Image: Venecia, entre la fantasía y la cruda realidad

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Arte internacional

Venecia, entre la fantasía y la cruda realidad

17 mayo, 2019 02:00

Lara Favaretto: Thinking Head, 2018. Foto: Andrea Avezzù

79 artistas en la sección oficial. 91 pabellones. Ya está aquí la 58° Bienal de Venecia con la mirada puesta en las minorías y con el mar como gran protagonista de las propuestas nacionales. Hasta el 24 de noviembre.

La 58ª Bienal de Venecia pasará a la historia como la primera en la que se ha cumplido la paridad entre artistas hombres y mujeres, tanto en la propuesta curatorial como en la suma de los noventa países con pabellón nacional, dentro y fuera de los Giardini. Además, se acabó con la revisión de las genealogías del siglo XX: salvo excepción, son artistas nacidos a partir de los años cincuenta, por lo que ya no están enraizados en ningún ismo y en ocasiones presentan piezas tan diversas que nos hacen dudar de su propia autoría. Es precisamente esa diversidad de las minorías que conforman la inmensa mayoría en el mundo global la que se exhibe: pueblos y lenguas en desaparición, excluidos y maltratados por el colonialismo, diferencias de género y sexualidades, incapacidades físicas, etc. Aunque se trate de discursos ya manidos en el sistema del arte, lo novedoso ahora es que el sustrato teórico y la justificación intelectual se dan por supuestos. Y la apelación predominante es emocional. El vaivén entre la cruda realidad y la fantasía virtual es constante. La experiencia, en conjunto, es estridente. Resulta una Bienal ruidosa, y no sólo en sonidos. Porque también es la Bienal donde todos los lenguajes artísticos parecen haberse igualado: desde pintura, escultura, fotografía y video a artesanías y performances, arte sonoro, videojuegos y animaciones en 3D. El título elegido por el comisario Ralph Rugoff con la maldición fake, Ojalá vivas tiempos interesantes, ya presagiaba un cajón de sastre: una selección virada desde el Pacífico, con predominio de asiáticos de norte y sur más los inmigrados a Estados Unidos procedentes de cualquier rincón del planeta, con el consecuente desvaído de sensibilidades latinoamericanas y europeas. La reducción del número a setenta artistas le ha permitido doblar el protagonismo de los creadores en las dos sedes: el Pabellón Central en los Giardini y el Arsenale. Ahora comprobamos que ese desdoblamiento contiene una cara A técnicamente virtuosa y otra cara B, tremendamente efectista, que por momentos asimila instalaciones de esta exposición a cámaras de terror en parques de atracciones. La conclusión puede resumirse en una noción: distopía, bajo la que late una preocupación ecologista, más extendida en muchos pabellones nacionales y que crecerá en futuras bienales.

Sun & Sea, Opera-performance de Rugile Barzdziukaite, Vaiva Grainyte y Lina Lapelyte en el Pabellón de Lituania. Foto: Andrej Vasilenko

Comenzando por la propuesta de Rugoff, pronto olvidaremos a muchos artistas como en anteriores bienales. Pero es difícil que de esta Bienal lluviosa no recordemos la fría bruma artificial sobre el espectral Pabellón Central de Lara Favaretto. Esta artista italiana tiene también una excelente instalación de objetos cotidianos con los que traduce nociones comunes en el pensamiento contemporáneo a formalizaciones plásticas. Tampoco olvidaremos las series pictóricas (y queer) de Nicole Eisenman -aunque son terribles sus “retratos” escultóricos semi-abstractos en el Arsenale-; el elegante ensamblaje de esculturas de Nairy Baghramian; la placenta encapsulada de la muy voluble Alexandra Bircken; el diorama de la siempre interesante Dominique Gonzalez-Foerster, y los rotundos autorretratos de la ya consagrada Zanele Muholi. También hay trabajos muy delicados: esculturas del coreano Suki Seokyeong Kang junto a dibujos de la nigeriana Otobong Nkanga en una sala del Pabellón cuyas obras, sin embargo, se pierden completamente en las dimensiones exageradas de formatos agigantados en la cara B del Arsenale. Mientras otras propuestas se mantienen firmes en ambas sedes, como el deslumbrante pasillo blanco al inicio del Pabellón Central y el pantallón de data al final del Arsenale de Ryoji Ikeda; y el filme BLKNWS en varias configuraciones del estadounidense Kahlil Joseph. Además, destacan los durísimos retratos de la noche en Calcuta de Soham Gupta; los carteles de búsqueda sobre cristales de escaparate con mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez de Teresa Margolles; y el espectacular video 48 War Movies del magistral Christian Marclay. Sin embargo, en mi opinión, es más que decepcionante el mármol enmarcado y el montón de enseres textiles que presenta en esta muestra de Rugoff el artista Jimmie Durham (1940), que recibirá el León de Oro en reconocimiento a toda su trayectoria. Y no termina de afinar la teórica y artista Hito Steyerl en la resolución formal de su reciente videoinstalación Leonardo's submarine.

Late una preocupación ecologista, más extendida en muchos pabellones nacionales, que crecerá en futuras bienales

El mar es el gran protagonista de muchas videoinstalaciones en pabellones nacionales: en el deshielo que se muestra como telón de fondo de las historias de etnias minoritarias que pueblan el norte de Finlandia y de Canadá; y también en la imponente instalación de libros “escritos por el mar” de Luxemburgo. Las olas chocando contra las costas, se cuelan entre la entrañable narración del reciente encuentro tras décadas de familiares de las dos Coreas. Y del trauma a la vida lúdica del Báltico, en la ópera-performance que se presenta en el Pabellón de Lituania asistimos desde las barandillas de un piso superior al ambiente vacacional de un nutrido grupo de parejas, familias y niños sobre la arena de la playa mientras cantan sobre mitos del Mediterráneo: una de esas propuestas que solo pueden vivirse en la que sigue siendo una cita imprescindible en el calendario internacional del arte contemporáneo. También, desde el suburbio parisino al Mediterráneo veneciano, se viaja en el video de Laure Provost en Francia que, mientras escribo estas líneas y a juzgar por las colas interminables, se espera que sea el Pabellón nacional premiado en esta 58 edición, por un jurado compuesto por cuatro mujeres y solo un hombre. Pero la retrospectiva de la feminista radical Renate Bertlmann en Austria es plenamente actual.

Zanele Muholi: Various works, 2015-2018. Foto: Italo Rondinella

Entre los pabellones nacionales que se presentan por primera vez en esta bienal, destaca la propuesta coral de Ghana, con un impecable video de John Akomfrah, que recorre a vista de pájaro impresionantes paisajes marítimos y desérticos, y los deslumbrantes tapices-collages de El Anatsui. En cambio, la poética instalación en Madagascar de Joël Andrianomearisoa He olvidado la noche, con cortinas de papeles negros, queda anecdótica en comparación con su exposición en la nueva galería de Sabrina Armani en el “Banchel” madrileño. Por el contrario, la artista palestina Larissa Sansour -también representada por la galerista- da un paso enorme con su propuesta (un video y una instalación) en el pabellón de Dinamarca para afirmarse como figura principal en el panorama internacional. Y el pabellón español, solo correcto, una vez más. @_rociodelavilla