Image: Secreto Wifredo Lam

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Exposiciones

Secreto Wifredo Lam

8 mayo, 2003 02:00

Figura de mujer con manzana, h. 1942

Círculo de Bellas Artes. Marqués de Casa Riera, 2. Madrid. Hasta el 1 de junio

Juan Castillo es un sobrino nieto de Wifredo Lam, que cuida en La Habana escrupulosamente la colección que el célebre pintor cubano legó a su familia. Se trata de un conjunto de unas setenta piezas (pinturas, dibujos, collages y grabados) de formato mediano y pequeño, realizadas entre 1937 y 1958, distinguiéndose la colección por estar integrada por obras que Lam no quiso nunca vender y que le fueron acompañando en sus viajes por Europa y el Caribe. La colección interesa, además, porque documenta el proceso por el que el pintor cosmopolita llegó a su inconfundible estilo, caracterizado, de una parte, por un polimorfismo que asocia formas humanas, animales y vegetales; de otro lado, por su alusión constante a las máscaras del arte negro africano y de Oceanía y, asimismo, por su especial equilibrio compositivo, que acierta en la manera de ajustar las formas de lo figurado al espacio plano (de herencia constructiva) sin sacrificar la morfología y volumetría de esas mágicas figuraciones.

Pues bien, es la colección de Juan Castillo la que se ha conseguido traer ahora a Madrid dentro de la celebración del centenario de Lam (Sagua la Grande, 1902 - París, 1982) y también para conmemorar los setenta años que se cumplen de la exposición que, durante su larga estancia madrileña (de 1923 a 1938), el cubano celebró en el Círculo de Bellas Artes, que ahora exhibe el conjunto más íntimo de su obra. La exposición se completa con un notable friso de fotografías, documentos y publicaciones, testificando los lazos de Lam con los protagonistas del surrealismo, con Picasso y con el poeta de Martinica, Aimé Césaire, cuya obra funcionó como piedra de bóveda en la construcción de la nueva negritud intelectual.

Esta presencia conmemorativa en Madrid de la creación de Lam aviva el recordatorio del influjo profundo que, desde el Museo del Prado, ejerció sobre su imaginación la pintura del Bosco, así como la huella que la escultura ibérica del Museo Arqueológico dejó en su manera de ver y de componer la forma. Ello se sumó al exotismo originario de un artista que era hijo de un emigrante cantonés y de una mulata que, desde niño, lo familiarizó con los ritos del candombe heredados por los cubanos negros de sus ancestros africanos. Asimismo, en sus obras primerizas se advierte el fuerte influjo constructivo de Torres García, quien fundó en 1934 en Madrid el efímero Grupo de Arte Constructivo. Sobre esas bases, cuando Lam llegó a París en 1938, se sumaría la determinante autoridad formal de su amigo Picasso y también la comunión con el espíritu surrealista. Esas son las claves del arte y del exotismo de Lam, cuya obra aparece habitada de germinaciones delirantes y de encabalgamientos laberínticos de formas y figuras orgánicas, mecánicas, mágicas y mentales. Un arte que sugiere un universo paralelo, en el que va implícito su propósito de "expresar concienzudamente el espíritu negro", según decidió en 1941, en su vuelta a Cuba.