Image: La Bauhaus se divierte

Image: La Bauhaus se divierte

Arte

La Bauhaus se divierte

22 marzo, 2019 01:00

Orquesta de la Bauhaus, Dessau 1930. © Bauhaus-Archiv Berlin

Fueron buena prueba de la mezcla entre vida y arte que trajo consigo la escuela. Las fiestas fomentaban las relaciones y una catarsis creativa sin límites. La historiadora del arte y especialista en Bauhaus Mercedes Valdivieso repasa algunas de ellas.

“Quien no conoce las fiestas de la Bauhaus, no sabe tampoco lo que es la labor de la Bauhaus”, escribió en 1925 Farkas Molnár, uno de los alumnos, en un artículo con el título 'La vida en la Bauhaus'. Las fiestas y reuniones formaron parte del proyecto de la escuela desde sus comienzos. En el Programa de la Bauhaus Estatal de Weimar, publicado en abril de 1919, figuraba entre los principios por los que se regiría: “El fomento de relaciones amistosas entre maestros y estudiantes fuera del trabajo: teatro, conferencias, poesía, música, baile de disfraces. Creación de un ceremonial festivo en todas estas reuniones”. Las fiestas y reuniones tenían una doble finalidad. Por una parte había una clara intención pedagógica, pero también se trataba de llevar a cabo una premeditada labor de relaciones públicas. Por medio de la inclusión de la población y de sus representantes en las celebraciones de la Bauhaus, la escuela intentaba deshacer los recelos y aplacar las hostilidades para lograr así un clima favorable para sus objetivos.

Toda la Bauhaus relumbró con brillo metálico y centelleantes e inumerables bolas en la “fiesta del metal”

En cuanto a las intenciones pedagógicas, las fiestas tenían el objetivo de crear un sentimiento de colectividad, sirviendo a su vez como una especie de terapia de grupo o catarsis. “La Bauhaus aprendía a reírse de sí misma y personas que estaban enemistadas comenzaban a trabajar juntas sin considerarse insoportables”, escribió la esposa de Walter Gropius, Ise. Otra de las funciones pedagógicas que cumplían las fiestas era estimular la creatividad a través del “impulso del juego” (Spieltrieb), como había postulado Friedrich Schiller en sus Cartas sobre la educación estética del hombre (1795), donde definía el juego como el motor de la creatividad, debido a que no perseguía ninguna función práctica. Las fiestas y reuniones en Weimar fueron, acordes con los tiempos que corrían -hacía solo unos meses que había acabado la guerra cuando se inauguró la Bauhaus-, más modestas e íntimas que las de Dessau. Al principio se organizaban todas las semanas encuentros en los que estudiantes y profesores leían poesías o extractos de libros de sus autores favoritos. A partir de 1920 éstas cobraron un carácter más ambicioso. El 14 de abril de 1920 inauguró las 'Veladas de la Bauhaus' (Bauhausabende) Else Lasker-Schüler, una de las poetisas más famosas del expresionismo. El calendario escolar estaba marcado por una sucesión de celebraciones. A la Navidad le seguía la época del carnaval con sus fiestas de disfraces. El 18 de mayo se celebraba el cumpleaños de Walter Gropius, con gran alborozo. A la onomástica del director le seguía la 'Fiesta de los farolillos' (Laternenfest), que habitualmente se hacía coincidir con el solsticio del verano y, en otoño, tenía lugar la 'Fiesta de las cometas' (Drachenfest).

Erich Consemüller: Mujer sentada en la silla Wassily de Marcel Breuer, máscara de Oskar Schlemmer y vestido de Lis Beye, h. 1927. © Klassik Stiftung Weimar/ Stephan Consemüller (Erich Consemüller)

En Dessau, la nueva sede de la escuela a partir de 1925, las fiestas se convirtieron en el campo de experimentación para las escenificaciones y piezas de danza de Oskar Schlemmer y el taller de teatro. Bajo un lema unificador, 'La fiesta blanca' (Das weiße Fest) o la 'Fiesta del Metal' (Metallisches Fest) se diseñaban tanto los decorados como los disfraces y las invitaciones. Su organización requería semanas de intensa actividad. El acompañamiento musical de estas fiestas estaba a cargo de los propios estudiantes y la Orquesta de la Bauhaus (Bauhaus-Kapelle) gozó de gran popularidad no sólo dentro de la escuela. Desgraciadamente no se conserva ninguna audición de esta orquesta, pero, por lo que cuentan sus protagonistas, debió de tratarse de una especie de jazz que, a diferencia del americano, tenía sus raíces en melodías de la Europa oriental y de la tradición judía. Con 'La fiesta blanca' (Das Weiße Fest), que se celebró el 20 de marzo de 1926, la Bauhaus de Dessau hizo su ensayo general en la escenificación de festejos. El lema escogido fue “2/3 partes de blanco, 1/3 de color y ésta a cuadros, a lunares o a rayas”, como reza en la tarjeta de invitación diseñada por Herbert Bayer. El taller de teatro se presentó por primera vez con obras propias ante el público.

T. Lux Feininger: Salto sobre la Bauhaus, h. 1927. © Bauhaus-Archiv Berlin / Nachlass T. Lux

El 4 de diciembre de 1926 se inauguraron finalmente los nuevos edificios proyectados por Gropius. Como requería la ocasión, se celebró por todo lo alto. “Unos 2000 invitados inundaron todas las salas. Por todas partes sonaba o retumbaba la música, por todas partes se bailaba, se cantaba, se reía, todos sucumbían a una exultante alegría”, escribió uno de los alumnos, Konrad Püschel. Le seguirían muchas otras fiestas, incluso cuando Walter Gropius abandonó, en 1928, la Bauhaus. Pero la más espectacular fue sin duda la 'Fiesta del metal', que tuvo lugar el 9 de febrero de 1929. El tema escogido, el metal, correspondía a la orientación cada vez más tecnicista que había emprendido la escuela bajo el mandato del nuevo director, Hannes Meyer, cuyo lema era “Artículos de consumo para el pueblo en lugar de artículos de lujo” (Volksbedarfstatt Luxusbedarf). En contraste con la divisa de Meyer, la fiesta fue, sin embargo, de un lujoso esplendor. Todo en la Bauhaus relumbró con brillo metálico. Las paredes fueron recubiertas de objetos y láminas de metal y del techo colgaban innumerables y centelleantes bolas. Fue el canto del cisne en vísperas de la Gran Depresión. En Berlín, donde la Bauhaus intentó sobrevivir como escuela privada, se celebró, el 18 y el 25 de febrero de 1933, pocos días después del nombramiento de Hitler como canciller del Reich, la última fiesta de la Bauhaus. Además de estas fiestas ‘oficiales', cualquier acontecimiento podía igualmente desembocar en una celebración: la finalización de un tapiz, la adquisición de la nacionalidad alemana del matrimonio Kandinsky, el nacimiento de un niño, el comienzo o la vuelta de un viaje de estudios, un baño en el río Elba... No es pues de extrañar que Walter Gropius expresase este deseo en su testamento: “Sería bonito si todos mis amigos y amigas actuales y del pasado se reuniesen más tarde para celebrar una fiesta al estilo de la Bauhaus -bebiendo, riendo, amando. Seguro que participaré en ella- ¡más que en vida! Es más fructífero que los discursos fúnebres”.