Image: Isabel Muñoz baila en el mar de Japón

Image: Isabel Muñoz baila en el mar de Japón

Arte

Isabel Muñoz baila en el mar de Japón

22 febrero, 2019 01:00

La presencia del plástico en los mares es una de las preocupaciones de Isabel Muñoz

Debajo del agua. Allí nos lleva la fotógrafa Isabel Muñoz en la instalación inmersiva que ha creado para el stand de El Mundo en ARCO. Con sus poéticas instantáneas denuncia la presencia de plástico en nuestros mares.

El cuerpo y la danza han estado siempre presentes en el trabajo de la fotógrafa Isabel Muñoz (Barcelona, 1951). En ellos ha encontrado el vehículo o el pretexto para contar historias: “Aunque en ocasiones no tenemos tiempo para fijarnos, nuestro envoltorio es una expresión de lo que somos. Está presente no solo como sensualidad sino también como sufrimiento”. Esa carnalidad que desprenden sus imágenes son las que protagonizan Cosmos en el stand de El Mundo (al fondo del pabellón 9). Para la ocasión la artista ha ideado una experiencia inmersiva a través de varias historias que llegan desde Japón. Entrar en este espacio es “una manera de volver a la cueva, a los orígenes”, comenta. En el centro se situará un cubo rectangular en el que el espectador que entre “tendrá la sensación de estar bajo del agua”. Con los negativos de gran tamaño, el mismo que las fotografías, colgados en los laterales y las proyecciones interpretadas por bailarines de butoh, la experiencia tiene tres estados que se corresponden con las tres edades del hombre. En el primero “se habla de los maremotos, terremotos e inundaciones que hay en el mundo. A medida que vas avanzando, a través de los shomyos (cantos litúrgicos budistas) y los reflejos de la imagen rodada, se llega a la segunda etapa, que gira en torno a lo que va a pasar si no tenemos cuidado, que es el fin del mundo. El tercero será el renacer”, explica Isabel Muñoz. Al fondo, dos personas debajo del agua envueltas en plástico que, en realidad, “es una pareja haciendo el amor”. Es decir, las coreografías giran en torno al desastre, muerte y renacimiento con el cambio climático como hilo conductor.

Fuera del cubo cuelgan las fotografías de estos bailarines japoneses. “Se le llama baile pero realmente es un movimiento sociopolítico que habla de los individuos y profundiza en la parte más interna y misteriosa de cada uno de ellos. Sus fundadores vivieron la guerra y lo que vino después. Esta forma de expresión nació no solo como protesta sino como ruptura con todo lo anterior”, dice la fotógrafa. Entonces era algo rompedor pero hoy en día “está desapareciendo porque la sociedad ya no lo necesita”. Entre estos trabajos se cuela una pieza interactiva que empieza a moverse cuando detecta el movimiento de un espectador que se acerca. Se trata de la mujer árbol que va perdiendo las ramas hasta convertirse en Eva.

Papel de acuarela

Dos imágenes que forman parte de la serie realizada en Japón

Este último viaje por Japón duró algo más de 20 días. Iba con las ideas claras y, por eso, la elección de las platinotipias no es casual. Muñoz es una de las grandes expertas en esta técnica de revelado. Aunque su coste es alto y conlleva tiempo, a la fotógrafa le permite controlar todo el proceso. El papel de acuarela que utiliza no es fotosensible de modo que requiere de una mezcla química con la que pintarlo para colocar, después, el negativo del mismo tamaño que la fotografía final. No hay ampliación de las imágenes sino que se imprime en el cuarto oscuro por contacto. La textura y la sensualidad que ofrece “no lo tiene el baritado, que es mucho más frío”, asegura. Es algo que también le aporta el blanco y negro, una forma de distanciamiento, de atemporalidad: “He descubierto el color gracias al trabajo en platino. Antes me parecía demasiado real”. Por eso, en esta serie de imágenes juega con unos tonos que no son reales sino “oníricos” y van en sintonía con el uso de “luces y sombras” que hacen estos intérpretes. Isabel Muñoz es una antropóloga que usa su cámara a modo de pincel. Su trabajo se acerca al fotoperiodismo, pues a ambos les tiene que mover el “poder comunicar”. Es cierto, incide, que “no se puede abarcar todo pero cuando tomé conciencia de la presencia del plástico en los mares lo tuve que abordar”. La artista cree que si no es capaz de emocionar o de que el espectador ponga el punto final a la obra, aunque sea con repulsa, es culpa suya. Porque ella es una contadora de historias que busca captar la atención del espectador y si consigue que éste reflexione, aunque no sea de manera inmediata, habrá alcanzado su meta: “Dar voz a quienes no la tienen porque una historia que no se cuenta es una historia que no existe”. @scamarzana