Image: Matisse, el árbol de la vida

Image: Matisse, el árbol de la vida

Arte internacional

Matisse, el árbol de la vida

Matisse, una segunda vida.

12 mayo, 2005 02:00

Neu bleu I, 1952

Com.: Hanne Finsen. Museo de Luxemburgo. Vaugirard, 19. París. Hasta el 17 de julio

"Denme todavía tres o cuatro años para vivir, se lo ruego, los necesito para terminar mi obra". Así se dirigía Henri Matisse el 17 de enero de 1941 en un hospital de Lión a sus médicos antes de operarle de un cáncer de intestinos. Aunque, en principio, las esperanzas de vida se cifraban en unos seis meses como mucho, el resultado de la operación hizo posible que Matisse pudiera seguir viviendo y trabajando casi catorce años más, hasta su fallecimiento en Niza el 3 de noviembre de 1954, a los ochenta y cuatro años.

él mismo se refería a esos años suplementarios como una segunda vida, y a ellos se dedica esta exposición ejemplar del Museo del Luxemburgo, una de las mejores de esta temporada en París, que viajará después al Museo Louisiana, cerca de Copenhague. La comisaria, danesa, de la muestra: Hanne Finsen, ha elegido como hilo conductor de la misma la correspondencia entre Matisse y André Rouveyre. Ambos se habían conocido en su período de formación, en la década de los noventa del siglo diecinueve, en el taller de Gustave Moreau. Después mantuvieron una correspondencia esporádica: se conservan apenas cuatro cartas entre 1905 y 1912, catorce entre 1917 y 1927 y seis de 1936, que pasó en cambio a ser intensísima, incluso en ocasiones con más de una carta al día, entre 1941 y 1954, justo el período que reconstruye la exposición.

Se trata de unas 1.200 cartas, muchas de ellas con dibujos y croquis, que fueron legadas por Rouveyre a la Biblioteca Real de Copenhague, molesto por el trato que había recibido en Francia. Hanne Finsen las editó en 2001. André Rouveyre (1879-1962) fue un escritor y notable caricaturista de prensa, a quien un matrimonio confortable conduciría a llevar una vida elegante y disipada, en detrimento de su carrera. Mundano, erudito y elegante, de él dijo Matisse: "Tipo muy curioso, muy inteligente, y retratista de gran clase, este Rouveyre". Un tipo que se convirtió en el interlocutor principal de un Matisse que apenas tenía contacto con el mundo exterior, sin dejar en ningún momento de trabajar, semi-tumbado, en su habitación.

El hilo conductor es esa correspondencia entre Matisse y Rouveyre, pero en la muestra se presentan unas cien obras, todas ellas de este último Matisse, sobre diversos soportes, y en general de una gran calidad: dibujos, óleos sobre lienzo, gouaches recortados, series gráficas, fotografías, cartas y libros ilustrados, o tapices. Más allá de la belleza de algunas: árboles, naturalezas muertas, retratos, el ritmo del jazz traducido a formas visuales, el desdoblamiento del pintor y su modelo…, para mí la gran lección que se desvela es lo que indican las palabras de Matisse situadas al principio de este texto: su voluntad de vida, su resistencia ante la muerte. Voluntad de vida entendida en un sentido muy preciso, la que permite la realización de la obra. Ese impulso de eros que lleva a los artistas a producir, a crear, siempre en contacto y en riesgo con el límite opuesto, con la muerte.

Hay una extensa carta de Matisse a Rouveyre, de principios de junio de 1943, en la que el pintor intenta dar respuesta a cómo se produce "el nacimiento del árbol en una cabeza de artista", a la que acompaña una serie de 21 hermosísimos dibujos en los que queda fijada lo que podríamos llamar la imagen mental, sustantiva, del árbol. En la carta, Matisse rechaza el procedimiento imitativo, y alude a los maestros chinos y japoneses para explicar cómo nace el árbol en la cabeza del artista a través del sentimiento y la memoria: no se puede trabajar, dice, "con elementos de la naturaleza que no hayan pasado por el sentimiento".

La cuestión es importante, porque conduce directamente al papel que juega el árbol en las vidrieras de la capilla de Vence, esa explosión de color y ritmo cargada de espiritualidad, y que se hace patente en una de las piezas destacadas de esta exposición: El árbol de vida (1949), un gouache recortado que es la maqueta definitiva de la doble vidriera situada detrás del altar de la capilla. Esa es la idea: pintar, del modo que ello sea posible, también recortando y pegando papeles, es dar vida. En la última carta a Rouveyre, Matisse escribió: "Me doy cuenta de que mi calidad no ha bajado gracias a una buena disciplina. Pero es preciso ser modesto". Una soberbia lección de pintura, más allá de la pintura.