en problemas técnicos, en un discurso sobre el arte moderno, no exentos de interés, pero que no dejaban lugar para expresar el propio dolor. Ahora este yo se expresa; incluso se diría que se trata de un autorretrato del mismo Plensa. Pero en este autorretrato existe un mensaje brutal y terrible: la muerte.

La muerte como disolución o desintegración de las formas; éste es el motivo que sobrevuela el conjunto de la muestra. Todas las obras de la exposición se descomponen... De ahí su carácter dramático: se deshacen y se pierden en la nada. Son fantasmas, los restos de una memoria, de una identidad... Más aún, este carácter fúnebre se acentúa por la presencia de unas velas que, como lámparas votivas, recuerdan los rituales de los difuntos.

Hay una pieza singular, El hombre de vidrio, que representa un cuerpo yaciente a escala real. Está realizada con cristal soplado y en su interior se ha depositado un líquido rojo, como si fuera sangre. Ello posee connotaciones: la extrema fragilidad del material y la transparencia permite ver el interior, donde el líquido se va secando. Se trata otra vez de un proceso de putrefacción, paralelo al de las otras piezas de la exposición. El líquido que se va evaporando y deja las huellas de su agonía y las imágenes que se van disolviendo, a las que antes aludíamos, experimentan un mismo proceso: la descomposición. Aquel cuerpo que yace es un cadáver, y todas sus connotaciones implícitas de transparencia -muestra las vísceras, se exhibe interiormente- y fragilidad se asocian al propio artista. Más aún cuando se advierte que esta escultura es un autorretrato -frágil y translúcido- de Plensa. El rostro ha sido sacado de un molde de la cara del artista. Tal vez este aspecto pase desapercibido, porque el vidrio soplado no perfila con exactitud las formas, pero resulta significativo que la faz, y tal vez toda la escultura, se haya hecho con el cuerpo del escultor.

Yo no sé si la exposición responde a un estado de ánimo o situación personal del artista. O si, por el contrario, refleja el espíritu -o es el autorretrato- de una época. O acaso sea consecuencia de los sinsabores de un gran proyecto de escultura pública, The Crown Fountain cuyo proceso ha sido muy problemático, aunque ha tenido un feliz desenlace... En todo caso, esta exposición es una escenificación de algo terrible, la muerte.