Image: Soledad Córdoba

Image: Soledad Córdoba

Exposiciones

Soledad Córdoba

1 mayo, 2003 02:00

Herida, 2003. Serie de tres fotografías Cibachrome

Blanca Soto. Hermosilla, 102. Madrid. Hasta el 26 de junio. De 1.000 a 3.000 euros

La obra de la asturiana Soledad Córdoba (Avilés, 1977) se manifiesta en el territorio de la temporalidad. Con una temática centrada en el cuerpo, que se revela no tanto como ente ocupador de un espacio, sino como continente de energías. Cuerpo en tanto que generador de flujos, de fuerzas incontrolables, de fuerzas que, y lo afirmamos de manera rotunda, existen. Desde que saltara al circuito expositivo tras ganar el primer premio de Fotografía de El Cultural, ha realizado numerosas exposiciones entre las que destaca la individual celebrada en la primavera de 2002 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Se ha tendido siempre a insertar la obra de esta joven creadora en una tradición de mujeres artistas que utilizan su cuerpo como sujeto de su obra (Almeida, Mendieta). Sin embargo, Córdoba se mantiene, desde hace algún tiempo, en una posición distante con respecto a estas artistas. Mientras Helena Almeida dialoga continuamente con el soporte y puede llegar a "dibujar" con el cuerpo, Córdoba propone un cuerpo inerte, a todas luces estático, ajeno a todo lo que en sí mismo tiene lugar (que, por otro lado, es mucho). Mientras del cuerpo de la artista cubana, en sus obras de principios de los años setenta, se desprenden violentas y desgarradoras alegorías dramáticas, estas obras últimas de Córdoba aluden a una frágil y poética reflexión sobre la existencia, cargadas de resonancias líricas que fluyen hasta en el último rincón de cada imagen y cada serie. Porque, ante todo, debe decirse que su obra tiene un marcado, por indispensable, carácter serial. Otra cosa no tendría sentido. El cuerpo de Córdoba yace o se revela de pie, inmóvil. De alguna parte comienzan a surgir pequeñas protuberancias que acaban convirtiéndose en imparables prolongaciones del cuerpo. La propia artista habla del fluir del inconsciente, pero también de miedo y enfermedad. ¿Es ésta una representación del fluir del inconsciente y nuestra incapacidad para advertirlo? ¿O es, acaso, una representación de la dualidad vida-muerte, con nuestro cuerpo inerte expulsando los últimos retales de vida en el umbral del fin? Es posible, pese a ese sentir tan dulcificado que emanan ciertas imágenes. Córdoba plantea un conciso y medido desarrollo temporal, un tempo regular que alude a lo inaprensible, por cuanto mantiene al sujeto ajeno al acontecimiento a medida que éste evoluciona. Una presencia evanescente materializada en un intenso aliento vital.