Image: La civilización audiovisual

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Arte internacional

La civilización audiovisual

Sonidos y luces

11 noviembre, 2004 01:00

Rodney Graham: Un sueño interrumpido por la policía, 2003. Película

Comisarias: Sophie Duplaix y Marcella Lista. Centro G. Pompidou. París. Hasta el 3 de enero

¿Se pueden ver los sonidos? ¿Se pueden oír las formas? La exposición que acaba de presentarse en el Centro Pompidou es uno de los mejores intentos hasta la fecha de abordar esa cuestión a la vez tan central e inaprensible, en la medida en que pone directamente en cuestión los límites académicos entre las distintas disciplinas artísticas. Con más de 400 obras, y en una extensión que supera los 2.100 m2, la muestra va más allá de lo que sin duda hay que considerar el punto de partida del problema en una perspectiva actual: la relación música-pintura, para abordar en un sentido más general todos los registros de interpelación y contraste del sonido y lo visual en el contexto del desarrollo de los soportes electrónicos y los nuevos medios.

Es una exposición monumental, excelente en casi todo, salvo probablemente en la excesiva acumulación de piezas y el carácter algo abigarrado del montaje en algunos momentos, sobre todo en unos cuantos espacios de proyección de películas musicales o músicas fílmicas en los que la circulación del público se hace difícil y la gente, desorientada, tarda en entrar en situación, lo que ocasiona que algunos abandonen antes de tiempo. Pero se trata, a pesar de todo, de un defecto pequeño respecto a lo que encontramos: un hilo rojo, un rastro reconocible, en esa incierta tensión de lo moderno por la que el sonido quiere ser también forma visual, hacerse visible, y ésta a su vez persigue la elevación del tono y el ritmo, hacerse audible.

¿Por dónde comenzar? El comienzo es impecable: las comisarias Sophie Duplaix y Marcella Lista sitúan el punto de partida en Baudelaire, en lo que sin duda constituye el acta de nacimiento de la utopía sinestésica de la modernidad. Ese momento de su poema Correspondencias en el que Baudelaire proclama que "los perfumes, los colores y los sonidos se corresponden". ¿Es, de verdad, eso así…? Las tres secciones y el epílogo en los que se articula la propuesta ponen ante nuestros ojos y oídos una especie de teatro de luces y sombras que es también, a la vez, una curiosa escenificación alterada de la concepción hegeliana de la dialéctica.
Momento positivo, o de formulación del ideal, la primera sección: Correspondencias, que nos lleva a los inicios del siglo veinte, a esa prehistoria que es ya hoy para nosotros el universo de las vanguardias clásicas, regido sobre todo por el diálogo Kandinsky-Schünberg, pero también con piezas realmente excepcionales de Kupka, Scriabin, Klee y, ya con soporte fílmico, de Hans Richter y Oskar Fischinger, en cuyo cine musical-abstracto vemos el foco de inspiración del aprendiz de brujo de la Fantasía, de Walt Disney. Los motivos: abstracción, música de los colores, luces animadas.

A diferencia de Hegel, el segundo momento o sección, Improntas, nos lleva ya directamente a la síntesis. Más allá de la pintura, el despliegue de los soportes electrónicos propicia el despliegue del cine abstracto de László Moholy-Nagy o Raoul Hausmann, y de ahí a los inicios del vídeo-arte, con piezas referenciales de Nam June Paik, Steina y Woody Vasulka, Bill Viola, o Gary Hill. Conversiones, síntesis, remanencias, son ahora los puntos referenciales.

¿Es esa síntesis consistente? Resulta extraordinariamente significativo que la tercera sección de la muestra, Rupturas, que vendría a coincidir con la negación, el segundo momento de la dialéctica hegeliana, se abra con la interrogación de Marcel Duchamp, cerrándose así el círculo abierto en su inicio por Baudelaire, e introduciéndonos a la vez en la espiral que nos lleva hasta hoy: "Sentido: se puede ver mirar. ¿Se puede oír escuchar, sentir, aspirar, etc.?" Lo que hoy vivimos: lo que era utopía, voluntad de unidad, se convierte en fragmentación y ruptura, experiencia de la modernidad descreída que practica la sinestesia a la vez que la cuestiona. De los futuristas a Fluxus, pasando por el piano envuelto en fieltro de Joseph Beuys y por el corredor de presión acústica de Bruce Nauman, con un punto de inflexión especialmente significativo en John Cage. Rupturas: azar, ruido, silencio. Para terminar, Epílogo, con una coda inevitablemente nostálgica, con dos estupendas piezas de Rodney Graham y Pierre Huyghe.

Dejándome llevar por los registros sinuosos del sonido y lo visible, en su variedad de formas de aproximación y contraste, me sentí transeúnte en un laberinto de lo incierto. En una percepción ensimismada de la distancia incolmable entre lo visual y lo audible, cuestionada en todo momento por la complementariedad de ambos registros en nuestro propio ser corpóreo y mental, pero inevitablemente disgregada en esta civilización audio-visual que banaliza y dispersa ese otro sueño de Prometeo, nuestra voluntad de ser, a un tiempo, sonido y visión, palabra y luz.