Image: Beatriz González, historia de lo popular

Image: Beatriz González, historia de lo popular

Arte internacional

Beatriz González, historia de lo popular

22 diciembre, 2017 01:00

Vista de sala

Beatriz González, pionera del arte pop latinoamericano, despliega su incisiva mirada en las obras que componen la primera retrospectiva europea que le dedica el CAPC de Burdeos. Una muestra que viajará esta primavera al Palacio de Velázquez.

Colombia es un país de grandes ríos. Los ríos trajeron en su día al colono invasor y durante siglos a los muertos que llegaban de las montañas. Son un continuum, como lo es también la historia. En la obra de Beatriz González (Bucaramanga, 1938), la guerra, el terror y la farsa del poder son arrastrados invariablemente por la corriente que baña los relatos recientes de un país siempre en conflicto. La tremenda complejidad de las estructuras sociales colombianas ha tenido en la artista de Bucaramanga a una testigo ácida e inflexible, reacia a los panfletos, pues, más que denunciar, ella señala con sutileza, llamando a las cosas por su nombre. A Beatriz González, pintora tenaz, nunca le interesó pintar del natural, y, aunque su paleta, con esos verdes extraordinarios, y su forma de componer sus cuadros pudieran delatar lo contrario, ni siquiera se sirvió de su propia imaginación. Su pintura anida en las circunstancias que han construido la historia de su país. Si en los albores de su carrera, a comienzos de los sesenta, se interesó por los grandes hitos del arte universal, poco tardó en comprender que la historia habría de escribirse localmente, urdida con los acontecimientos de su propio país, los desencadenados por sus abyectos gobiernos y los que, desde entornos más domésticos, cimentaban el tejido social colombiano.

En 1965 vio en un periódico el retrato borroso y casi indefinido de una joven pareja que se acaba de quitar la vida, y pintó esa imagen en un lienzo emulando su textura desvaída. El resultado es Los suicidas del Sisga, un asunto al que acudió hasta en tres ocasiones, pues si su interés había de centrarse en las imágenes de los medios de comunicación -"circulantes", las llama Luis Pérez-Oramas- no veía por qué su pintura no podía también ser secuencial, reproducible. Desde muy temprano, en sus cuadros optó por una deliberada falta de perspectiva. Tan planas eran las figuras que parecería que hubieran sido achatadas por la fuerza, deviniendo informes y medio abstractas, como pasadas por la misma plancha por la que circulaban los periódicos, sellos o estampas populares que le servían de modelo.

A punto de cumplir ochenta años, vive un momento de importantes reconocimientos a una larga carrera de seis décadas. A su participación en Documenta 14 suma su inclusión en la importante muestra sobre mujeres artistas latinoamericanas en el Hammer Museum de Los Ángeles, y la exposición que ahora le dedica el CAPC de Burdeos, su primera retrospectiva europea, viajará en primavera al Palacio de Velázquez del Museo Reina Sofía y más tarde a Kunst-Werke, en Berlín.

Vista de sala. Foto: Frédéric Devil / Mairie de Bordeaux

González ha amasado un inmenso archivo de imágenes a lo largo de las décadas. Estas, decíamos, son su fuente, y no la realidad que representan, pues, despojadas sistemáticamente de sus connotaciones anteriores, las imágenes forjan ahora la nueva historia, diluidas las diferencias entre la alta y la baja cultura, entre lo sacro y lo profano. Voraz fue también su apropiación de otros soportes como el mobiliario que encontraba en mercados populares, sobre los que desplegaba sus imágenes planas utilizando brillantes esmaltes. En sus célebres camas, las cabeceras y la estructura conservan la decoración original, pero González pinta sobre la base, haciendo suyo el método auto-reflexivo del arte conceptual que imperaba entonces en Occidente. Así, sobre una de las camas vemos la Canción de cuna; sobre una de las mesas, la Última Cena; sobre una bandeja, Salomé y la cabeza de San Juan. A mí me cuesta no pensar en el cálido conceptualismo de John Baldessari al ver estas piezas de Beatriz González. Conectan, desde la especificidad de sus respectivos hemisferios, en su común ánimo descontextualizador, en ciertas soluciones formales y en la naturaleza pedagógica que puede y debe alcanzar una obra de arte.

Llegó el siniestro Julio César Turbay al poder en 1978 y González afinó sagazmente el tiro. Fueron años complicados en Colombia, con el terror instalado en las calles y la corrupción en la Casa de Nariño. Gran conocedora de la historia de la caricatura, la artista apunta al poder con firmeza y mordacidad, sin recurrir a la algarada, pues hay situaciones que no requieren demasiada elaboración, tal es su gravedad. Una de ellas es Decoración de interiores, de 1981, que se exhibió en el Conservatorio de Atenas en Documenta 14, una serigrafía impresa en una cortina que muestra a Turbay y sus amigos cantando alegremente mientras su país se derrumba. La obra nace, cómo no, de la fotografía de un periódico, y González la "serializa", repitiéndose a lo largo de la ondulante tela. La cortina se extiende configurando una suerte de friso que tiene algo del río que lleva en su cauce la historia, una historia de la infamia. Es un friso plano, sin relieve y sin trabas para su circulación, y de él deriva el Zócalo de la Comedia (1983), en el que Turbay aparece otorgando -también reiteradamente- una condecoración. En estos años, la artista reclamaba con ironía su estatus de "pintora oficial". Desde su posición, amplificaba los desmanes del poder, pero su trabajo trasciende ampliamente el triste paso de determinadas figuras por la política colombiana, o así hemos de verlo, al menos. Tiene un alcance mucho mayor, pues quiere hacer de lo popular un lenguaje universal.

@Javier_Hontoria