Image: Isabel Muñoz, la intimidad en una imagen

Image: Isabel Muñoz, la intimidad en una imagen

Arte

Isabel Muñoz, la intimidad en una imagen

27 abril, 2018 02:00

Isabel Muñoz

La fotógrafa recorre parte de sus proyectos en La antropología de los sentimientos, una retrospectiva que reúne en Tabacalera un centenar de fotografías con las que la artista busca crear emociones.

Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) siente la necesidad de dar un testimonio en cada una de sus imágenes. El dolor, dice, hay que tratarlo con dignidad y la denuncia tiene que llegar a su destinatario. "Si no escuchas y no eres capaz de transmitirlo al público, la historia no existe", considera. Por eso la fotógrafa pide que no nos conformemos con el verbo ver, pide tiempo para mirar y observar así que en muchos de sus retratos realizados de manera poética, mística y bella los ojos de sus protagonistas están llenos de dolor. En otras piezas, sin embargo, no hay sufrimiento, aunque nos parezca verlo, sino un ser en estado de trance llegando a la conexión con los orígenes que tanto anhela. Unas y otras forman parte de La antropología de los sentimientos, un retrospectiva de casi un centenar de obras que reúne Tabacalera hasta 17 de junio.

Apelar al sentimiento, acceder a la belleza de lo diferente, olvidarse de la máscara con la que nos disfrazamos y comprender la otredad es lo que persigue esta artista que convive con sus retratados. El objetivo de su cámara se convierte en un vehículo a través del que comprender el significado de la palabra empatía. Solo así, con tiempo y reflexión, se puede llegar a entender, a saber, a conocer. "La vida no solo es oscuridad, debemos soñar y buscar la luz. Ahora todo parece terrible, hay un sufrimiento que el ser humano no quiere oír y a través del arte, de la belleza y la esperanza se puede llegar a ello", explica la artista, premiada hace dos años con el Nacional de Fotografía.

Muñoz se considera una persona caótica, alguien que acumula muchas historias en su estudio y para esta exposición, que se empezó a elucubrar hace ahora tres años, ha buscado y rebuscado entre sus archivos. Eso le ha llevado a redescubrirse a sí misma, a darse cuenta de que su primera foto no la hizo a los 13 años con una cámara sino antes y sin ella. Sin embargo, la selección de esta muestra ha corrido a cargo de Audrey Hoareu y François Cheval, dos comisarios que han querido contar una historia que "ilustra la locura y la belleza de la humanidad".

Imagen de la serie Agua

El montaje del espacio laberíntico de Tabacalera arranca con sus últimas producciones, cuatro videoinstalaciones en las que sobrecogen los movimientos de los bailarines buto. Esta danza japonesa, que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, fue creada por "un grupo de intelectuales que se dieron cuenta de que ya no eran invencibles y comenzaron a canalizar el sufrimiento, la vida y la muerte a través de los movimientos del cuerpo", explica Muñoz. De estas piezas que "nos limpian el sufrimiento" con sus gritos se pasa a un problema que asola a la naturaleza: la contaminación de nuestros mares y la presencia de plástico en ellos.

A la fotógrafa siempre le ha fascinado el mar y a raíz del encargo de un proyecto para las Olimpiadas de Sidney que le hizo El País se introdujo en el mundo subacuático. "Tuve que aprender y quise hacer un trabajo sobre el agua y el ser humano porque no hay que olvidar que los océanos y mares se están contaminando", recuerda. Las imágenes de plásticos en el mar inundan las paredes del pasillo del espacio con ejemplos como la instantánea de "una red que se usa para cubrir los árboles y recoger el fruto, que parece una medusa" o a una persona envuelta que transmite un cierto aspecto onírico.

La exposición, a pesar de recorrer diversos proyectos en los que ha trabajado Isabel Muñoz, no es una retrospectiva planteada tema a tema, proyecto a proyecto, sino que está ideada para crear sentimientos con unas pocas pinceladas. Por eso al mar le sigue una representación de los gorilas, esos animales que "tienen sentimientos y derechos" y que representan nuestro origen. Sus ojos, sus manos y pies se contraponen a una serie realizada entre 2007 y 2009 que nunca antes se ha visto. En ella, Muñoz se acerca a esos inmigrantes que buscan cruzar la frontera en el denominado Tren de la muerte y muestra "la situación de las personas que dejan atrás Centroamérica y se convierten en pastos para cualquier criminal".

Le siguen las instantáneas de máscaras precolombinas que portan algunos bailarines de Bolivia que, a pesar de que su cuerpo no es el que esperamos en profesional del baile, transmiten su gran "unión con la pachamama, la Madre Tierra". Entre pasillos, columnas y salas, algunas parecen esconderse para que el espectador las encuentre, se suceden los temas que más le interesan a la fotógrafa como son la intimidad, el género o la metamorfosis. Así, nos trasladamos a la India donde "las hijras (jóvenes del tercer sexo) ofrecen su masculinidad" o a Brasil, donde retrata a un grupo de prostitutas transexuales en las que encuentra su belleza, una serie que nace de la necesidad de hacer que existan estas "hierbas que no queremos ver". Tan solo tres imágenes, como tres llamadas de atención, sirven para entender lo que esta antropóloga de la fotografía persigue.

Imagen de la serie La locura

Su vida de exploradora le ha llevado también a adentrarse en la vida de algunos jóvenes mexicanos que encuentran su manera de "protestar a través de la transformación del cuerpo en busca de pertenecer a un grupo que les entienda". Su necesidad de encontrar una explicación en sus orígenes les lleva a modificar por completo su apariencia con tatuajes y piercings en cualquier rincón de su anatomía. "Tenemos un envoltorio que modificamos, no somos tan simples, no somos claro u oscuro, chica o chico", arguye la artista. Pero "no solo es la belleza sino la complejidad" que nos va mostrando a través de un objetivo íntimo y personal en un juego de culturas y perspectivas.

Como continuación a este proyecto está Metamorfosis II, una serie que captura a un grupo de gente suspendida en el aire sujeta por su propia piel. Aquí vemos un sufrimiento autoinfligido pero ellos "buscan el éxtasis, la conexión con sus orígenes mayas", explica Muñoz, y no conocen el dolor. Con todo, podemos entender que la búsqueda de la espiritualidad está presente en diferentes culturas del mundo y cada una encuentra su forma de expresión. La fotógrafa, que cree que cuando se define algo con palabras pierde su fuerza y prefiere medir las cosas por sentimientos, en esta ocasión prefiere permanecer en silencio y dejar que sea el espectador quien busque su significado.

La muestra la cierra una selección de imágenes de su último viaje al Congo, donde perseguía un proyecto sobre la locura cuando se encontraron con el problema de la demencia en el país. "Allí no hay un hospital en el que estén tratados sino que se considera que están poseídos por el diablo y los torturan", afirma Muñoz. En esta serie, que muestra los rostros de estos enfermos repletos de electrodos, se cuela un autorretrato de la propia fotógrafa como parte de la locura colectiva. Al fin y al cabo, ¿quién se atreve a decir que no está loco?

@scamarzana