Image: Poético Elliott Erwitt

Image: Poético Elliott Erwitt

Exposiciones

Poético Elliott Erwitt

17 julio, 2002 02:00

Nueva York, 1955

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 16 de septiembre

Más de la mitad de un siglo de historia ha hecho natural para los lectores y espectadores del mundo el estilo Magnum de fotografía documental. El proyecto iniciado por David Seymour, Georges Rodger y Robert Capa, en 1947, ha llegado al 2002 consolidada como una de las mayores y, desde luego, la más influyente de las agencias fotográficas del mundo.

Elliott Erwitt -cuyo verdadero nombre era Elio Romano Ervitz-, había nacido en París en 1928, emigró a Nueva York en 1941, y se incorporó a Magnum en 1953, invitado por el propio Capa, con quién había compartido estudio durante seis meses en París pocos años antes. En 1951 había ganado el premio convocado por la revista "Life" y en 1952 había viajado, entre otros lugares, a Valencia y Barcelona en España -visitas de las que ha dejado algunos testimonios impactantes-. Hasta la fecha continúa como miembro de Mágnum, está considerado universalmente como un clásico de la fotografía documental y millones de personas se han conmovido con imágenes como las de Jacqueline Kennedy en el cementerio de Arlington, en 1963, o las realizadas durante el rodaje de Vidas rebeldes, con Monroe, Gable y Monti Clift, sin que, seguramente, supiesen quién había sido su autor.

En unas declaraciones recogidas bajo el título La vida de perro de un fotógrafo, Erwitt cuenta cómo fue el trabajo de otro miembro distinguido de Mágnum, Henri Cartier-Bresson, quien abrió sus ojos a un tipo de fotografía que no precisaba ni modelos, ni puesta en escena ni nada especial, sólo atmósfera, composición perfecta y naturalidad; una forma personal de ver las cosas. Añadía, después, el nombre de Atget y, sorprendentemente, el de Modigliani, no por sus pinturas, aclaraba, sino por sus dibujos, lo que certificaba que ni siquiera al principio de su carrera se había interesado por el color.

En efecto, todas las fotografías de Erwitt son en un blanco y negro de muy cuidada textura, que no ha variado en el transcurso de más de cincuenta años, lo que las dota de un aire de intemporalidad, como si no pudiese distinguirse en qué momento exacto de la historia han sido tomadas. Intemporalidad acentuada, y no sólo propiciada, por esa forma personal de mirar, una manera que rehuye absolutamente la grandilocuencia -inexistente, incluso, en los retratos, comprendidos los que hizo de John F. Kennedy en los años en que fue fotógrafo de la casa Blanca-, se baña permanentemente en un guiño humorístico, que no sarcástico o ácimo -se han hecho célebres sus series dedicadas a los perros y a sus correspondientes amos, entre cuyos retratados se ha incluido él mismo- y, también, en una habilidad poética, que llena sin aspavientos algunas de sus tomas de melancolía, cuando no -como en la desgarradora fotografía de Julia Friedman abrazada a la lápida de la tumba de su hijo, Robert Capa, muerto en Indochina en 1954- de la más profunda tristeza.

En modo alguno todas sus series son brillantemente anecdóticas, aunque entre éstas se encuentren, sin lugar a dudas, muchas de las mejores. Ya he mencionado los perros, pero las hay también, dedicadas, por ejemplo, a las parejas que van a contraer matrimonio, realizadas en lugares del mundo tan alejados entre sí como Bratsk, en Siberia, y Los ángeles, en California. También, a los nudistas, a las familias, a la televisión y el automóvil o a la decoración de las habitaciones de los hoteles. Para quien escribe tienen una especial sugestión las dedicadas a los museos y galerías de arte, en las que Erwitt juega a mostrar la invisibilidad de lo artístico en esos recintos o las contradictorias decisiones de los visitantes; así en el Museo del Prado una solitaria mujer, a la que vemos de espaldas, contempla la maja vestida de Goya, mientras a su lado se agolpan varios hombres delante de la maja desnuda, así, también, varios espectadores observan detenidamente y en grupo la cartela que anuncia el préstamo de una obra, mientras declinan mirar el cuadro justo al lado.

De sus series comprometidas con un problema civil o social son devastadoras las que hizo en los estados del Sur, en los primeros años sesenta, cuando los problemas de segregación social entre blancos y colored se acentuaron. Catherine Coleman, comisaria de la soberbia selección de 120 obras de Erwitt afirma: "Las relaciones raciales se tensaban en Estados Unidos, y Erwitt se enfrentó a los prejuicios acentuando la universalidad de la dignidad humana. Erwitt no denuncia la injusticia social, como muchos otros colegas periodistas. Con mucha sutileza simplemente se limita a exponer lo obvio." Erwitt mismo decía a este propósito: "Mis fotografías son políticas en cierto sentido: pretenden ilustrar la comedia humana y no es ésa la definición de la política. Si me preguntan a quién detesto más, si a Nixon o a Johnson, me sería embarazoso dar una respuesta neta y clara. Johnson era la encarnación de la vulgaridad, ¿pero puede eso verse en las fotos? Díganmelo ustedes."