Image: Van Gogh iluminado

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Arte internacional

Van Gogh iluminado

The Real Van Gogh: The Artist and his Letters

12 febrero, 2010 01:00

The Yellow House (The Street), 1888

Royal Academy of Arts. Burlington House. Londres. Hasta el 18 de abril


Organizada con ocasión de la publicación de sus cartas, The Real Van Gogh está llamada a ser un éxito de público. El Van Gogh artista continúa crujiendo bajo el peso de la erudición, de las biografías o las biopics, de las innumerables caricaturas o de los gags. Sobre él se han escrito canciones pop y se ha llegado a reproducir su noche estrellada en decoraciones de tartas. Kirk Douglas empleó a fondo su masculinidad para representar al artista atormentado, al héroe perturbado y autodestructivo. Pero, cuanto más sepultamos a Van Gogh bajo el peso de las caracterizaciones, más trabajoso resulta sacar al Gogh real del lugar que ocupa en el imaginario popular.

La historia de su vida merece un repaso. Van Gogh inició su carrera más bien tarde. En gran parte autodidacta, desigual, castigado por la enfermedad mental, murió a los 37 años. Su trayectoria dibuja una estela tan luminosa como chocante que recorre desde esos paisajes holandeses que rezuman bajo cielos plomizos a los flamígeros y en ocasiones alucinógenos paisajes provenzales… Es decir, todo aquello a lo que él mismo puso fin con el tiro que se disparó una tarde de 1890 en un trigal del sur de Francia, con una carta sin terminar en el bolsillo.

Fascinación por el dibujo
Personalmente, siento mayor fascinación por los dibujos que por las pinturas del artista. El dibujo y la escritura son íntimos aliados; el primero conduce a la segunda igual que el grito, la risa o el llanto llevan al habla. Y esa inmediatez del dibujo y la escritura en Van Gogh -ese verterlo todo, sin mediación, sobre la página en blanco- es diferente de la pintura. Para empezar, está toda la parafernalia que el medio pictórico requiere: caballete, lienzo, pinceles, espátulas, el óleo y el aguarrás, la paleta, los tubos. El precio y la disponibilidad de esos materiales limitaban a Van Gogh y protagonizan muchas de las misivas que escribió a su hermano Theo, algunas expuestas en esta muestra. A veces tuvo que sustituir el lienzo por paños de cocina y recurrir a pinturas más económicas y poco duraderas. Algunas de las flores de sus naturalezas muertas se han decolorado casi hasta el blanco, y los rosas y morados se han deteriorado, destruyendo un calculado cromatismo y esos valores tonales sobre los que tanto reflexionara y escribiera.

Sin embargo, para dibujar no hace falta gran cosa, aunque, en un principio, en su lucha por aprender por sí solo los misterios del dibujo en perspectiva, llegara el extremo de fabricar un pequeño marco rectangular a base de alambres por el que mirar. También le preocupaban -y y le encantaban- los diferentes tipos de lápiz, los papeles artesanales, las tintas y las plumillas. Y, a pesar de su compulsiva forma de trabajar, su escritura y su arte lo muestran como alguien alejado de la precipitación o del descontrol.
Refiriéndose a él, Antonin Artaud lo definió como un "convulso tranquilo", y es esa tranquilidad lo que cuenta, esa calma deliberada tan presente en el empeño creativo de Van Gogh. Muchas veces, el artista dibujaba con una pluma que él mismo fabricaba con uno de esos juncos que crecen en las orillas de las corrientes de agua de la Provenza. Escribió, incluso, que los juncos del sur eran más adecuados al dibujo. Recogía también plumas de ave que luego usaba en la fabricación de sus plumillas.

No debe sorprendernos, por tanto, la aparición de juncos y aves en los dibujos de Van Gogh. Me pregunto si no recurriría también a agua de río para diluir sus tintas y para las, hasta cierto punto, menos logradas acuarelas que realizó. Hasta el carboncillo que utilizaba en sus primeros dibujos tiene conexión con la propia tierra: esos sauces desmochados que vemos una y otra vez en su obra también le proporcionaban el carboncillo que utilizaba. Una conectividad muy apropiada a su visión panteísta del mundo. Sus primeros y soberbiamente toscos dibujos de campesinos te provocan dolor de espalda con sólo mirarlos: el agarrotamiento en las líneas, la tirantez en las curvas… Las figuras parecen surgir de ese barro que les succiona los pies. Imaginas también al artista inclinado sobre la mesa de dibujo o sobre el óleo o en las largas caminatas que emprendía cargado con todos sus aparejos.

Papel en blanco
Van Gogh siempre supo cuándo tenía que detenerse para que el blanco del papel trabajara por él, transformándose en un cielo luminoso, en una carretera, en tierra, en agua, en un rostro mirando al sol. Una blancura que animaba con una gran variedad de trazos: delgadas pinceladas paralelas; gruesas florituras y espirales; rápidos toques, impacientes garabateos; una escueta y hermosamente torpe línea auxiliar capaz de infundir vida y carácter en unos troncos de árbol o en unas nudosas cepas de vid. Y, a pesar de su denso trabajo de pincel, del vigor, la brusquedad o la tosquedad del color, sus pinturas se basan tanto en el dibujo como en el modelado pictórico. Sus cuadros son dibujos densificados. Van Gogh nunca fue un impresionista.

La muestra aquí de algunas de las cartas de Van Gogh resulta instructiva, pero lo reducido de su tamaño dificulta su contemplación y, mucho más, su lectura. Las cartas son también un tipo de dibujo, con su caligrafía enérgica, económica, imperiosa y sus escasas tachaduras. Las palabras atraviesan la página en holandés, francés e inglés, a un ritmo acompasado, rápido incluso. Hay poco en su escritura que nos lleve a pensar en una mente atormentada, y el artista narra sus dificultades con sorprendente objetividad. Un hombre lúcido y reflexivo al que habríamos querido conocer aunque hubiera sido un compañero revoltoso y difícil. La escritura interrumpe su fluir para dibujar los tipos de pincel que quiere que su hermano Theo le envíe o para esbozar lo que centra su trabajo en ese momento.
Llenos de una intensidad informal, a veces los dibujos de sus cartas nos parecen más animados, mejores, que los cuadros a los que nos remiten. Unas cartas que son como retazos frágiles e íntimos. Pero en ellas, son los dibujos lo que más me conmueve: los monumentales campesinos en tiza negra y carboncillo, los serenos tejados, los caminos rurales y la infinitud de los campos, las barcas de pescar, los retorcidos cipreses, los olivos y las hierbas, y esos paisajes salpicados de rocas removidos por su insalvable mar de fondo.

Lo conseguido con la pintura es más difícil de lograr: un segador al amanecer sumergido en el movimiento del maizal, la esquina del descuidado jardín del asilo, unos retratos estoicos y, en ocasiones, melancólicos, esas sillas que esperan a quien ha de sentarse en ellas o que rinden tributo a su partida. Si Van Gogh hubiera vivido, ¿qué habría hecho? Su prematuro suicidio construyó el mito tanto como remató su arte, y a veces hasta parece que compite con él.