Image: Las cinco joyas de William Kentridge

Image: Las cinco joyas de William Kentridge

Arte internacional

Las cinco joyas de William Kentridge

Cinq Thèmes.

16 julio, 2010 02:00

Portage, 2000.

Jeu de Paume. 1 Place de la Concorde. París. Hasta el 5 de septiembre.

La obra de este artista, marcada por el apartheid, cuestiona con sutilidad las nociones de igualdad, justicia y responsabilidad en las salas del Jeu de Paume de París.

El catálogo de Cinq Thèmes (Cinco asuntos), la retrospectiva sobre el surafricano William Kentridge recién llegada al Jeu de Paume, arranca con un texto del propio artista sobre la importancia del estudio como espacio germinal. Habla de su costumbre de caminar de un lado a otro del estudio rumiando las ideas, un merodear la acción creativa que puede durar diez minutos o mañanas enteras. Ya en marcha, su modo de trabajar es muy conocido. Dibuja al carboncillo y con lápices de colores sobre papel de dimensiones variadas. Llegado el momento, dispara dos fotogramas con una cámara de 16 mm. y continúa trabajando sobre el mismo papel, que corrige en determinadas zonas sobre las que vuelve a dibujar. Y dispara de nuevo. Las suyas no son animaciones al uso pues sus dibujos recogen todo el proceso acumulado, capas y capas que nutren a la imagen final de las dudas, giros y errores del proceso creativo. En Kentridge, toda tentativa frustrada es tan valiosa como todo acierto, siguiendo la máxima beckettiana por la que hay que equivocarse repetidamente para lograr equivocarse mejor. La aparición de la imagen es el final de un largo y trabado camino en el que las manchas que derivan del error no pueden desligarse de lo que implica el acto de dibujar. Pero también explican el desarrollo progresivo de las ideas y, por lo tanto, subrayan la temporalidad de la obra.

Adscribir la obra de Kentridge al campo de la animación sería simplificador. Un trabajo como 7 Fragments for George Méliès, uno de los cinco "asuntos" de los que consta esta exposición, ofrece indicios de una verdad incontestable: todo empieza y termina en el teatro. Ese divagar previo antes mencionado, la necesidad de pulsar el espacio en el que ocurre el arte, constituye la iconografía central de la obra, un homenaje a ese gran explorador del primer cine en el que el estudio es un escenario y la coreografía la acción misma de trabajar. En una multiproyección de nueve pantallas (a los siete fragmentos se unen otras dos películas), Kentridge, omnipresente, hace y deshace, saca "la línea a pasear", arranca papeles en los que ha dibujado un autorretrato y los vuelve a unir, ralentiza y acelera la cadencia fílmica, retrocede e insiste en lo ya mostrado... Son situaciones que a un mismo tiempo recuerdan al slapstick de los años veinte y descubren un interés profundamente analítico por la naturaleza del medio cinematográfico. 7 Fragments… es una celebración del estudio como lugar esencial del arte, un trabajo que hoy nos resulta deslumbrante pero que en su estreno, en 2003, se percibió como una rareza, pues poco tiene que ver con el que ha sido asunto vertebral de su trabajo durante más de dos décadas, la situación de un país, Suráfrica, del que nunca se fue ni se irá, que a mediados de los ochenta se desangraba en sus años más dantescos de segregación racial, un tema tratado de un modo admirable en sus 9 Drawings for Projection.

Realizado entre 1989 y 2003, 9 Drawings for Projection es un ciclo de nueve cortometrajes de animación en el que examina el conflicto desde un profunda vocación narrativa. Lo hace a través de dos personajes de ficción, Soho Eckstein y Felix Teitlebaum. El primero es un gordo sudoroso y cabrón, un cacique trajeado y déspota. El segundo, un pobre hombrecillo que siempre está desnudo. Soho, el personaje más desarrollado, el gestor del horror, construye un imperio desde el sometimiento, pero en Sobriety, Obesity & Growing Old, la cuarta entrega de la serie, de 1991, ve descomponerse su poder en clara referencia al fin del apartheid. Kentridge no se lava las manos y su centralidad es encomiable pues decide situarse en el ojo mismo del huracán al reconocer que Soho y Felix han sido modelados a su imagen y semejanza, y que en su propia personalidad hay mucho de ambos. Hay más personajes que no tienen nombre y que son igualmente cruciales: el pueblo surafricano, personificado en una enorme masa abstracta y negra que se mueve densamente entre las diferentes escenas, y la roca, metáfora del conflicto, cuya sombra se cierne turbadoramente sobre la acción.

Kentridge acude aquí a sus fuentes predilectas: el periodo revolucionario soviético, el constructivismo y Malevich, la sátira alemana de Beckmann, Dix y Grosz, el surrealismo y el cine, la arquitectura y la experiencia modernas… A través de ellas construye personajes de perfil frío y miserable que encarnan la vileza y la infamia en un escenario de paisajes desvencijados. En Ubu and the procession, otro de los "asuntos" de la exposición, destaca el filme Ubu tells the truth, que parte del Ubú Rey de Alfred Jarry, aquel tirano de ambiciones ilimitadas. Soho y Ubú están cortados por el mismo patrón y son paralelos en el tiempo. Significativamente, Kentridge vuelve a servirse de su propia imagen para modelar el personaje de Ubú. Los trabajos pertenecientes a esta serie ofrecen una mayor versatilidad formal en la que prima el collage. Y en lo narrativo se impone una comitiva de sombras, la masa oscura que pasea su tragedia en frisos sobrecogedores.

Ya en el tramo final del recorrido se encuentran los diseños para las escenografías de La flauta mágica y La nariz, los dos últimos asuntos de la exposición. Son trabajos también importantes, sobre todo la de Shostakovich, que permite a Kentridge explorar el marco fascinante de la Rusia posrevolucionaria. Pero son algo menores a lado del corpus tremendo de sus trabajos sobre la Suráfrica del apartheid, uno de los proyectos más sólidos y conmovedores de las últimas décadas.